Tuesday, August 26, 2008

MUERTE: La única certidumbre

Alguien, --no recuerdo quién— dijo que en tanto vivimos, la única cosa cierta, es la muerte. Algún día, en algún momento, nos saldrá al paso.

Solemos vivir por fe, --aunque sea inconciente--, con la confianza de que dentro de unos segundos, o minutos, u horas, días, meses y años, seguiremos viviendo. Pero ¿de dónde sacamos tal seguridad, confianza y garantía? De la más vacía nada.

Basta mirar a nuestro alrededor, para constatar a cada paso, que quien salió de su casa a su trabajo como cualquier otro día, y tenia planes para ese día, y el siguiente, y las vacaciones dentro de unos meses, y el regalo para un ser querido, dejó de existir en un choque, o en una maldita rapiña, o en un sorpresivo ataque de presión sanguínea o al corazón.

¡Quién lo iba a suponer! ¿verdad?, nadie, ni la mismísima persona que ha dejado de existir.

Así es nuestra vida, totalmente efímera, aleatoria, sujeta a circunstancias y posibilidades que no manejamos ni controlamos. Solemos llamarles “Dios”, o “el destino”, o “la suerte”, porque no pensamos en universos paralelos y otras extraordinarias teorías físicas que nos hablan de que la realidad tridimensional en la cual nos movemos, es apenas una de múltiples dimensiones.

Cuando de pronto, por un momento tan siquiera, nos ponemos a pensar en que la muerte silenciosamente nos aguarda, y que es la única certidumbre que podemos tener, entonces, no podemos menos que reflexionar: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos de nuestra vida?, ¿cómo nos relacionamos con los demás?, ¿cuáles son nuestros valores y qué es lo que valoramos?, y, para no filosofar demasiado, no llego a querer preguntar ¿qué sentido tiene nuestra existencia?

No es ya nada original decir que entonces, debemos o deberíamos vivir cada día como si fuese el último. Y para eso, sólo nos basta con imaginar que nuestro médico nos dijera: le quedan 24 horas de vida ¿qué haríamos en esas 24 horas?

Angustiarse o deprimirse de manera paralizante, pensando que cada hora que pasa es una menos y nos vamos, es atormentarnos inútilmente, y torpe, al final.

Entrar en un loco y desquiciante desenfreno donde los demás no nos importan y entonces en un paroxismo de inquietud interna, salir a hacer cualquier cosa, posiblemente reduzca el plazo de 24 horas en varias menos, y lo que quede cuando nos vayamos sea el peor de todos los recuerdos, en quienes nos sobrevivan.
No, aunque nos vayamos, no queremos ser mal recordados sino todo lo contrario, a menos que nos odiemos a nosotros mismos.

¿Entonces?, si tan sólo tenemos 24 horas, ¿a cuántas personas tenemos que pedirles perdón?, ¿a cuántos le debemos pagar deudas pendientes?, ¿cuántas son las caricias, los besos, el amor que debermos derramar con quienes tal vez fuimos parcos, timoratos, o insensibles?, ¿y cuántas verdades de a puño nos animaremos a decir, que antes, el cinismo y la hipocresía vestidos de prudencia, nos frenaron de hacerlo?

Si cada día puede ser el último, lo que quiero decir, es que, esencialmente, debemos vivirlo con autenticidad.

Puede que algunos lo vivan serenamente, otros muy alegremente, que unos busquen escuchar el rumor de aguas en cascada o el romper de las olas en un lugar solitario, y otros busquen el bullicio de una fiesta con todos los amigos y seres queridos, para en medio de música y baile, despedirse.

Lo principal es que en el silencio o en el ruido, en la intimidad del hogar, o a la luz pública en una plaza o un parque, seamos auténticos.

Tal vez así, y sólo así, no sólo descubramos realmente quíénes somos, y nos asombre verificar de qué somos capaces, sino que también encontremos ecos inesperados y resonancias imprevistas, que nos dirán que no estamos solos.

Y aquel último día, que no tiene por qué ser tal, puede que sea un renacer, y descubramos el verdadero sentido de nuestra existencia, y de nuestro relacionamiento con los demás, y con nosotros mismos.

Y entonces sí, enfrentaremos el fin, con coraje, con valentía aún digna de héroes, sin apego a nuestro cuerpo, pero con un apego trascendente a ser, más allá de esta existencia.

Por eso, quisiera terminar con una famosa frase de la gran poetisa y religiosa Santa Teresa de Jesús, que desde la eternidad nos exhorta a:

“Vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte.”


enigma

No comments:

Post a Comment