Cuando escribo estas líneas, lo hago profundamente emocionado, conmovido.
Afortunadamente no somos lineales. Es una bendición que no se nos pueda motejar o rotular, o encasillar, aunque los superficiales lo hacen a diario.
Somos iguamente millones los que alrededor de este hermoso planeta azul, dialogamos con las estrellas, conversamos con las plantas, acariciamos las rocas, y nos sentimos uno con todo el universo.
Somos millones los que sabemos extasiarnos ante una puesta de sol, ante una luna que despunta en el horizonte, los que valoramos el silencio, el arrullo de las olas del mar o el canto de los pájaros. Los que amamos a los niños.
Los que no tenemos vergüenza de llogar, de alegría o de dolor. Los que nos deleitamos con auténtica música, nos dejamos llevar por el ritmo al danzar, nos identificamos con muchas poesías, y al mirarnos a los ojos, dialogamos más que con las palabras.
Pero somos pocos, a pesar de ser millones. Somos pocos. Somos especiales, somos difrentes. Hay algo cósmico y de eternidad que se nos hace presente en nuestro propio ser. Algo que los demás no pueden comprender. Vibramos a otro nivel de frecuencias, somos cuasi transdimensionales.
Sobrellevamos la carga pesada de estar aquí, pero nos arrullamos en un mar de amor que nos transporta hacia un ámbito único y exclusivamente nuestro.
Todo en derredor de pronto desaparece.
Accedemos a una intimidad muy particular, única.
Somos los “tontos” románticos del mundo. Somos los que valoramos enormemente la amistad. Somos los que nos identificamos con los problemas de la sociedad y de otros seres humanos. Somos los que informamos y formamos opinión. Somos los que batallamos por la salud, la educación, y la paz.
Somos adalides de un tiempo sin máscaras. Un tiempo por venir.
Y aquí estamos, en el hoy y ahora, pero esperando.
Buscando siempre SER más, SER nosotros, SER.
enigma
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