Cuando me decido a decir o escribir algo, lo siento, lo pienso, lo medito (a veces más, a veces menos) y lo digo. Pero lo digo a conciencia, lo digo en la plenitud de mis facultades. Y por supuesto, no niego nunca lo dicho. No tengo por qué esconderme o escabullirme de mis propias palabras.
Y si alguien me las recuerda, no creo que eso sea jamás una recriminación o un reproche, a menos que el recordarlas llevase semejante intención, y eso dependería de una situación muy particular.
Pero en el ejercicio de la libertad de pensamiento, sentimiento y expresión, digo o escribo mis palabras en este blog abiertamente, expuesto a que la escuche o lea quienquiera, y buscando que las lean o escuchen muchos, cuantos más, mejor.
En un ejercicio cabal, consciente y coherente, yo no tengo que ponerle cerrojo a mi blog, no tengo que hacerlo viable para algunas personas y otras no, dependiendo de mi habilitación a ellas.
Yo escribo y digo para todo el que me quiera leer o escuchar.
No me escabullo, no le temo a lo dicho y no le temo a que me lean. Sería absurdo.
Me pueden hacer llegar comentarios, criticar, analizar, sugerir, y todo será bienvenido.
Si así no fuese, o no lo quisiera, si así me molestara que ocurriese, entonces me llamaría a silencio, y no tendría un blog ni escribiría nada públicamente.
Pero a partir del momento en que he decidido tener un blog, su contenido es abierto, sin restricciones de ninguna especie y para todos.
Y si un día se me ocurriese crear un blog privado, dedicado a una persona en particular, pero no abierto para el resto del mundo, podría hacerlo, en cuyo caso, jamás lo cerraría para la persona que me ha motivado a escribirlo, porque eso sería una incongruencia. Porque sería intrínsecamente la negación misma del motivo que me habría llevado a la creación de mi blog.
Por tanto, esencialmente, creo que lo que siempre hay que entender, lo que me parece básico, es que no hay que temer a las propias palabras, a lo que se ha dicho, y más cuando se ha dicho con el corazón, con sentimientos intensos y profundos o en el mejor uso de la razón.
Y por supuesto, siempre se es responsable y hay que saber asumir responsabilidad por lo dicho, porque lo dicho –por supuesto— compromete.
Y no hay que temerle a la palabra escrita, por aquello de que la palabra escrita perdura, permanece, y puede textualmente ser reproducida y citada en cualquier momento. Al contrario, la palabra escrita es para uno mismo, una garantía de que no se nos puede tergiversar. Ahí está escrita….¡para la eternidad!
¡Viva pues la libertad de pensamiento, sentimiento, y expresión! ¡Y viva la libertad de leer, de comunicar, de encontrarse!
enigma