A lo largo de nuestra existencia acumulamos por cierto, una gran cantidad de experiencias, y vamos a través de ellas, adquiriendo pericia, conocimiento.
De tanto en tanto, siento que debo compartir ese conocimiento con quienes me leen porque puede serles útil. Personalmente no pierdo nada en compartirlo, y por el contrario puedo ganar en consideración de quienes aprecien y valoren la experiencia que uno ha acumulado.
Hoy me voy a referir en particular a un aspecto que nos puede tomar de sorpresa, en muy buena medida por lo impensado, no imaginado, imprevisto.
Se trata de lo que nos puede ocurrir cuando tratamos a personas de otras culturas, o de niveles culturales diferentes.
En el primer caso, se trata de alguien que está totalmente fuera de nuestros patrones de referencia culturales. Por ejemplo, si tratamos con alguien de algún país asiático.
Hay normas, usos y costumbres, que nos son totalmente ajenos a nosotros, occidentales y además, latinoamericanos, o aún estadounidenses.
Y no me refiero a ciertas habituales inclinaciones de cabeza con que japoneses y coreanos se saludan, o al juntar las manos, propio de los habitantes de India.
Se trata de las formas que esas personas pueden tener, para interpretar y entender nuestros pensamientos, sentimientos y actitudes. Se trata de que sean de ciudad o de áreas rurales, de que sean muy tradicionales, o se hayan modernizado, u occidentalizado.
Cuanto menor es la adaptación a occidente, cuanto más cerrado es el círculo de personas que componen su entorno inmediato y diario, menos será posible hallar un terreno común y un entendimiento a fondo sobre ciertos temas.
Son personas en las que pesa demasiado la tradición, la familia, etc. como para liberarse de esas ataduras e integrarse a un mundo cultural totalmente diferente.
El otro caso es el de personas occidentales, que sí pueden hasta hablar nuestro mismo idioma –aunque tratándose de América Latina estarán llenas de modismos y nombres muy particulares para diferentes cosas— y que, en función inclusive del título universitario que pueden poseer, tendemos naturalmente a considerarlas aptas, capaces, inteligentes, pares con nosotros que procedemos de otras partes del continente.
Y tampoco es así. Porque los niveles universitarios son muy variados de un país a otro, y no puede darse por sentado que si una persona ha alcanzado ese nivel, es capaz de comprender a cabalidad, de interpretar correctamente, y de acceder adecuadamente a nuestra manera de pensar, sentir, opinar y actuar. Ni que tenga la misma sensibilidad.
Sin menospreciar a ningún país, es facil darse cuenta que no existe un patrón de currícula, de exigencais académicas, de años de estudio, de nivel de los profesores, etc. igual en distintas universidades oficiales. Y no sólo en América Latina, sino también, por ejemplo, en Estados Unidos. ¡Ni qué hablar entre las privadas!
Así pues, una Licenciatura o una Maestría en Santo Domingo, no es lo mismo que una adquirida en Chile, o en Uruguay.
Más allá de los aspectos que definen a cada personalidad, hay también una especie de barrera, o en este caso más bien de brecha que no es fácil de franquear, aunque en principio lo parezca.
También la tradición, las costumbres, un desarrollo cultural del país de donde procede la persona que es diferente, o está desacompasado con el ocurrido en otros lares, determina un desfasaje cultural, -en este caso mayormente de nivel- que lleva a malos entendidos, incomprensiones, limitaciones de captación, y actitudes que afectan seriamente una relación interpersonal.
Sí, hay personas en sus 38 o 40 años de edad, que bien podemos definir como adultos jóvenes, que deberían vivir plenamente integradas a este Siglo XXI, y sin embargo en su ámbito familiar y de relaciones, mantienen valores y formas de entender las cosas que corresponden a los comienzos del Siglo XX.
Hay pues que tener mucho cuidado en este tipo de relaciones. Muchas veces hay que preguntar por el significado y alcance de algunas palabras o expresiones. Hay que esclarecer ideas. Porque es facil caer en la trampa de creer que alguien de Puerto Rico, se expresa y entiende las palabras con idéntico valor que un rioplatense, por ejemplo. Entonces, lo que para un rioplatense es inofensivo, o normal, y claro, para la otra persona puede resultarle muy diferente.
Con esto no quiero decir que imperiosamente, necesariamente y sin otra posibilidad, las mejores relaciones humanas las vamos a tener con personas de nuestro mismo país de origen. No, en manera alguna.
Hoy por hoy, por ejemplo, tengo muy poca afinidad con la mayoría de los habitantes del país que me vio nacer y en el cual crecí y viví activamente décadas. ¿Por qué?, porque sólo un muy escaso número de personas tiene el nivel cultural que nosotros –de generaciones anteriores- tuvimos la oportunidad de lograr. Y porque desde el lenguaje a las costumbres y formas de entender la vida, valores, etc. todo ello ha cambiado demasiado como para sentirme identificado con la realidad actual.
Y no es cuestión que se explique por razones generacionales. No.
Es cuestión de un descenso pronunciado y grave de la educación formal en el país, de la familia como elemento formativo fundamental de las personas, y de los valores que permean a una sociedad toda.
Personalmente me siento muy cómodo cuando estoy rodeado de gente joven. Pero de gente con un nivel cultural sólido, bueno, adecuado, elevado.
Siento en cambio un rechazo visceral por la ordinariez, doquiera sea. Me rechina la ignorancia y más aún, no soporto a los/as ignorantes enfatuados/as, ni comulgo con la mediocridad.
De eso en esencia se trata, cuando me refiero a la interacción entre personas que se supone pertenecen a una misma cultura general, que hablan un mismo idioma, y que supuestamente pueden entenderse a las mil maravillas.
Espero que esto les sirva. Es una lección de vida que he aprendido.
enigma
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