Una madre jovencita, un hombre maduro que le tocó ser su esposo luego de haber echado suerte entre varones sobre quién se haría cargo de ella.
Ni en un mesón hubo lugar para esta mujer que tuvo que parir en un pesebre, el lugar de refugio de animales, en medio de los olores propios de las excrecencias de éstos.
Esa es la cruel realidad de este nacimiento. Un nacimiento en la marginalidad.
Y el ser que viene, será también un marginado de una sociedad fluctuante en sus valores, o carente de ellos. Confundida por las exigencias de los líderes religiosos a los que Él (Emmanuel) enfrentará con firmeza y valentía. Los mismos líderes religiosos que en las sombras complotarán para hacer que un pusilánime gobernador romano sea el brazo ejecutor de una muerte decretada, y planificada por aquellos rabinos y sacerdotes de su tiempo.
Este que nace no viene a crear una nueva religión en el mundo. Y el surgimiento del cristianismo como religión es una total traición a la esencia de su mensaje, que plantea un estilo de vida, y una conciencia planetaria y holística, en un vínculo personal con el Ser en Si que está en nosotros, nos abarca y nos supera. Ese a quien Él llama Padre.
Todo lo que se ha construido en torno a su persona no deja de ser una desviación de sus enseñanzas y su estilo de vida, de los valores que Él pronunció en el Sermón del Monte, en sus parábolas, y en la Gran Parábola que es su vida, muerte y resurrección.
Toda la pompa, el oropel, las reliquias, las adoraciones a imágenes, la idolatría a la Biblia misma, son blasfemias ante Su persona y enseñanzas.
Su propuesta es simple, sencilla y profunda a la vez: "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento más importante que éstos.
Es hora de despejar el camino de todas las desviaciones y torpezas que los siglos han acumulado para dejar ver nítida la imagen de Aquel que nos enseñó a jugarnos por una causa válida, sin violencia, con amor sacrificial, dando lo mejor de nosotros mismos.
Porque en ello encuentra sentido la existencia toda, y ese es el Camino hacia la vida eterna.
Navidad no es el encuentro de familia y amigos en torno a una mesa para comer y beber en exceso (¿celebrando qué?), bailar y hacer ruido con petardos y fuegos artificiales. Menos aún es el repugnante comercialismo y consumismo en que caen las masas, digitadas por aquellos que sólo tienen como dios al dinero, o el deliberado ocultamiento de la razón fundamental de la celebración, el nacimiento de Jesús, tras las imágenes de Papá Noel, Santa Claus, o como se le quiera llamar.
Bien lejos de toda esa absurda mundanalidad, Navidad es un momento de recogimiento para meditar acerca del verdadero sentido y valor de la vida, y de la vida personal de cada uno de nosotros. Es el tiempo para que nazca en nosotros el "ungido por Dios", o sea el Cristo, el ser humano para otros humanos, y empezar a andar un camino de amor, de paz, de reconciliación, de construcción de una humanidad nueva en un planeta nuevo.
Un camino sin odios, sin guerras, sin enfrentamientos fratricidas. Un camino en que nos miremos a todos como hermanos, humanos, y busquemos soluciones a todos nuestros problemas no a través de la conflictividad, sino del diálogo inteligente, la búsqueda de consenso, el respeto mutuo, y un sentido de mutua pertenencia en la cual el planeta todo es nuestra casa.
Sólo así podemos con un sentido sobrio y profundo, desearnos mutuamente una ¡Feliz Navidad!.
enigma
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