Cada momento en la vida tiene su vivencia, su color, su aroma, su lugar.
Cuando pienso en lo que he vivido, recorro múltiples caminos y cada uno de ellos con su particularidad.
Mi niñez, donde hasta los 5 años y medio sufrí de las amígdalas, cuando el otorrinolaringólogo Dr. Pietra decidió operarme (y conste que entonces para este tipo de intervención no se podía usar anestesia).
El tiempo de la escuela primaria, donde hasta cuarto año fui a la Escuela No. 90 de Segundo Grado. Entonces no tenía nombre. Era un ámbito muy estricto impuesto por una Directora que controlaba a sus maestras con un sistema de conexión por radio. María Albina Panzi, que así se llamaba, casi daba miedo.
Cuando teníamos clase de gimnasia, era con el profesor Esperón, que tenía un programa en Radio Carve.
Cuando ensayábamos música, el Maestro Airaldi era nuestro Director. Airaldi era director de la Coral Guarda e Passa que preparaba sus conciertos en el Ateneo de Montevideo.
Completé primaria en la Escuela México No. 40, que era el turno de la mañana en el mismo edificio. Allí cursé cuarto año, porque mis padres se mudaron. Fue en ese año que aprendí a cantar el Himno Nacional de México, y a admirar el Jarabe Tapatío bailado en la fiesta de fin de año por una pareja de niños de sexto grado.
La maestra, María Rosa, un encanto, y tuve las mejores notas.
De ahí pasé a la Escuela Italia No.22 donde cursé 5to. Y 6to.
Comenzamos quinto con Cecy Da Rosa de Tanco, pero a poco de iniciar su tarea dejó la actividad por embarazo y vino una maestra suplente que siguió trabajando por todo el año lectivo. Se esforzó, trabajó bien, aprendimos.
Sexto año fue una culminación hermosa. Graciela Bonomi era una bella maestra, con gran experiencia en su tarea, y una estupenda capacidad de enseñar y hacer razonar. Mis sobresalientes lucían en todos mis trabajos.
Ese año tuvimos además clases de italiano, con el profesor Marchetti que enviaba la Embajada, y clases de francés con otro profesor. De éstas recuerdo que pasaba una música de Charles Trenet –famoso cantante de entonces—llamada “Douce France”.
Por su parte, la maestra nos dio clases de encuadernación, y muchas veces completaba una enseñanza proyectando un documental.
Mis sobresalientes me valieron que fuese becado para estudiar en el Liceo Italiano (una entidad privada). De toda la escuela fuimos 3 becados.
Finalizada la Escuela, junto con otros compañeros y jóvenes que habían egresado de la escuela mucho antes, participé activamente como directivo del Centro de Ex Alumnos. Organizamos kermesses, proyectábamos películas documentales para los chicos del barrio los sábados de tarde, y con el dinero recaudado de las kermesses donamos a la Escuela un proyector de cine.
La etapa siguiente será en Enseñanza Secundaria, que la inicié en el Liceo Italiano donde estuve dos años.
El profesor que más recuerdo es el de Idioma Español, Héctor Rey. Un excelente docente, con gran calidad humana. Su característica era que se armaba sus cigarrillos no con hojas de papel especial, sino con chala, y nos enseñó cómo lo hacía.
Trabajamos intensamente el idioma, la gramática, siguiendo la lectura de un libro de un célebre autor español: Vicente Blasco Ibáñez y su “La Vuelta al Mundo de un Novelista”. Uno de los puntos a aprender y distinguir era entre un simil y una metáfora.
Era
la época en que los profesores podían fumar en clase. Eso me hace
acordar de Juan Protasi, en la materia de música. Famoso Director de
Música en Uruguay. Protasi era un fumador en cadena. Cuando estaba por
terminar un cigarrillo, con el mismo encendía el siguiente.
Allí apendí italiano. En primer año tuve un estupendo profesor, de apellido Fontanot. Realmente echó las bases del idioma. En el segundo año, el profesor Marcianó nos hacía estudiar un libro llamado: “Epopea Omérico-Virgiliana” donde teníamos que leer los clásicos Homero y Virgilio, interpretar lo escrito e indicar los adverbios, adjetivos, etc.
Aprendí Latín con el Prof. Guido Zanier, que años después fue catedrático en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Por entonces no hablaba muy bien el español pero se hacía entender. Ah! Aquellas declinaciones….nunca más usé ni me esforcé por mantener lo que había aprendido, pero en segundo año traducíamos cartas a Julio César, el emperador romano, sobre las guerras de las Galias.
Tuve luego el privilegio de inaugurar el hermoso local del Liceo público No.3, Dámaso Antonio Larrañaga, en la esquina de Jaime Cibils y la Av. Centenario.
Además de recordar a algunos compañeros/as de tercero y cuarto, tengo en mi memoria a estupendos profesores, como la señora Verdad Risso de Garibaldi en Literatura, la señora Sheps de Porteiro, con la cual inicié mi aprendizaje de inglés, pero ella supo poner buenos cimientos. El profesor Washington Acerenza, en Física. Recién llegado de EE.UU. inauguró los exámenes con el sistema de múltiple opción, y daba estupendas clases. El Ing. Alquier en Geografia. De ese tercer año recuerdo a mis compañeros Rivera, a quien luego de años encontré como empleado de la Facultad de Agronomía, Naum Fucksman (nadador), Nahaverián, y las chicas como Marta Giovannone, e Ivonne Denis Giralt.
En cuarto año tuve el honor de tener como profesora de Historia a la Sra. Aurora Capilla de Castellanos. En Filosofía a Griselda Saponaro Gibernau, que dio Psicología. En Química al profesor Susena, que arruinó nuestra escritura a mano por lo rápido que dictaba apuntes. En cuanto a los alumnos, teníamos dos especiales: el egipcio Barbazogli, y rubio vistiendo moñita, al americanísimo Rosenthal (que aprendió a hacer dulce de leche a partir de leche condensada).
Había dos alumnos que eran mellizos. Lamento no recordar su apellido, pero eran sobrinos del actor y director de radionovelas Humberto Nazzari,y nos habíamos hecho amigos, al igual que un alumno cuyo hermano se había radicado en Canadá, de apellido Prats, muy buen muchacho, también amigo.
Y estaban las chicas.Yo tenía mi corazoncito por Ivonne Denis que había conocido en tercero. Me había hecho amigo de Ivonne Taltavull, y estaba la predilecta de todos: Silvia Brando, una rubia de ojos claros, con un andar muy especial, que se sabía admirada, pero a su vez, sabía guardar distancias. Años después supe que se había casado con un escritor uruguayo. El escritor luego se divorció y tuvo otras 4 esposas.
Había una chica –Norma Colina-- que era una estupenda compañera y tenía natural espíritu de líder. Vivía muy cerca del liceo.
Ese año, como paseo de fin de año fuimos a Piriápolis (todavía estaba entero el trencito de Piria) y paramos en un edificio de Educación Física cercano al Argentino Hotel. Lo pasamos muy bien.
Organizamos un baile en el propio liceo que tenía un salón ideal para ello. El otro baile al que fui, ocurrió en el apartamento de Silvia Brando, en la calle Humberto 1ro. en el barrio del Buceo. De esa ocasión recuerdo que en un momento pusieron “Serenata a la luz de la Luna” de Glenn Miller, y casi apagaron las luces. Fue la primera vez que bailé mejilla a mejilla con Ivonne Denis. Algo inolvidable.
Si a través de esta nota, hay personas que fueron conmigo a la escuela o el liceo y gustan de hacer algún comentario, con gusto lo publicaré.
Milton W. Hourcade
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