Es bueno reflexionar sobre esta pregunta.
Porque hay personas que creen que si existe una relación de amor en la pareja, esa relación les obliga con decreto “ad aeternum” a estar unidos, juntos, a no poderse separar, ni siquiera circunstancialmente, para que ella vaya de compras con sus amigas, y él a ver un partido de fútbol con sus amigos.
Hay quienes piensan que siempre deben estar los dos juntos, en todo lo que puedan. ¡Menos mal que en general, las horas de trabajo se salvan!, pero en todo lo demás, lo conciben como una existencia en que tienen que vivirla pegados, como estampilla al sobre.
Pues la realidad nos indica a diario todo lo contrario.
Dos seres por más que se amen, y claro está que si ello ocurre querrán estar juntos lo más que puedan, no obstante, no deben perder nunca su indivudalidad, su caracter propio, su impronta personal, su manera de ser y hacer. No deben desdibujarse, anularse, porque el amor tiene que haber surgido de reconocerse tal cual son, y no de una imagen hipócrita de cada uno.
De modo que aquello de “hasta que la muerte nos separe” es un anticuado formulismo que sólo ha quedado como recitado en las ceremonias matrimoniales –no en todas, tampoco-- y que debería ser sustituído por “hasta que así lo queramos o la muerte nos separe”, lo cual tendria muchos más sentido y se aplicaría claramente a la vida tal cual es en este Siglo 21.
El amor auténtico, entonces, no tiene cadenas, no puede tenerlas. Si las mismas aparecen, entonces deja de ser amor, para ser una relación obligatoria y sin alternativas. Una especie de “dictadura matrimonial”, que impone condiciones, y demanda acatamiento total.
Frente a eso, se yergue el amor libre. O sea el amor vivido en la libertad de cada uno de los integrantes de la pareja, de ser espontáneamente tal cual son, sin más ataduras que las que surjan del sentimiento que les une, sentimiento que nunca puede determinar la anulación del otro, o la otra.
Y por la misma razón de que el amor no tiene cadenas, y no puede imponerse, cada quien es libre de amar todo el tiempo, o un tiempo, y luego cambiar de sentir o de parecer. De pronto, de descubrir que lo que creía era amor, era una atracción muy especial, pero que no llegaba a asumir el nivel del amor fuerte, intenso, profundo.
Tal vez era un arrebato pasional. Tal vez un entenderse de la pareja en la relación afectivo-sexual, pero poco más, si la pareja quería ir más allá en la vida.
Y para esa situación en que cada una de las partes, o una parte de la pareja, descubre que ya no siente lo que creyó sentir, tampoco pueden haber cadenas, sino que tiene siempre que haber libertad.
Es esencialmente la libertad de ser, de ser uno mismo, y la libertad de elegir. De elegir el tipo de vida que queremos, y con quién queremos vivirla.
Y eso, debe ser respetado, comprendido, y aceptado por la otra parte, aunque duela, aunque se sienta que de pronto el mundo se viene abajo, que todos los sueños, ilusiones, anhelos, esperanzas y situaciones esperadas, imaginadas, se desploman.
¡Claro que es una experiencia desagradable!, pero en aras de los valores profundos del respeto mutuo, así debe ser.
Y si una de las partes ha amado, y la otra descubre que no sentía amor, la parte que ama, por ese mismo amor, debe estar dispuesta a aceptar la realidad tal cual es.
No puede forzar a la otra a ser como no es, o a hacer lo que no está dispuesta a realizar.
El amor es una fuerza liberadora, no encadenadora.
De modo que en la libertad del amor, todo es posible. También, el adiós.
enigma
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