Pero cuando yo tenía 18 años y estudiaba en el pre-universitario, tuve el privilegio de tener como profesor de literatura a un gran erudito literario (especializado en Shakespeare) que era Emir Rodríguez Monegal, uruguayo que se radicó por muchos años en Londres.
Y fue él quien me hizo comprar una Biblia, porque como ejemplos de poesía, nos mandó estudiar un salmo, y como ejemplo de prosa, el Sermón del Monte.
Confieso que la lectura del Sermón del Monte me produjo un inmenso impacto. He aquí este hombre Jesús planteando y desafiando a cosas muy altas, o muy difíciles, pero levantando la mira de la mediocridad, y apuntando a una unidad con Dios, a una vida diferente al común de las gentes, con valores fundamentales.
El tema de la fé entonces me intrigó, y coincidió que saliendo del instituto donde estudiaba, una mañana, veo unos carteles que anunciaban una "campaña de evangelización con el Rev. Oswald Smith en el Palacio Peñarol" de Montevideo.
Estimulado por la curiosidad, coordiné con un amigo y compañero de estudios y fuimos tres noches seguidas a escuchar a este predicador canadiense que apelaba a tomar una decisión de fé. Y finalmente tomé mi decisión, pero no pasé al frente. La hice desde mi asiento, y al día siguiente fui a una iglesia evangélica que quedaba a la vuelta del instituto donde estudiaba.
Allí me encontré con un Pastor quien me dijo que era bienvenido pero que los servicios religiosos eran en inglés. Si quería lo mismo en español, que fuera a la iglesia que estaba en Constituyente y Médanos (hoy Barrios Amorín, porque a las calles a veces les cambian de nombre).
Resultó ser la Iglesia Evangélica Metodista Central (por entonces una iglesia episcopal) en buena medida dependiente de fondos y misioneros procedentes de Estados Unidos.
Y allí por primera vez escuché a un Pastor en mi idioma, que realmente me impactó. Tenía una forma de articular las palabras muy suya, muy particular. No era un estilo uruguayo de decir, era un poco diferente. Eso ocurría cuando predicaba desde el pulpito, no tanto en la conversación personal. Sus mensajes eran profundos en contenido, apelaban mucho a razonamientos lógicos, mostraba su erudición en diversos temas, pero a la vez, se expresaba con pasión.
Nunca más, en Uruguay, ni en Argentina, ni en Estados Unidos, encontré a un Pastor que tuviese la enjundia y brillo intelectual de aquel Pastor, mucho menos su pasión en el decir, en transmitir el mensaje de fe.
Tanto, que mi padre se convirtió, y de agnóstico, pasó a ser un creyente militante. Mi madre --hija de italianos católicorromanos-- le acompañó. Ambos disfrutaban mucho de la prédica de ese Pastor joven, vehemente en el decir, y a a la vez maduro en el pensar.
Ese Pastor, que fue mi mentor espiritual, que fue mi Pastor durante toda mi juventud y madurez hasta que me casé a los 30 años, era Emilio Castro Pombo.
Emilio manejaba varios idiomas, entre ellos, el alemán. Talentoso, dedicado, terminó siendo Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias, el máximo organismo ecuménico mundial que reúne a todas las iglesias no-católicorromanas.
Allí ejerció ese cargo hasta jubilarse, y retornar a Uruguay donde años después, falleció.
Y de los tantísimos mensajes que le escuché a lo largo de los años, cada domingo, una frase de uno de ellos, ha quedado grabada a fuego en mi: "No nos cansemos de hacer el bien".
Ponía varios ejemplos de cómo haciendo el bien, se nos devolvía con mal. Cómo podía hasta atacársenos, o ser despreciados, y sin embargo, cuando eso pasara, más cercanos estábamos a hacer nuestra la Cruz de Cristo. Y citaba textos bíblicos donde se describía la desgraciada vida de los primeros cristianos, perseguidos, encarcelados, aserrados, hechos escarnio público, arrojados a las fieras, y muriendo proclamando su fé.
Yde ahí nos traía a nuestro presente, nunca comparable a aquellas cosas terribles, pero donde también podía haber sufrimiento, injusticia, malevolencia....y ante todo eso, desde la perspectiva de la fé nos exhortaba: "no nos cansemos de hacer el bien".
Y nos hablaba de cómo ese bien se transmitía y llegaba a otros, y de cómo aún hecho todo en silencio, sin embargo en algún momento se llegaba a saber del bien que habíamos hecho, y se nos reconocía. De cómo ese ejemplo que dábamos servía para enriquecer la vida de otros, que decidían también hacer el bien al prójimo. Aquello terminaba siendo una cadena imposible de conocer en sus alcances, pero que tocaba la vida de muchos.
Hay personas y hay momentos en nuestras vidas, en que se nos destrata a tal grado, se nos hace tal injusticia, se nos arrincona, discrimina o anula, que estamos tentados de dejar de hacer el bien. Nos cansa ser buenos sin que se nos entienda, se nos considere por ello, se nos comprenda y respete.
No obstante, cuando ese cansancio arredre, seamos más buenos aún, démonos más en bien de otros, aumentemos nuestra carga de amor hasta que les resulte insoportable.
Y esperemos, esperemos con fe que en algún momento ocurra el milagro. El milagro de una vida que con nuestra actitud y nuestro hacer, hemos podido cambiar.
La imagen del Pastor Castro joven --a la sazón pienso que tendría alrededor de 30 años de edad-- es la que tuve de él durante el tiempo en que fue mi Pastor.
La segunda imagen, es la del Pastor Castro ya en sus 60s, cuando le faltaba poco para jubilarse, y seguía muy activo, viajando intensamente, al frente de su cargo en el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra.
Desde este blog, expreso mi gratitud por todo lo que sembró en mí, y en especial esa lección de vida: no cansarse de hacer el bien.
Ojalá muchos la aprendieran y practicaran.
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