"El amigo es un hermano que se elige"
(frase en un marcador de libros)
Cuando llegamos a esta existencia, venimos sin nada, sin habla, sin ver bien, sintiendo solamente aquello de lo que tenemos necesidad: comer, dormir, excretar, orinar, vomitar. El roce y el calor de la piel de nuestra madre, y sus deliciosos senos que nos alimentan, su corazón que escuchamos latir y reconocemos es el mismo que nos acompañó durante nuestra vida intrauterina, y su voz, que no sabemos por qué, pero nos gusta, nos da seguridad.Así somos, y a partir de ahí, crecemos. Vemos bien, sabemos distinguir las cosas que primero llevamos a la boca y palpamos, y empezamos a entender indicaciones que se nos hacen, y muy claramente "si" y "no", o un preventivo "ah! ah! ah!".
El proceso de crecimiento nos llevará a interactuar con semejantes, de nuestra edad y de todas las edades, iremos madurando muy lentamente, a lo largo de décadas, y es en ese devenir de nuestra vida, que formamos alianzas con algunas de las personas que nos rodean, a quienes llegamos a conocer, y con quienes nos gusta compartir nuestra existencia.
Empiezan por ser los vecinos del barrio, luego los compañeros de estudio desde la primaria en adelante, después los colegas de profesión o compañeros de trabajo, y finalmente las relaciones sociales a las que nuestra propia actividad, gustos, intereses, nos llevan.
De pronto, entre tantas personas, una nos cala hondo, nos acelera las palpitaciones cuando le vemos, buscamos hasta excusas para estar con ella, tener el placer de verla, de escuchar su voz, de captar sus modos de pensar y sentir, de mirar cómo camina y cómo se viste, lo bien que baila, y su sonrisa o su risotada de pronto. Ella queremos que pase a ser parte de nuestra vida en forma más privada. Se aparta del círculo más grande para llegar a ser nuestro amor.
Y de pronto, si todo se da bien, comenzamos a ser pareja, y vamos incrementando nuestro conocimiento mutuo, rozando primero e internándonos más tarde en la intimidad, sintiéndonos my consustanciados el uno con el otro, prácticamente sintiéndonos uno, para colegir que somos pareja. Nos uniremos o no en matrimonio. No hay apuro, hay que pensarlo bien, pero somos pareja.
Ese es el nivel de interrelación humana más alto, allí tiramos abajo toda barrera y nos damos a conocer tal cual somos. Los secretos no tienen más lugar, sabemos qué tal es uno del otro, cómo siente, cómo piensa, cómo actúa, sus valores, lo que cree, sus gustos y disgustos,sus penas y alegrías, etc.
Así es la relación de pareja. Se pasa a ser, sentirse y actuar fusionado con la otra persona. Uno ya no es uno solo y por sí mismo, son dos que se han hecho uno. Así es cuando lo que une a ambos no es conveniencia, interés, mera pasión, sino amor en toda su dimensión, la física incluida, por supuesto.
Pero hay otra relación, tan noble, tan digna, tan especial y maravillosa, que es la amistad.
Al mundo venimos sin amigos. Los amigos se van gestando, van apareciendo, surgiendo a lo largo del camino, y los vamos acrecentando, y los vamos cultivando, cuidando, y el árbol que se llama amistad, cada vez ve surgir ramas nuevas, y se va haciendo frondoso. De pronto alguna rama cae por sí sola, y otra la tenemos que cortar. Pero el árbol sigue robusto, echando buenas raíces, y expandiéndose hacia todos lados en derredor.
La amistad en cierta medida podría decirse que tiene algo de mejor que la relación de pareja, en dos sentidos: el primero, es que --cabe reconocer-- en la pareja hay una pizca de egoísmo. Ella es mía, yo soy de ella, y punto. Que nadie nos pretenda, que nadie quiera separarnos, que nadie se meta en esa unidad de los dos.
El segundo es que la pareja es cuestión sólo de dos, en tanto que la amistad abarca a decenas o cientos de personas, geográficamente cercanas o lejanas, donde muchas veces los amigos de nuestros amigos pasan también a ser amigos nuestros y viceversa.
