Usualmente, cuando
hablamos de una persona que es querida por su familia, amigos, colegas,
compañeros de trabajo o estudio, nos referimos
a alguien de buen carácter, habitualmente sonriente, que habla suave,
que piensa antes de decir algo, que muestra empatía por otros, que es honesta,
sincera, confiable, que tiene sensibilidad.
Alguien que busca
comprensión en lugar de confrontación, paz en lugar de violencia, armonía en
lugar de caos, orden y respeto en lugar de quebrantar las leyes y hacer
salvajadas.
Por lo tanto, realmente
nos hacemos querer si seguimos esa descripción general.
Por supuesto que cada
quien tiene su propia herencia, su propio ADN, carácter, forma de ser. Es
imposible esperar que todos puedan tener todas las características de alguien
que es querible, pero a pesar de todas las cosas inevitables que nos definen
como individuos, podemos sinceramente tratar de corregirnos y ser un mejor tipo
de persona.
Y muy sinceramente,
si nos hacemos querer por la forma en que tratamos a otros, les aseguro que eso
es realmente gratificante.
Ahora, todo lo dicho
anteriormente se refiere a nosotros. ¿Qué pasa con los otros?
Bueno, no rechacemos
la buena voluntad, la simpatía, la ayuda, la compañía, el aliento que otros nos
brindan.
Dejemos que hagan su
parte y se sientan felices al hacerla. Es su turno, su aporte, lo que
sinceramente quieren ofrecernos a nosotros.
Permitamos que nos
quieran, y aún que hagan por nosotros lo que nosotros no podemos hacer solos.
Porque esa es la forma de construir buenas relaciones, verdaderas relaciones
humanas, válidas.
En este balance entre
hacernos querer y dejarnos querer, descansa la clave de una vida feliz.
Milton W. Hourcade
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