Suele decirse a que en el sacramento operan los misterios divinos, o sea, "lo que, estando fuera de la comprensión natural, puede ser conocido solo por revelación divina".
La fe, ciertamente es una vía de conocimiento experiencial (no experimental),por la cual podemos llegar a entender la presencia divina en nosotros, inteligir como esa presencia opera en nosotros, y cómo podemos mantener una unión con esa presencia, mediante el Don del Espíritu Santo, o sea el espíritu divino que es despertado en nosotros cuando accedemos a la experiencia de fe. Es la herencia que Jesús nos dejó al partir.
Vaya todo esto dicho como preámbulo para lo que me voy a referir a continuación. La Eucaristía, nombre que viene del griego y que significa "dar gracias", es un acto mediante el cual compartimos la mesa que Jesús ofrece a sus discípulos. Es esa Santa Cena, en la cual Jesús instituye un Nuevo Pacto que viene a sustituir al arcaico pacto de Abraham.
Por este nuevo pacto, aceptamos el sacrificio de Jesús y lo incorporamos a nuestras vidas, consagrándonos a amar, a servir al prójimo, y aún, a dar nuestras mismas vidas en bien de otros. Eso y no otra cosa significan las palabras "Hagan esto en memoria de mi". El "hagan esto" no es beber el vino y comer el pan, sino que signfica estar dispuestos cual Jesús, a llevar nuestra propia cruz, en bien de otros.
La comida que Jesús nos ofrece es Vida Eterna, vida que trasciende esta existencia. De eso se trata esencialmente.
Cuando pues aceptamos su invitación de beber el vino y comer el pan, nos hacemos uno con Él en su suerte, suerte de crucifixión, muerte y resurrección. Ese es el Nuevo Pacto que Él sella en nosotros.
Ahora bien, según una doctrina procedente del Siglo XI, (Hildebert de Lavardin, Arzobispo de Tours) que se desarrolló y aprobó en el Cuarto Concilio de Letrán en 1215, se sostiene por parte de la Iglesia Católicorromana que lo que ocurre durante la Eucaristía al consagrar el pan (para ellos la hostia) y el vino, es una transubstanciación. Si bien en apariencia la hostia sigue siendo tal y el vino lo mismo, sin embargo se transforman realmente en la sangre y la carne de Cristo. En otras palabras, el pan y el vino han sido transubstanciados, o sea han sido cambiados en su sustancia.
Demás está decir que alguien formado en el desarrollo de las ciencias y la tecnología que han dominado el Siglo XX y continúan su impetuoso avance en este Siglo XXI, no puede aceptar arcaicos conceptos venidos de los siglos XI y XIII, absolutamente reñidos con la realidad.
¿Por qué me he puesto a escribir de este tema hoy? porque un caballero escribió en su página de Twitter algo realmente escandaloso, pero que es consecuencia del concepto de transubstanciación. Escribió ese caballero: "hoy comeremos un pedacito de Dios en la Eucaristía. ¿Comprendes eso? Es un extraordinario misterio. Y así es, por la fe." Con los debidos respetos, yo diría que así es por la idiotez humana.
Lo que este buen señor está diciendo escandalosamente, es alabando la práctica de la Teofagia, que implica comer a Dios, y además, "un pedacito", así que ¡¡¡es un Dios desmembrado!!!
Pues yo le diría a este señor que si cree que se comió un "pedacito de Dios", que piense luego de digerirlo en qué se va a transformar ese pedacito, y cómo va a terminar en el inodoro...
La fe no anula la razón, sino que la demanda y la exige.
La fe no nos transforma en estúpidos que aceptamos a pie juntillas cosas que pudieron funcionar para la mentalidad y la cultura de hace 10 siglos, pero no para la actualidad.
Yo entiendo el pan y el vino, como un símbolo del cuerpo y la sangre de Jesús, que se dio por nosotros, estableciendo así la base para el pacto que nosotros, voluntariamente, si aceptamos la invitación a su Cena, hacemos con él en el acto de dar gracias (eucaristía).
Damos gracias por su vida, sus enseñanzas, su poder divino, damos gracias por el ejemplo de su entrega hasta la misma muerte y muerte de cruz, y damos gracias por su resurrección, por haber abierto el camino que nos hace comprender que luego de esta existencia, seguimos viviendo.
Hacemos conscientemente nuestra Su suerte, al sellar un pacto con Él. Pacto de amor, de servicio, de caridad, de entrega y sacrificio en bien de otros. Así Jesús se hace presente en nosotros, así su presencia divina está en nosotros y nosotros en Él.
No, ciertamente en la Eucaristía, no cometemos un acto de Teofagia, repugnante a nuestra sensibilidad y a nuestra inteligencia. Definitivamente, no "comemos un pedacito de Dios".
Y que nadie enseñe eso a los niños, porque es aberrante de todo punto de vista. ¡Qué idea más horrenda estaríamos inculcándoles!
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