Al aproximarse Semana Santa, no está demás hacer algunas reflexiones.
La primera de todas es que lamentablemente, quienes mejor deberían encarnar el sentido de esta Semana, para presentarla renovadamente al mundo, están adoleciendo de terribles falencias, de pecados capitales, de degeneración.
No que se pretenda que los feligreses de cualquiera de las iglesias cristianas sean ejemplos de vida pía y devota al 100%. Pero sí que sus representantes por excelencia, sean éstos católicorromanos o protestantes, estén a la altura de los votos que han pronunciado y de su consagración a una vida diferente. Y si no, lo mejor que pueden hacer es dejar de pretender ser guías espirituales de otros humanos, y volver al mundo secular del cual emergieron, sin más.
Ese déficit y esas falencias, están costando gravemente una credibilidad acerca de quienes tienen a su cargo difundir justamente el contenido esencial de la Semana Santa, y por ende, hay un costo colateral lamentable, en la pérdida de fe, en el desvío hacia otras creencias que vienen a suplir las fundamentales, y especialmente, en un cinismo a nivel público, en el cual ya los valores que se supone deberían permear la sociedad no sólo están en tela de juicio, sino tan desacreditados, que cada quien trata de vivir su vida según su leal entendimiento y así van las cosas.
La confusión reina por doquier, se proclaman como derechos y virtudes lo que décadas atrás –no hay que ir muy lejos— eran actos aberrantes, desviaciones, o problemas psicopatológicos de la personalidad. Y hay una general tolerancia para lo que sea no importa qué, con tal que la gente se sienta cómoda, feliz consigo misma, y no moleste o moleste poco a sus vecinos.
Por supuesto que las iglesias mismas deberían haber sido a esta altura de la historia mucho más sinceras, explícitas, y honestas en explicar muchas cosas que están en la Biblia y que a los jóvenes del Siglo XXI no les dicen nada, o no pueden siquiera entenderlas, o les resultan absurdas o ridículas.
Por supuesto también que hace rato que algunas iglesias recalcitrantes y ultraconservadoras deberían dejar de idolatrar a la Biblia, de pretender la infalibilidad sus textos, o un sentido prescriptivo que anula el conocimiento científico, y por el contrario deberían haberse valido de la ciencia para hacer entender muchas cosas que son un misterio para quien nunca se ha allegado al libro de los libros. Pero nunca lo harán, se sabe.
Y otros, han abjurado totalmente del texto bíblico y sólo lo usan como un trampolín para jugar con ideas extraídas de ideologías político-sociales, y hacer creer a algunos que las posturas que sostienen, y los mensajes que proclaman, tienen base bíblica, cuando sólo tienen base ideológica, y la Biblia es un pretexto.
También esta corrupción entró de lleno en las iglesias de América Latina, por ejemplo, hace 40 años, y aún hay nostálgicos que viven de ese enfoque, y pretenden seguirlo dándolo como si fuese válido y auténticamente cristiano.
Pero todo esto tiene su sentido, por haber hecho de Emmanuel (Jesús) objeto de adoración, y del estilo de vida que él proclamó y al cual llamó, una religión más.
Pero Jesús no fundó ninguna religión, eso fue cosa de Pablo.
Jesús enseñó los fundamentos esenciales de una vida auténtica, en la cual el Ser en Sí desempeña un papel central: no somos autónomos, somos heterónomos.
Pero de eso se trató cuando él habitó entre los seres humanos: de una forma de vida que proclamaba contra todos los poderes humanos, el poderío único y exclusivo del Ser en Sí (Dios). Una forma de vida sencilla, solidaria, compartida, y de verdadera sinceridad, honestidad y autenticidad.
Un estilo de vida que se resume en dos frases, que son dos principios cardinales: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” y “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”
Y eso es todo. De eso se trata. Nada menos.
enigma
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