Hoy esa imagen continúa conmigo, ávido lector que soy, pero sin embargo, no es a ese aprendizaje formal, integrado al proceso educativo por etapas, a lo que quiero referirme
Amigos, la vida misma es como un libro abierto en que tenemos que adecuarnos para leer bien, y saberlo interpretar mejor.
La vida nos enseña con dolores, errores, caídas, golpes, y volvernos a levantar, que hay muchas cosas que no sabemos. Que no sabemos decir en el momento oportuno, que no sabemos hacer, cómo y cuándo corresponde.
En muchas ocasiones he notado en mi mismo una carencia de experiencia, de esa "cancha", de ese "savoir faire" del que disfrutan muchos otros, que han vivido muchas veces situaciones repetidas, al punto que saben perfectamente qué decir y qué callar. Qué hacer y qué no hacer, o hacer diferente.
La inexperiencia, el nunca haber vivido o haber pasado por una determinada situación nos hace caer en errores.
De pronto se trata de que no conceptuamos del todo adecuadamente a una persona, hasta que descubrimos un invariable hilo conductor de su vida, y tenemos que rendirnos a la evidencia, más allá de que nos agrade o no, de que discrepemos o estemos de acuerdo.
Quizás nos afanamos y pretendemos insistentemente algo, al cual nos referimos machaconamente, porque lo consideramos algo realizable, una meta alcanzable, pero dejamos de ver una realidad que determina de suyo que la meta sea otra, que la situación ha sido mal analizada por uno, y que el resultado va a ser diferente del que pretendimos.
Es cierto que no hay ni un atisbo de maldad o mala intención de nuestra parte, pero a veces, para quien mira de afuera, puede parecerle que lo hay, porque como dice el refrán "de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno". Y entonces podemos de pronto parecer mentirosos sin serlo esencialmente. Sin poderlo ser porque eso no es lo que somos ni cómo somos.
No obstante, tal vez hemos apelado a una "mentira piadosa", a la elaboración de un pequeño cuento, de una pequeña historia, para ocultar una realidad que pensamos, causaría dolor a alguien y en más de un sentido.
Pero la pequeña historia fracasa por nuestra propia culpa, porque no sabemos mentir, y no podemos sostener una ficción. Nos traiciona el corazón, y quedamos al descubierto, infamemente revestidos de una pátina de mentira que repudiamos.
De esos errores, de esos análisis errados de una situación dada, y de cómo actuar en medio de ella, es que vamos aprendiendo una lección de vida.
En el año y algo que va, desde comienzos de 2012, he estado en aprendizaje. Aprendizaje en la escuela de la vida.
Y he podido entender, comprender y aceptar muchas cosas. Y darme cuenta de cuán desasido de una realidad estaba. O de cuán torpe fui para crear una historia. O de cuán empecinado estaba con forjar un determinado futuro inmediato que jamás iba a ser posible.
Entonces vienen las reflexiones, las reconvenciones, el decirme a mi mismo lo que otros por respeto no me dirían. Pero también con ello va una maduración, una comprensión más amplia de varias cosas.
Y como consecuencia de ello, una actitud de vida diferente. Una mayor calidad y un mayor cuidado en el manejo de situaciones delicadas, particularmente cuando involucran a terceros, a otras personas.
Sí amigos. Hay una universidad sin edificio, sin curriculum predeterminado, donde los profesores van y vienen y son múltiples. Y donde las lecciones varían mucho entre sí, pero todas apuntan a un mismo fin: nuestro crecimiento humano.
Darnos cuenta, recapacitar, superar errores, es mejorar como individuos. Y creo que eso --en distinta escala y de diferente manera-- nos hace falta a todos.
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