Les aseguro que estaba deseando retornar, que las vacaciones ya se me habían hecho demasiado largas, y un tanto tediosas.
Quería volver a mi cotidianidad.
Luego de casi dos meses de ausencia, encontré mi casa impecable.
Se habia limpiado toda antes de mi partida. Y ahí estaba, prolija, esperándome. Fue una satisfacción íntima entrar en ella.
Luego de un vuelo de 11 horas, más las esperas en dos aeropuertos, llegué cansado y principalmente con mucho sueño. Así que el primer disfrute fue mi obligada siesta, para recuperarme del "jet-lag".
La primera diferencia. Mi barrio es silente y tranquilo. Aquí no tuve que soportar el ladrar intermitente de perros, el ruido de las motos sin silenciador de escape, o la camioneta con altoparlantes haciendo algún anuncio comercial, ni un negocio donde colocan seguros para vehiculos, y a cada rato surge la habitual secuencia de chiflidos, sirenas, y golpecitos sonoros.
Disfrutar ese silencio para dormir bien, fue lo primero que me hizo sentir que estaba en lo mío de nuevo.
Luego, salir, y poder andar por las veredas sin tener que mirar permanentemente hacia abajo, porque haubiera baldosas rotas que pueden hacer tropezar y caer a alguien, o para evitar el riesgo de pisar el excremento de un perro, gracias a la desaprensión y la negligencia de algún vecino.
Acá ese problema no existe, pues mucha gente pasea sus perros, pero lleva invariablemente un a bolsa de nilón para guardar allí lo que el animal elimine.
Mi casa estuvo sola por casi dos meses. No sufrió ningún daño, nadie intentó penetrar en ella para llevarse todo lo que pudiera robar. No vivo tras rejas, no tengo alambre de púa ni cerca electrificada. Apenas en la parte trasera hay una cerca de madera que además tiene una puerta, ya que el tomaconsumos de la energía eléctrica debe entrar para poder hacer la lectura del medidor.
Los días que están transcurriendo son realmente hermosos. Ayer viernes, al mediodia teníamos 21 grados centígrados, y este sábado llegamos a 25 a las dos de la tarde.
Verdaderamente, es tiempo primaveral. Aún no he superado el cansancio que me provocó el viaje, y todo el trabajo que da extraer las cosas de las valijas, guardarlas, etc. a fin de que todo quede en orden. Estoy en eso. Lo voy haciendo, pero no se hace en un abrir y cerrar de ojos.
De cualquier manera, estar en lo de uno es algo que no tiene parangón.
El mismo viernes, luego de la siesta, tuve la satisfacción de volver a conducir mi automóvil, y hoy volví a hacerlo, pero más lejos, por las autopistas.
Me siento pues muy contento con mi regreso, con la vuelta a mis cosas, a mi escritorio, a mi PC y mi laptop, y al contacto con ustedes que fue irregular y un tanto esporádico.
Entre tanto, quiero expresar mi profundo agradecimiento a todos los amigos que me recibieron con placer, y me agasajaron en Uruguay.
A esa gran familia de Mirta, Eduardo, Damián y Yenia, Analía y Santiago, Jimena y Mercelo, más los niños, a la que siento como propia, en Montevideo.
A Sandra, Susana, Héctor y Florencia. A Miriam, María Judith y Paula.
A ex compañeros de una actividad compartida por años: Lucy, Gustavo, Luis y Sergio.
A los actuales compañeros de otra actividad: Antonio, Germán, Gonzalo, Luis Alberto, Rafael y Sergio.
Al Rotary Club de Villa Colón y Melilla, que me invitara a dar una charla.
Al Maestro Julio Frade, con un reportaje que me hizo en CX-12 Radio Oriental.
A Fernando G. y Raúl P., que me visitaron en mi apartamento.
A Guillermo P.R. con quien tuve un gran gusto en reencontrarme después de unos cuantos años, en Punta del Este, y de conocer a su señora esposa.
A Santiago R. S. con quien departimos sobre cine y proyectos de programas en TV.
Y en Buenos Aires, Argentina, a Verónica, María y Jorge Luis, por todas sus atenciones.
A Julio y Nora, que fueron consecuentes en irme a buscar y llevarme al Aeropuerto.
En una visita cuyo objetivo principal era encontrarme con mi madre, que tiene sus 99 años y los va llevando bien, pude pasear, tomar algo de sol --hubo bastantes días frescos y lluviosos, acompañados de fuertes ráfagas de viento-- y ciertamente disfrutar de todos quienes me quieren bien y buscaron acompañarme, haciendo así más plácida mi estadía.
Renglón aparte merece Eduardo B., propietario del cibercafé Lan House, donde recalaba todos los días, y habitualmente más de una vez al día, para ponerme al tanto de la correspondencia, de noticias del mundo, y cuando podía, escribir algo para este blog.
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