Es una interrelacion dinámica y expansiva. Pero es una relación riquísima humanamente hablando. Reclama de nosotros sinceridad, lealtad, honestidad, coherencia, responsabilidad, solidaridad, acompañamiento, esfuerzo, y hasta sacrificio si es necesario.
Alguna vez dije que los amigos son como flores que adornan y aroman el jardin de la vida. ¡Vaya frase!, pero es realmente así.
¡Qué sería de nosotros, sin amigas y amigos! Y cúanto les necesitamos. Para reir y para llorar, en el nacimiento de alguien y en el deceso de alguien. Para pasarnos a buscar cuando fuimos operados, o asistirnos en nuestro lecho de enfermos. Para disfrutar con nosotros una buena comida, una tarde de picnic, una justa deportiva, y tantas otras cosas. La lectura de un autor, la música de ciertos intérpretes o cantautores, la plástica de ciertos artistas, en fin.
Los amigos nos son indispensables como el aire que respiramos. Sin ellos, la vida, nuestra existencia, sería horrible, casi indeseable. Y a ellos les debemos buena parte de quienes somos, porque queriendo o no, ellos ejercen influencia en nosotros. Son capaces de modificar nuestro pensamiento, de transformar nuestros hábitos. Pero por sobre todo, de hacernos sentir que no estamos solos.
Por eso, la amistad es un valor inmenso a cuidar, a preservar. A que no se estropee y menos que se pierda.
Pero para eso se aplican ciertas pautas que considero básicas.
1) Los amigos se quieren bien. Ser amigos no significa tener un mismo estilo de vida, o pensar igual respecto al deporte, la política, la religión u otros temas. Pero, los amigos podrán discrepar más nunca verse como adversarios, o menos, como enemigos. La amistad auténtica, lo supera todo, está por encima de todo eso. Y hay un cariño mutuo que une a quienes son amigos.
2) Los amigos se respetan. Así como habrá gustos distintos, diferencias o discrepancias, no obstante, la relación, el vínculo se mantiene intacto, se respeta como tal, pero además, no se quebranta cruzando adjetivos o epítetos que pueden dañar, menoscabar o herir a la otra persona. Por el contrario, hay un reconocimiento mutuo de los valores que se tienen, y se cuida muy bien de no caer en cosas que romperían una amistad.El respeto mutuo es condición indispensable. Pero se establece naturalmente, si verdaderamente hay amistad, porque hay afecto entre las personas.
3) Los amigos se comunican. Esto es tan básico, tan elemental, que parece casi una verdad de Perogrullo. Es obvio que los amigos tienen --cercanos o lejanos-- la necesidad de comunicarse, de contarse sus cosas, de buscar un consejo, compartir una duda, o un problema, una situación feliz o desdichada. Para eso justamente son amigos.
Comunicarse es un código básico de la interrelación humana y mucho más de la amistad.
Como suele decirse: "amigos en las buenas y en las malas".
Pero para ello, las buenas y las malas se comparten.
No hay amistad auténtica si se ocultan, esconden cosas o se crea una barrera en que un amigo no puede acceder a saber exactamente qué le ocurre al otro. Más aún, los amigos llegan a saber de nosotros y a conocer cosas que jamás compartiríamos con familiares.
Y ese compartir cosas posibilita que estemos los unos por los otros, que nos sostengamos y ayudemos mutuamente, nos alentemos, vibremos y festejemos al unísono.
4) Los amigos se encuentran. Uno de los mayores disfrutes es cuando los amigos se pueden encontrar, verse, escucharse, entrar en el contacto físico de un abrazo o un beso. Es que eso es tremendamente humano, es una necesidad vital de la cual ni siquiera somos del todo conscientes.
Ya sea en torno a una mesa, en un almuerzo o cena, o simplemente tomando un refresco o un café, los amigos son felices cuando se encuentran o reencuentran.¡Ni qué hablar de cuando les separa distancia, y viaje mediante, pueden volverse a reunir! Es casi la gloria de la amistad.
No venimos al mundo con amigos. Los amigos se hacen con nuestro proceder, con la forma de relacionarnos con otros, y los amigos van surgiendo a lo largo de nuestra existencia.
Sepamos mantener los amigos que tenemos. Evitemos a toda costa perderles, hagámosles sentir el valor que representan para nosotros, y permanentemente estemos dispuestos a hacer nuevos amigos.