Hay esos momentos en
los cuales nuestra mente se expande por doquier, hacia cualquier lado en cada
dirección y de repente nos damos cuenta que no hay un solo pensamiento sino
varios, que no están relacionados entre sí, y que el único punto de referencia
es uno mismo.
Eso me sucede.
Mientras estaba
escuchando a Frank Sinatra, mi cantante melódico preferido, miraba a mi
colección de discos compactos –algo que probablemente los Milenials
considerarán obsoleto—y miré a nombres como Louis Prima, Johnnie Ray, Frankie
Laine, Jann Arden, Don McLean, y
suspiré.
¿Cuántos no saben
quiénes son o fueron?.
Miro las fotos de
grandes y maravillosos amigos que ya se fueron, y siento que es casi imposible
que no les veré el próximo Lunes en una nueva reunión, como era usual,
intercambiando ideas, información y una charla sobre cosas personales. Eran
casi de mi edad, a lo sumo, tres años mayores, pero ya no están aquí.
Y me miro a mi mismo
y una interrogante surge en mi mente: ¿qué estoy haciendo aquí sin todos ellos?
Y también, ¿por qué estoy aquí?, ¿qué me queda por decir o hacer?
No me interpreten
mal. Amo estar viviendo, ver crecer a mi nieto y avanzar en sus estudios, tener
un hijo que me hace sentir orgulloso y que verdaderamente me ama y me cuida.
Tener muchos amigos desparramados en muchas partes del mundo y ser considerado
un hombre de consulta.
Pero rechazo estar
aún solo, y deploro y condeno la actitud de quienes no cumplen con la palabra
empeñada.
Y entonces miro a las
posibilidades, quizás escribir otro libro y especialmente viajar. Viajar cuanto
pueda, conocer lugares donde nunca estuve antes.
Pero por sobre todo,
compartir mis conocimientos y dar lo mejor de mí en beneficio de otros. Hacer
que la gente se sienta feliz, segura de sí misma y realizada.
Milton W. Hourcade
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