Siempre, desde
jovencito, amante que soy del jazz hot, quise conocer esa ciudad.
Tenía para mí un
encanto especial. ¿cómo era la cuna de tantos artistas de renombre mundial?
¿Por qué Nueva
Orleans más que cualquier otro lugar?
Para comprender eso,
hay que internarse en los vericuetos de la negritud. O sea de la vida de los
negros desde la esclavitud a la abolición de ese deplorable estado sub-humano.
Entender también su peripecia humana luego que quedaron libres, pero siguieron
sufriendo la discriminación más rampante.
Comprender su
sufrimiento por un lado, sus penas (blues), y por otro lado, una rebeldía que
quiere marcar presencia, y lo hace estruendosamente con las notas más agudas
que una trompeta pueda dar.
Es una afirmación de
“yo soy quien soy, y así soy”, es una forma de encontrarse entre la gente de
raza negra, en lo que es la quintaesencia de su propia manera de ser, y el
compartir de sus penurias y alegrías. Es
la vida del ghetto de color, en medio de una sociedad que conoce la opulencia
de los poderosos, y la marginalización de los pobres.
Aún hoy, es notoria
esa marginalización, esa división social tan tajante, a poco que se vean las
casas donde habitan los afro-estadounidenses, y las casas de los blancos
educados, finos, europeizados.
Pero sin los
afro-estadounidenses, Nueva Orleans sería una ciudad insípida. Con ellos, todo
adquiere color y sabor. El de sus comidas picantes, el de las luces de la noche en la calle Bourbon, el de la lascivia
que discurre por los salones donde se baila, en los cabarets y en los bares de
mujeres.
En el entusiasmo
artificial provocado por el exceso de cerveza que consumen los turistas que van
en búsqueda de emociones fuertes, y sus mujeres, que quieren divertirse y allí,
atenúan sus parámetros éticos para zafarse con ganas.
Nueva Orleans tiene
restaurantes finos, una calle Royal repleta de galerías de arte con obras de
autores famosos y otros menos conocidos, pero buenos, cuyos trabajos pueden
venderse desde 5 mil a 30 mil dólares.
Pero aún la
intelectualidad se da cita con el jazz, porque esa música surge como de debajo
de las piedras, o de cada baldosa de la
ciudad.
Una ribera del
Mississippi que recorrí en el Natchez, un auténtico barco a vapor, de esos con
las paletas propulsoras a popa, y que da gusto surcar lentamente mientras se va
viendo su vida portuaria, desde la de los cruceros turísticos, hasta la de
cargueros y buques que transportan petróleo, a una refinería que de pronto,
llena el aire con el aroma típico del llamado oro negro.
Y navegando en ese
barco, revivir de alguna manera una historia de los años 20s y 30s, al son de
música de jazz interpretada por veteranos y exquisitos cultores.
También se divisa la
fábrica de azúcar “Domino”, que hace justicia a la producción de caña de
azúcar, uno de los principales cultivos de Louisiana.
Y Nueva Orleans tiene
sus museos, el de la Guerra Civil, el de la Segunda Guerra Mundial, y la
Galería de Arte Contemporáneo (a la que le falta mucho para llegar a ser lo que
uno espera cuando la visita) y el Museo Odgen de Arte Sureño, que realmente
recomiendo.
Un inmenso e
imponente Lago Pontchartrain, que en realidad es un estuario que abarca 69
kilómetros de extensión y 39 kilómetros de ancho, con sus nuevos diques de
contención, para evitar las inundaciones
causadas por huracanes, como ocurrió con el Katrina, y su puente doble de más
de 38 kilómetros de extensión, el más largo puente sobre agua del mundo, que es
atravesado todos los días por unos 42 mil vehículos.
Por otro lado, Nueva
Orleans, tiene algunos lugares de renombre que para el visitante son
ineludibles, como el French Market –donde por un lado se venden a buen precio
frutas y verduras—y por otro lado hay una enormidad de puestos donde se pueden
adquirir joyas, sombreros, cinturones, camisetas, carteras, y un sinnúmero de
aditamentos para la vestimenta.
Allí me sorprendió
encontrar a un grupo de jazz clásico, llamado Tuba Skinny, integrado por gente
joven, en una formación con violín, trompeta, tuba, bombo y tabla de lavar, en
la cual la trompeta la tocaba una joven de apenas 29 años, de nombre Shaye Cohn, realmente estupenda
en cada una de sus intervenciones.
Otro lugar de
obligada visita es el Café du Monde, donde el principal plato son unos
bizcochos fritos casi insípidos de origen francés, llamados beignets, que por
eso mismo son sepultados en cantidad exorbitante de azúcar impalpable.
Y finalmente, como
número uno, el Preservation Hall Jazz Club, en la calle Bourbon, donde se puede
escuchar a excelentes conjuntos de jazz que animan cada noche el club.
Mención especial y
aparte, merece el parque Louis Armstrong, dedicado a la memoria de quien fuera
sin duda la más grande figura contemporánea del jazz. Allí su estatua, y
también la de una gran cantante de negro-spirituals, Mahalia Jackson, tras la
cual está el teatro que lleva su nombre.
La figura de la
ciudad se recorta contra el cielo, por varios edificios de destacada altura (50
pisos), y de formas variadas y llamativas, la mayoría de ellos pertenecientes a
hoteles u oficinas.
Además de una gran
cantidad de fotos, para recordar distintos momentos, traigo conmigo las
emociones de 4 días intensamente caminados y vividos, donde mi avidez por
conocer, contrastaba con la adusta presencia de casonas de los 1700s y 1800s,
donde habitaron famosos personajes.
enigma
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