No hay razón para el amor, ¡el amor es la razón!.
Es la sinrazón que a nuestra razón se hace. (evoco a Cervantes!, claro).
¡Y es tan hermoso amar, poder amar! Y ¡es tan hermoso ser amado!
No hay palabras para describir la dicha enorme que eso nos proporciona. Cómo nos da seguridad en nosotros mismos, cómo reafirma nuestro propósito de vida, cómo nos dinamiza, cómo acrecienta nuestra fé.
De pronto alguien nos asalta con la pregunta: ¿pero…cómo puedes amar a esa persona?
Y luego puede venir una retahíla de objeciones. Algunas tal vez aceptables, pero en el fondo, todas incompatibles con el sentimiento que nos integra y nos mueve.
Porque a quien formula las objeciones, se le está escapando el factor fundamental: el mismísmo amor que estamos sintiendo.
No es que idealicemos a la otra persona. No es que nos obnubilemos o ceguemos para no ver sus falencias o defectos –reconociendo además los propios-- pero cuando estamos juntos, esos defectos desaparecen como por arte de magia.
El cariño, los mimos, la ternura, la dulzura pasan a un lugar preponderante. La búsqueda de entendimiento, la dicha de estar juntos….¡eso lo supera todo!
Y no se trata de pasar momentos agradables, se trata de encarar juntos la vida, con sus altos y bajos, sus desafíos, sus alegrías y penas, ¡pero juntos!
Porque finalmente el amor requiere, demanda, exige, el compartir.
El amor es el fundamento para un vínculo no momentáneo, o esporádico, sino permanente.
Yo conozco a un par de parejas que han podido –¡casi es de novela!—superar la distancia geográfica y en tiempo, vinculándose por Internet.
Cierto que no es el vínculo ideal, que no sustituye en manera alguna el encuentro personal, pero sirve a los propósitos de un contacto sostenido, permanente en el tiempo y a pesar de la distancia.
Y el tema es: se ama, o no se ama. Cariño, querer, es una cosa. Amar es otra, mucho más amplia y profunda.
Yo tengo una cantidad de amigos y amigas a quienes quiero mucho. Realmente ¡mucho!
Pero mi corazón sólo pertenece a la persona que amo.
Y es obvio, que el amor exige reciprocidad.
No tiene sentido que una parte ame y la otra sólo quiera. Que para una parte, ella o él, estén presentes todo el día, y sean el impulso de sus vidas, (eso que alguien definiera muy bien con la frase: “no puedo vivir sin ti”) y que para la otra parte signifique un recuerdo que se hace presente en ciertos momentos del día en que le dedicamos atención y nada más.
El verdadero amor nos hace estar pendientes y dependientes de la otra persona.
Pendientes de su salud y bienestar. De sus problemas y sus soluciones. De su cansancio y su energía De sus penas y alegrías. De su trabajo y sus vacaciones. En fin, de su vida toda.
Dependientes de todo lo que nos diga, comparta, sienta, y desee estar con nosotros.
Amiga, amigo: ¿cuál es tu experiencia?
Ernesto Cortázar: Nuestro Amor Nunca Muere
enigma
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