“Si a Jerónimo le ganabas el corazón, te daba todo”, decía un sobrino.
A Jerónimo no le gustaban las injusticias, y no era difícil verle enojado o protestando por algo cuando no le gustaba. Pero jamás era de odiar o rencoroso. Jerónimo tenía un alma buena.
La vida no le había sido muy favorable a Jerónimo. Nacido de un hogar pobre, con muy escaso dinero para sobrevivir con cierta decencia, Jerónimo aprendió a andar con pantalones remendados, camisas de sus primos, juguetes de terceros, y en su niñez recordaba haber pasado frío en los inviernos.
Jerónimo nunca tuvo envidia de los que poseían más. Los miraba como quien mira postres detrás de una vidriera…Él se dedicó a capacitarse, a prepararse para la vida.
Y su vida fue toda una lucha, una carrera por superarse. En determinado momento siguió estudios hasta titularse, pero el título que obtuvo –aunque muy merecido y válido—le servía para muy poco. Sólo que le había aportado una mayor cultura general, el conocimiento de temas importantes, y cómo hacer una buena búsqueda para preparar y presentar una buena tesis, un “paper” como suele llamárseles.
Jerónimo trabajaba como ayudante en un estudio de abogados, hacía su dinero que le permitía vivir en su modesto apartamento, frecuentar algunas amistades, y tener una enamorada.
Dentro de todo, Jerónimo estaba conforme. Nunca tuvo la ambición de ser rico. No le interesaba tener un yatch, un avión privado, y varias mansiones en distintas partes del mundo, ni cuentas bancarias en Suiza y las Islas Caimanes. La vida, con sus altos y bajos, transcurría diríase que normal para Jerónimo.
Su salida preferida era una cena semanal con Gladys, su amada. Luego, cine, teatro, algún concierto, las caminatas largas por la playa, el remanso de una tarde bajo un árbol, y las reuniones con sus amigos en torno a un asado, o las “batallas de ideas” cuando se juntaba con los más intelectuales, y discurrían sobre diversos temas mientras saboreaban un buen whisky.
Pero negras nubes de tormenta se cernían sobre su vida, sin que siquiera las intuyera. Pasión, odio y venganza se habían apoderado del hombre oficial de su enamorada, al enterarse de la relación con Jerónimo, y éste sin saberlo, tenía sus días contados.
Una noche, salía de su trabajo en el estudio de abogados, en la zona vieja de la ciudad, y cuando fue a abrir la puerta de su vehículo, alguien de atrás le puso un revólver incisivamente en sus costillas, y le dijo: “dame las llevas y sube al auto”…eso lo escuchó un motorista cuyo coche estaba estacionado atrás del de Jerónimo. Éste no tuvo más remedio que acceder a lo que le pedían, “vas a ir de acompañante” le ordenó la voz, mientras que del otro lado un individuo le abría la puerta. Al parecer Jerónimo subió al auto como le ordenaron, el otro individuo se sentó detrás de él, y así se fueron.
Lo más probable es que quien estaba detrás le tuviese encañonado con un arma, y Jerónimo que jamás se había envuelto en ningún problema con nadie, ni había tenido violencia con nadie, pensó que le querrían robar o algo así.
La angustia que habrá pasado en esos momentos Jerónimo, sólo él la sabrá….
Su cadáver, con el pecho abierto de un enorme tajo y su corazón arrancado como con la mano y dejado aún ligado a su cuerpo exánime, apareció en medio de un enorme charco de sangre, en un terreno baldío a kilómetros de donde había comenzado el viaje.
El gesto de horror en el rostro de Jerónimo revelaba –según el peritaje forense—que Jerónimo fue destrozado en vida. El tremendo tajo en su pecho hasta casi el ombligo, y su corazón arrancado, le fueron hechos directamente…..Sus gritos deben haberse perdido en la noche, sin que nadie averiguara de dónde provenían. El caserío más cercano queda a unos 500 metros del lugar del crimen.
La policía ahora tiene firmes pistas para seguir, a partir de averiguar detalles de la vida personal de Jerónimo, y particularmente su relación íntima. El marido de ésta y un hermano están siendo intensamente interrogados.
El conductor del automóvil estacionado detrás del de Jerónimo, cree haber reconocido a uno de ellos, aunque la oscuridad del lugar, y el hecho de que usaban capuchas, no facilita con seguridad la identificación.
El velatorio de Jerónimo fue impresionante. Casi la muerte de un héroe. La población se volcó masivamente a acompañar sus restos, indignada por la brutalidad del crimen cometido. Sus familiares, sus amigos, los abogados de su estudio y de otros estudios estaban realmente conmovidos, y hasta en el Parlamento varios legisladores se refirieron al horrendo crimen, a la falta de seguridad, y a otros aspectos lindantes más con la política, pero su nombre quedará en las actas parlamentarias.
Jerónimo Álvarez era un hombre bueno, un ciudadano decente. Su único “error” : amar.
enigma
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