El gran maestro de teología Paul Tillich, separaba lo que ser de lo que es existir.
Y para ponerlo bien claro, él decía que Dios es, en tanto el humano existe.
En el ser se conjuga una permanencia eterna, expresada bíblicamente en el Yo Soy, quintaesencia de la divinidad. O sea, Soy el que Soy, el que soy siempre, y por tanto fui, soy y seré.
En el humano habita el ser, pero éste se manifesta en una existencia material tridimensional, y esta existencia es la que tiene un comienzo y un final.
Nuestro ser, que es parte del ser cósmico, imposible de imaginar, menos aún de trazar una imagen del mismo, al cual llamamo Dios, y que mucho mejor aún Tillich llamaba el Ser en Sí, tiene por tanto un contenido de eternidad, puesto en un continente efímero.
Lo que es prima facie tangible para nosotros, lo que vemos, tocamos, es la existencia tangible de cada uno de nosotros.
Pero somos no lo que se ve, se palpa, se huele, sino lo que no se ve, lo que está antes y más allá de nosotros en esta etapa de existencia. Nuestro yo profundo, nuestro yo íntimo, nuestro yo indiscernible por los sentidos. Nuestra identidad propia, única e irrepetible.
Esa identidad propia, única e irrepetible, es la que no desaparece cuando en el proceso transformacional en el que abandonamos esta existencia, y dejamos esta base biopsicofísica que es nuestro cuerpo, --proceso al que llamamos muerte—ocurre.
Son muchos los medicos y antropólogos que nos han citado múltiples y bien establecidos ejemplos de que hay vida más allá de esta vida. Otra vida, o más bien, vida en otro nivel, en otra dimensión, en la que no existimos pero seguimos siendo. Y lo que es más apasionante aún, es que mantenemos conciencia de nuestra identidad.
Esta semana que pasó, me tocó acompañar la experiencia de mi madre, luchando por seguir existiendo, pero a punto de haber podido dejar de hacerlo.
Hace poco un amigo del alma, pasó por una experiencia similar, y sigue estando entre nosotros.
Pero estas experiencias del encuentro y del contacto a través de otros, con la perspectiva cierta de dejar en algún momento de existir, nos ayuda a reflexionar sobre el valor que tiene esta existencia de la cual ahora disponemos.
Y por otro lado, le quita todo poder terrorífico a lo que llamamos muerte. No, la muerte, el dejar esta existencia no es nuestro fin, sino el fin de una etapa de quienes somos. Una etapa que fue precedida por otra vida anterior, que también abandonamos. Me refiero a la vida intrauterina, para la cual un día morimos, y ese día, es el que desde esta dimensión existencial llamamos nacimiento.
De lo cual aprendemos que, para pasar de una vida a otra, es menester abandonar la anterior.
Entonces, cuando nos animamos a pensar por un instante en que cada día de nuestra existencia es una posibilidad que se abre como una página en blanco para escribirla con lo mejor que tenemos dentro, debemos ser agradecidos al Ser en Sí por la posibilidad que nos da, y no estropearla sino aprovecharla al máximo, para crecer ya no en estatura física, sino en la estatura de nuestro ser interior.
Y por sobre todos los factores que contribuyen a ese crecimiento interior, hay uno que es el máximo, el superior a todos, pues es el que tiene una conexión directa con la esencia misma del Ser en Sí: el amor.
enigma
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