"Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.
Cuánto más alto volamos,
nos duele más la caída.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.
Aquella simple aventura,
sin vocación de semilla,
echó en el tiempo raíces,
abriendo viejas heridas.
Mi corazón no rechaza
nuestra pasión escondida,
mas mi razón se la lleva,
por ser la fruta prohibida.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.
Soy el otoño y te debo
tu primavera encendida.
Te están brotando las hojas;
ya se han caído las mías.
En un profundo vacío
de soledad compartida,
voy a velar ilusiones,
que van quedando dormidas.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.”
qué cosas tiene la vida.
Cuánto más alto volamos,
nos duele más la caída.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.
Aquella simple aventura,
sin vocación de semilla,
echó en el tiempo raíces,
abriendo viejas heridas.
Mi corazón no rechaza
nuestra pasión escondida,
mas mi razón se la lleva,
por ser la fruta prohibida.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.
Soy el otoño y te debo
tu primavera encendida.
Te están brotando las hojas;
ya se han caído las mías.
En un profundo vacío
de soledad compartida,
voy a velar ilusiones,
que van quedando dormidas.
Qué cosas tiene la vida, Mariana,
qué cosas tiene la vida.”
Cierto. A veces volamos muy alto. Volamos alto con nuestra imaginación, con nuestro sentir, con el corazón que nos late muy fuerte, con todo nuestro ser que clama por amor y quiere amar.
A veces, es como si nos tomara un viento fuerte, que nos eleva por los aires, y subimos prendidos y prendados del extraordinario vuelo.
Volamos con nuestra imaginación, con nuestros deseos, con imágenes de un futuro, con nuestros anhelos y esperanzas.
Y tal vez por eso de ir muy alto, porque aspiramos el cielo, nos duele más la caída.
Y la caída es a una realidad tirana, que se nos impone como la que indican las normas éticas, la hipócrita cultura en que estamos inmersos, y las buenas costumbres.
Y no se trata de salvar apariencias, o de ocultar una realidad.
Mas bien se trata de tener que aceptar a regañadientes, tensando los músculos, apretando nuestros labios para no proferir palabra, que la vida nos llevó por diferentes carriles, y que si bien hay un punto de encuentro, hay un punto en que nuestros carriles se entrecruzan, no es más que para que cada uno siga por su vía, con destino diferente.
Y les confieso, me duele hasta los huesos, tener que aceptar esa realidad tirana, porque ¡qué no daría porque todo fuese diferente!
¡Que no daría porque se acabaran tu llanto y mi soledad!
¡Qué no daría por modificar radicalmente nuestras vidas, aunque nos critiquen, aunque no nos comprendan, aunque nos condenen, si de esa manera, nosotros encontrásemos nuestra felicidad!
¿Por qué prolongar lo que puede ser modificado?
Ah! porque hay que respetar normas y leyes, porque no es ético proceder de otra manera, porque (a mi no me importa) qué dirán los demás, porque ya hay cierta vida estructurada de una manera, y yo no tengo derecho a revolucionarla, a alterarla por completo, a ponerla al desnudo para dejar en claro que es una entelequia que se cae sola porque ya carece de los elementos que alguna vez la sustentaron.
Pero lamentablemente, el partido no se juega entre dos. El partido tiene otros actores, y esos otros actores son inocentes, son ajenos a todo el drama. Ellos viven su normalidad cotidiana, ellos necesitan el cobijo, el sostén y el amor que sólo ciertas personas les pueden dar. Ellos tienen entonces de pleno derecho, la preminencia total.
Y ante eso, sucumbo, me tengo que batir obligadamente en retirada, y tal vez diga como Alberto Cortez, que lo único que me quede sea “velar ilusiones que van quedando dormidas”.
La calma, la inmensa y horrenda calma de la soledad, y de la nada.
Una vez, alguien escribió maravillosamente:
"¡No estoy de acuerdo con la calma!…
¡No!,¡no!, ¡no!
No estoy de acuerdo con la calma... no me gusta la quietud... ¡no!, los instantes de la vida no pasan, se quedan y permanecen, nos marcan y dejan cicatrices y no, no se diluyen... y si, la ola del mar con el tiempo desgasta las piedras y ya no son las mismas rocas... las desmorona y las convierte en arena... y la arena ya es parte del mar...
Y la nube del cielo, genera tormentas... y esos relámpagos que gritan en la obscuridad... y ya los escuchamos y nos conmovieron... no se pueden apagar...
¿para qué impedir la anormalidad?, ¿y para qué acallar esa voz que ya nos llamó?... ¿y para qué pretender que todo sigue igual?... ¿por qué queremos que todo quede igual?... ¿por qué?..."
Ah! bravura estupenda del decir, y del sentir.
Rebeldía absoluta e intensa. Voz a corazón abierto.
Pero…viene luego la reflexión, viene luego el deber, los compromisos asumidos, la realidad de la vida y sus cosas. Y éstas se imponen de tal manera que terminan por anularnos, por no dejarnos ser, por reducir nuestro querer, a un querer que fuera lo que termina no pudiendo ser.
¡Qué cosas tiene la vida!
Ah! si fuese tan facil cambiarlas, deshacer nudos, allanar caminos….
Pero de toda experiencia debemos extraer los frutos mejores. De toda vivencia interna, una lección, y por sobre todo experimentar la íntima y secreta certidumbre de la hermosura de nuestros sentimientos, limpios, dignos, sinceros.
Esos sentimientos nobles y superiores que se estrellan contra un grueso muro de imposibilidades, pese a locual tenemos conciencia de la belleza de lo que hemos sido capaces de desarrollar y de vivenciar.
¡Qué cosas tiene la vida!
Mientras esto escribo, no puedo evitar que se enrojezcan mis ojos, y que a pesar de todo lo dicho y considerado, desde lo más profundo de mi ser, se yerga como un grito sordo y deseperado una interrogante fundamental: ¿acaso no tenemos derecho a ser y a vivir un futuro como nos merecemos?...
enigma
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