Eso me demostró una vez más, cuán poco sabemos unos de otros los latinoamericanos. De nuestra riquísima cultura, de nuestras respectivas historias y héroes, de nuestras tradiciones y costumbres.
Yo no conocía a Jaime Sabines, hasta que alguien (a quien estoy eternamente agradecido) puso en mis manos un libro preparado por otro intelectual mexicano, Carlos Monsivais, titulado "Los Amorosos - Cartas a Chepita" que es una recopilación de cartas de amor que Sabines enviara a Josefa "Chepita" Rodríguez Zabadúa, quien culminara siendo su esposa.
Y ahí quedé impactado por la fuerza en el decir, que trasunta la potencia de sus sentimientos. Sabines siente la soledad como una especie de muerte. Le invaden la congoja y el hastío. Parece desde el fondo de su alma gritar: ¡quiero vivir!, no más estar solo, en su pequeña pieza.
Sabines escribió mucho sobre la muerte, tal vez porque intuyó que hay una muerte que nos acompaña aunque estemos vivos. La muerte de no amar, o la de no ser amados.
Sus cartas a Chepita, muy sencillas y simples, dicen de su vida de cada día, de cuánto la extraña y cuánto la desea y necesita.
Sabines fue por sobre todo poeta, pero también incursionó en política, perteneciendo al Partido Revolucionario Institucional, el PRI, hoy nuevamente en el gobierno.
Sabines nació en Chiapas, el 25 de Marzo de 1926 y falleció en Ciudad de México (Distrito Federal) el 19 de Marzo de 1999, a los 72 años de edad.
De Jaime Sabines, tengo el placer de compartir con ustedes "No es que muera de amor". Lean lentamente este poema, y saboréenlo en cada párrafo.
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti. Muero de ti y de mí, muero de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos. Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo. Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada, y cierto, interminable. Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos, ahora, separados, del uno al otro, diariamente, cayéndonos en múltiples estatuas, en gestos que no vemos, en nuestras manos que nos necesitan. Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos obscuros e incesantes. Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, de nuestra muerte, amor, muero, morimos. En el pozo de amor a todas horas, Inconsolable, a gritos, dentro de mí, quiero decir, te llamo, te llaman los que nacen, los que vienen de atrás, de ti, los que a ti llegan. Nos morimos, amor, y nada hacemos sino morirnos más, hora tras hora, y escribirnos y hablarnos y morirnos. |
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