El sexo es una fuerza vital y natural que anida en nuestro cuerpo para disfrutar la vida de pareja, para sentir la máxima unión de dos seres, y también, para procrear.
Cuando un ser humano entra en el otro, ambos se hacen uno, tan uno como se los indica la fuerza del sentimiento que les tiene juntos. Tan uno, como el amor que fundamenta la relación.
Por eso, --como bien decía un sexólogo-- cuando el sexo se vive en plenitud, cuando es considerado desde la perspectiva de una actividad humana dignísima, bella, maravillosa, y enormemente disfrutable, debe hablarse de relación afectivo-sexual.
Cuando en cambio lo único que hay de por medio es una especie de funcionamiento de un instinto primario, bien animal, que puede llegarse a desarrollar en pasión, sed de carne diríamos, pero nada más, corresponde hablar de relación meramente genital.
La gigantesta distorsión con que el sexo ha sido visto por siglos, como algo infame, sucio, de lo que se habla en secreto, y se vive a escondidas, ha dado pie a las más grandes aberraciones.
Los curas pedófilos, la homosexualidad (salvo por razones congénitas), y tantas otras desviaciones, son búsquedas desesperadas de una satisfacción que ha sido vedada, perimida, que se ha buscado anular, en otras palabras, son subproductos de una original castración mental, de una brutal represión.
El sexo vivido en libertad, en que los constituyentes de la pareja se aman, se quieren bien, se desean lo mejor, termina siendo un acto de entrega total del uno por el otro, un darse generosamente y sin mengua, para que el otro, o la otra, sea plenamente feliz.
También por esa razón, en la relación afectivo-sexual, no hay lugar para las negativas. El "no me hagas esto", o "no quiero lo otro", o el "¿cómo te atreves a pedirme que te haga tal cosa?", están demás. Y si alguien pone barreras e impedimentos, su amor no es libre, su sexo no es libre, no lo puede vivir en plenitud, y está perturbando la relación de la pareja, que debe ser armoniosa y sin trabas.
La relación afectivo sexual reclama el darse por entero, sin nos, sin peros, y sin exclusiones de nada que se desee y se quiera.
Eso por supuesto no sustenta relaciones sado-masoquistas, que son una desviación traumática también.
En la relación afectivo-sexual, nadie somete a nadie, ni goza en ver sufrir o en dominar por la violencia a la otra parte. Esa es una relación donde lo que prima es el egoísmo de quien domina,es una relación patológica, enfermiza.
La relación afectivo sexual demanda un plano de total simplicidad, sencillez e igualdad. Hacer todo lo que place, de común acuerdo, sin impedimentos artificiales, y con la voluntad de complacer plenamente a la otra parte. Nada hay que haga más feliz a uno, que ver la felicidad de quien nos acompaña.
El sexo está para que seamos felices.
También --y esto hay que decirlo-- la relación afectivo-sexual no está encasillada, embretada, o estrictamente ajustada a que ocurra dentro del matrimonio. En otras palabras, sí tiene total sentido que se dé dentro del matrimonio, pero mayormente se da fuera de él.
Hoy día, nadie espera a casarse para tener relaciones. Tampoco quienes forman pareja se preocupan por casarse. Cada vez en todas partes hay más uniones libres. Personas que se aman, que viven juntas, y no están casadas. Claro que cuando llegan los hijos, cuando hay cuestiones legítimas de propiedades, de herencia, etc. es obvio que la institución legal del matrimonio es un amparo para ese núcleo familiar.
Finalmente, por hoy, una nota más sobre este tema. Cuanto más tiempo lleva viviendo junta una pareja, más corre el riesgo de ir perdiendo la atracción mutua, el deseo de vivir el sexo. Hay como un cansancio, como una rutina, algo así como que cada integrante de la pareja es "terreno concido" para el otro, no tiene ninguna sorpresa, y se pierde el interés. Las relaciones se espacían en el tiempo, se buscan entretenimientos sucedáneos, y finalmente hay un real deterioro.
Allí es cuando están echadas las bases para las relaciones extra-matrimoniales. En otras palabras, hay una necesidad no satisfecha, y se va a buscar afuera del hogar, lo que ya no se tiene dentro.
La responsabilidad no es de una de las partes, sino de la pareja en si y como tal. A la relación sexual --cuando se avanza en el tiempo-- hay que ponerle "sal y pimienta", hay que sazonarla como lo hacemos con la comida. Así como no nos place una comida insípida, así de insípido puede transformarse la relación afectivo-sexual, cada vez más mecánica o casi que por obligación, que afectiva.
Estando en Amsterdam, Holanda, me sorprendió --ya no me sorprendería ahora-- ver a una pareja de mediana edad (ella finalizando sus treintas, él posiblemente en los cuarenta y algo) entrar a un comercio que vendía o alquilaba películas para adultos. Y entre ambos eligieron un par. Luego salieron, se dirigieron a un negocio cercano, donde tomaron asiento en una mesa, en la calle, pusieron sus videos envueltos en una bolsa de nilón sobre la mesa, y pidieron café. Eran las 3 de la tarde.
Desde las caricias a distintas partes del cuerpo, y los besos, como forma del juego previo, hasta estrenar una nueva pose que nunca se usó antes, pasando por ver juntos un video, o un juego de mesa donde las penalidades son irse desvistiendo, o los escenarios tipo teatro donde cada quien en la pareja juega un rol, hasta acciones más decididas y osadas, todo vale y todo sirve para hacer más entusiasmante y placentera la relación. Eso sin olvidar un factor cultural muy importante: el lenguaje.
Hay gente que cuando tiene sexo se convierte en muda. Sólo hace, no habla. ¡Craso error! Ambos, necesitan de palabras, de formas de decir lo que quieren hacerse, o de nombrar las partes de sus cuerpos, pero todo eso conforma un todo indispensable que tiende al entusiasmo mutuo, a la descarga de endorfinas, a la estimulacion y la excitación necesarias, que a su vez provocan deleite y placer.
¡Amigas, amigos, feliz relación afectivo-sexual!
enigma
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