Tal vez parezca tonto señalarlo, pero ¿alguna vez se pusieron a pensar que (en español) la palabra amistad comienza con las mismas letras que la palabra amor?
Pienso que --en todo caso-- es una muy feliz coincidencia.
Una verdadera amistad nunca se termina. Se cultiva, se sostiene, se refuerza --no más sea cada tanto cuando se está a miles de kilómetros de distancia-- pero jamás se le pone un punto final.
Si alguien hace eso, realmente no se trata de una persona amiga, sino de alguien que tiene un pobrísimo concepto de lo que involucra una auténtica amistad.
Hay gente así. La he conocido. Un pequeño desacuerdo en algo, o un serio malentendido, ha hecho que dispararan de ser amistades, como si hubiese ocurrido algo trágico. ¿amigos/as? No. Cuando ese sentimiento es auténtico, es eterno.
Así lo entiendo. Así lo entiende una muy queridísima amiga que tengo en Montevideo, Uruguay.
Nunca nos hemos fallado.
Nos conocimos de jóvenes, 18 a 20 años. Ella se casó joven y desapareció del círculo de amistades reunidas en torno a una iglesia. Tuvo dos hijas a las que terminó criando sola pues se divorció de su esposo que le traicionó.
Esa situación de mujer casada y luego madre, la ausentó de aquel grupo juvenil originario.
Después de años, nos volvimos a encontrar personalmente por motivos de trabajo. Fue un gusto volvernos a ver, pero cada uno estaba en lo suyo.
Ella ya sola. Yo casado y con un hijo creciendo.
Mi venida a EE.UU. hizo que la distancia entre ambos sea de 9.239 kilómetros.
No obstante, cuando cada verano viajaba a Montevideo para mis vacaciones, nunca dejé de visitarla en su apartamento, llevando algún pequeño presente y pasando un tiempo conversando sobre las novedades y cuitas de cada quien. A lo sumo era una visita solamente, pero suficiente para mantener el vínculo.
Luego vino mi viudez. Algo que revolucionó mi existencia, algo inesperado, un fuerte golpe a todo mi ser.
Cuando surgió un amor en México, lo comenté con mi amiga por la total confianza que nos tenemos sabiendo que de ella no iba a salir ningún comentario con nadie. Y así fue.
Ese amor se terminó.
Quedé irremisiblemente solo, y mi amiga ha sido más que mi "paño de lágrimas", quien con un pensamiento claro e inspirado, y con su fe, me dio aliento y sostuvo, hasta que logró --andado el tiempo-- que aquella angustia y depresión que me causaba la repentina ruptura de una relación de amor, se disipase totalmente.
Ella es realmente una interlocutora válida. Con ella intercambiamos temas del diario vivir en ambos lados del planeta. Pensamientos y sentires, y la valoración de la fe en Dios, que compartimos plenamente.
Pero por estar ambos solos, es también un compartir de nuestras vidas a medida que continuamos existiendo, problemas, dudas, desafíos, asuntos de salud, proyectos, etc.
De esa manera, a pesar de la distancia, nos sentimos acompañados y apoyados mutuamente.
Y para mi esa es la muestra más clara de lo que comprende una auténtica amistad. Estar uno para el otro y por el otro.
A veces discutimos sobre un tema, pero jamás eso implica un quebranto de nuestra amistad. Nos respetamos en la discrepancia, pero por sobre todo valoramos nuestra relación.
Para mi eso es un neto ejemplo de amistad. Una que vence fronteras y el tiempo. Una que permanece incólume, que no se interrumpe, que no se abandona, que se desea fervientemente continúe y contar con ella.
Deseo para todos ustedes, amigas y amigos, que realmente lo sean de quienes consideren como tales, que nunca les abandonen ni encuentren una exclusa para dejar la amistad.
Porque la amistad es un don precioso que la existencia nos permite vivir.
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