Es sin duda un don. Un don no propio, sino dado o adquirido, adquirido de a poco, en tanto se acrecienta en uno hasta transformarse en parte de uno mismo.
Para mi tener paciencia no es facil, nunca lo fue.
Reconozco que por naturaleza soy impaciente. No me gustan las amansadoras, las esperas, en el médico, el dentista, la fila para sacar una entrada, o para pagar una cuenta.
No me gusta tener delante a un conductor lerdo, que me hace perder tiempo inútilmente. No porque vaya apurado, pero por no perder tiempo en tanto que tal.
Pero ahora, he sido puesto a prueba, y aunque a veces y por momentos fallo, sin embargo noto un cambio en mi mismo del cual soy el primero en asombrarme.
Las circunstancias que me rodean demandan mucha paciencia, abundante paciencia, tolerancia, benignidad, comprensión, en definitiva, amor.
Y me doy cuenta, que he ido creciendo por dentro en muy poco tiempo, pues ahora tengo más paciencia que antes, tolero más cosas que antes me ponían de mal talante, suelo responder de manera más cortés, o simplemente resto importancia a circunstancias que en otros momentos hubiesen tensado mis nervios.
Aún estoy aprendiendo, aún estoy en el proceso de ser mejor, pero paso a paso me doy cuenta que lo voy logrando.
Es interesante que el Apóstol San Pablo, en su carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 22 y 23, define a la paciencia como uno de los dones del Espíritu Santo.
Escribe allí Pablo: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
Hallo que muy ligada a la paciencia está la templanza.
Pero lo más importante es que primero que nada –como no podía ser de otra manera— Pablo menciona al amor, de ahí el gozo, de ahí la paz, de ahí todo lo que sigue.
Paciencia entonces, don divino del que podemos hacer uso, si llegamos a darnos cuenta cuánto vale para nuestra propia salud espiritual y física.
enigma
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