Viven de sus antojos y pretenden que todos les sigan sus gustos y disgustos, sus estados de ánimo cambiantes, sus idas y venidas, sus proyectos y planes.
Buscan imponerse de alguna manera. Hay que ir donde ellas van. Hay que acompañarles donde a ellas se les antoja. Hay que pensar como ellas piensan....
Pueden llegar a ser violentas, de palabra o en los hechos.
Por prudencia, por respeto inicial, por bondad natural, una primera reacción puede ser la de no contradecirles, ver hasta dónde llegan, seguirles la corriente --como suele decirse-- en la esperanza de que tratándonos, vayan cambiando.
Pero la ilusión no puede durar por mucho tiempo, porque esas mismas personas se encargan de destruirla. Y lo hacen con su manera de ser.
Es allí cuando nuestra bondad, nuestro trato respetuoso, nuestra consideración, el afecto que hemos podido desarrollar a pesar de todo, tienen un punto máximo y un límite.
Que seamos buenos, comprensivos, tolerantes, condescendientes, no quiere decir que seamos apáticos, indolentes, que las cosas no nos importen, y que no tengamos capacidad de reacción.
Que tengamos bondad, no significa que estemos dispuestos a perder nuestra propia dignidad personal, el respeto que se nos debe como personas, o que aceptemos transar con el insulto o el trato insolente.
Bondad es una expresión de fortaleza interior, de riqueza espiritual, nunca de debilidad o cobardía.
Estamos por sobre quien nos puede herir con sus actitudes, lastimar con sus palabras, y dañarnos, aún inconscientemente.
Nuestra bondad es un valor activo, positivo, que se expresa no sólo en palabras sino en hechos concretos. Hechos que desafían a la otra persona a ahondar en nuestro ser para entendernos cabalmente. Hechos que le demuestran cómo debe ser el relacionamiento humano, justo, equilibrado, armonioso, y con sincero amor.
Tal vez una de las expresiones más antiguas y más hermosas en ese relacionamiento humano es aquella que se resume en una palabra: paz.
Paz no es la ausencia de violencia simplemente. Paz es una vida rica en valores, rica en amor para con los otros, una vida en crecimiento constante, una vida que se da en ayuda a otros, que es solidaria, que es sensible.
Por eso, el saludo dominical que estamos acostumbrados a intercambir, no es un mero acto protocolar, o una simple costumbre vacía de contenido. Todo lo contrario. Está llena de lo mejor que podemos desearnos mutuamente: "la paz sea contigo", y la respuesta: "y con tu espíritu"
Desearse mutuamente la paz, es desearse la abundancia de la vida, también en lo material. Significa prosperidad.
Pero una prosperidad auténtica comienza por buscar ser justos en nuestro trato con nuestros semejantes. Nunca abusivos, prepotentes, jactanciosos, pendencieros.
Todo eso aparece íntimamente, indisolublemente enrabado con la bondad.
Tener bondad pues, tiene su rédito. Es verdaderamente algo superior.
¡Que nadie confunda entonces bondad con apatía!
enigma
Textos protegidos por derechos de autor
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