Así escribió el Apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, definiendo la paciencia, como un fruto de la tribulación.
Y ciertamente, al estar atribulado, se necesita mucha paciencia para soportar lo injusto, lo inmerecido, lo que nos daña, lo que nos destruye.
Y esa paciencia, termina siendo una virtud probada. Probada porque ha tenido que durar mucho, tal vez muchos meses, o años... Esa paciencia fue puesta a prueba, y aunque hubo momentos de desesperación, momentos de furia, momentos en que querer arremeter con todo sin mirar las consecuencias, primó la templanza, primó el ser uno mismo, fue más fuerte el tener capacidad de absorción, y elevarse por sobre las circunstancias.
Entonces esa es la virtud, la virtud que fue puesta a prueba, y triunfó. Y esa paciencia genera esperanza.
Esa paciencia apunta a que haya un cambio en la situación. A que algo se modifique. A que no todo siga linealmente igual. Y cuando ese cambio se da, y verificamos lo postivo que tiene, entonces nos llenamos de esperanza. La paciencia no ha sido en vano. La espera, no ha sido en vano. La justicia tarda pero llega.
Y ¿por qué esa esperanza no falla? porque llevamos en nosotros el amor de Dios.
Bien sabemos por definición que Dios es amor. Por tanto el que dice conocer a Dios, el que está en Dios, está en el amor y genera amor. Nunca odio, revancha, venganza, desprecio, humillación, abajamiento del otro. ¡Todo lo contrario!
De donde deducimos que la esperanza es fruto del amor. De un amor inconmensurable, de un amor que sobrepuja todo entendimiento, de un amor no dado a cambio de algo, sino dado gratuitamente. Un amor superior, un amor abarcante, envolvente.
Un amor que no es dado por mérito, sino aún, cuando hubo demérito. Un amor inmerecido. Por tanto, dadivoso, generoso al máximo.
Perdonen que esta disquisición parezca un tanto religiosa. No lo es. Es una disquisición desde la experiencia de la fe, que es algo distinto.
Aquí no se trata de religión, sino de tener fé, y de lo que esa fé opera en nosotros. De cómo nos fortalece y sostiene en la adversidad. De cómo podemos vencer escollos, de cómo nos inspira a emprender nuevos caminos, de cómo confiamos más allá de todo lo previsible o planificable. Y en esa fé, podemos andar. Porque el amor del Ser en Si (Dios) nos acompaña y jamás nos abandona.
Y ese amor, llevado al plano muy concreto de una relación humana, es también capaz de soportar la tribulación, inspirar paciencia, y de generar esperanza.
La esperanza en algo mejor, en un presente cercano y un futuro inmediato mejores.
No sabemos exactamente cómo o cuándo se darán, pero confiamos.
Asi me encuentro yo. Esta es mi peripecia humana actual.
Pero en mi corazón hay paz.
Bendiga Dios a quienes en el desprecio, el mal trato, la injusticia, me han hecho madurar a tal punto, que esas cosas no me llegan ya ni lastiman. Están totalmente absorbidas y superadas.
Miro pues con confianza, a mi presente cercano, y a mi inmediato futuro.
Andaré con paso firme y sin titubear.
Porque la vida continúa. Porque el amor va conmigo.
enigma
Textos protegidos por derechos de autor
No comments:
Post a Comment