La terrible tragedia ocurrida en Las Vegas, donde un individuo armado hasta los dientes comenzó a ametrallar gente que estaba disfrutando de un concierto de música country, dando muerte a 58 e hiriendo a 527 --algunos de gravedad-- provocó la sorpresa, el espanto, correr desesperadamente para salvar la vida, y en medio de eso, cuerpos que se desplomaban al suelo bajo las balas.
Pero esa horrenda situación también dio lugar a extraordinarios
actos de heroísmo. Un esposo --Sonny Melton, enfermero-- falleció cuando con su cuerpo cubrió a su esposa Heather, de las balas que caían arrojadas desde el piso 32 del hotel Mandalay Bay.
Gracias a que él dio su vida por ella, la mujer se salvó.

Smith aún tiene su bala alojada en el cuello y salvó por milagro su vida. Pero otros, a quienes aún herido ayudó a escapar de ese infierno, le agradecen a él seguir estando vivos.


Son actos de arrojo, donde lo que prima es salvar la vida de otros, sin reparar en la propia. Una verdadera grandeza humana.
Y luego, gente que hizo fila hasta por seis horas, esperando su turno para donar sangre. Tal la cantidad de donantes.
Y las colectas que surgieron de inmediato para contribuir a pagar los gastos médicos incurridos por muchas de las víctimas, especialmente aquellas que debieron ser intervenidas quirúrgicamente y permanecieron o aún están hospitalizadas.

Los memoriales improvisados donde la gente enciende velas, y deja flores.

Greg Zanis, un carpintero jubilado de Chicago, hizo 58 cruces, una por cada fallecido, escribió el nombre de cada uno, junto a un corazón y una foto de la persona, y se trasladó a Las Vegas para colocarlas allí, donde el horror tuviera lugar.

Y la lista podría continuar. Pero queda muy clara la resiliencia y el coraje de un pueblo que dolido por la tragedia no se arredra, sino que lucha por la vida
enigma
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