ciudad brasileña, con playas, una plaza central que tiene una jaula con
monitos, y un tráfico que entonces –al menos—era muy apacible.
Y un día, volviendo de una playa, tomé un bus y en él
venía una chica transexual. Prefiero catalogarla de esta manera pues me parece
más justa que decir un chico transexual.
Pues en el bus abundaron las pullas e insultos a la
chica, y cuando fue a descender hasta la empujaron. Furiosa, al bajar, tomó una piedra que casi
la arroja contra el bus. Pero no era para menos, el acoso de que había sido
objeto durante el viaje, los insultos y
burlas que tuvo que soportar eran inconcebibles en una sociedad civilizada.
Dentro del bus habían varios hombres que actuaban con
espíritu de patota.
Realmente fue una violencia moral tremenda ver todo
eso, y en mi corazón me solidaricé con la chica, víctima de tal vejamen.
Mucho más acá en el tiempo, me encontraba en Punta del
Este, y concurrí a un restaurante al que había ido otras veces, donde había una
muchacha que atendía muy bien a los clientes. Sonriente, bien dispuesta,
eficiente en su labor.
Ese mediodía la encontré llorando. Enjugándose
las lágrimas vino a tomar mi pedido y lo
pasó a otra empleada, y entre sollozos, al preguntarle qué le había pasado, me
dijo que acababan de echarla por un problema con una clienta.
La joven estudiante, que hacía su dinero en verano
trabajando como moza de ese restaurante, es lesbiana. Y al parecer una persona
la reconoció como tal y le dijo al gerente que era un desprestigio para el
local tener a semejante persona.
Acto seguido éste le preguntó si eso era cierto, y
cuando ella asintió, le dijo que en ese mismo momento terminara de trabajar.
Luego de mi almuerzo, la vi dialogando con el gerente
de un restaurante vecino. Tal vez consiguiera que allí la contrataran.
Otra vez, una discriminación social absolutamente
inadmisible del punto de vista de los derechos humanos, contra dos seres que no
le estaban haciendo mal a nadie, y que eligieron vivir según su realidad
íntima, su sentir más legítimo.
Podrá discutirse si su opción es la más acertada o no.
Pero lo que no puede discutirse es su inserción en la sociedad toda, y el hecho
de que son personas productivas, que pueden hacer muy bien su aporte en un
trabajo decente, honesto.
Afortunadamente en Uruguay –mi país de origen—se ha
avanzado mucho en este aspecto.
Sé de transexuales que han obtenido empleos en
oficinas públicas, y han dejado de ser trabajadoras sociales del sexo (como les
clasifica la Organización de las Naciones Unidas).
También en Uruguay pueden modificar su documento de
identidad, y figurar como mujeres con un nuevo nombre, lo que les facilita
pasaporte y otros documentos acordes, y el viajar a otros países.
Y el país ha aprobado una ley que posibilita la unión
matrimonial de personas del mismo sexo.
Pero en otros lados, la discriminación y violencia
contra estas personas es rampante.
A pretexto de un machismo totalmente distorsionado y
malentendido (el machismo en sí es una estúpida aberración) se les ataca y no
sólo verbalmente sino físicamente. Ha
habido muertes como consecuencia de esos ataques, y personas mal heridas.
¿Qué lleva a que un hombre quiera ser mujer? ¿Qué lleva a una mujer a ser lesbiana? Las causas y los factores a tener en cuenta para contestar estas interrogantes son muchos, y no es del caso enumearlos
El resultado es que tenemos personas que desean,
quieren, buscan y gustan relacionarse con individuos del mismo sexo.
No es un delito. No se puede prohibir. Entra en la
esfera de la privacidad de cada quien, y debe ser respetado.
Esto no significa condonar conductas sociales
reprobables, como manifestaciones escandalosas del sexo, exhibicionismo, y
cosas semejantes, que afectan a la moral y la sensibilidad de otras personas.
Pero también hay que tener cierta flexibilidad para
admitir que dos mujeres puedan besarse en público. Lo he visto en el Aeropuerto
Nacional de Washington, lo he visto en vehículos particulares en Virginia, lo
he visto en el Metro del área.
En cuanto a las transexuales, muchas de ellas sólo
encuentran como vía de sustento –por la propia discriminación que les hace la
sociedad que está llena de hipocresía—el ser trabajadoras sociales del sexo. En
otras palabras en ejercer la prostitución.
Entones claro, se muestran y ofrecen al igual que las
mujeres que ejercen el mismo oficio. No ha de sorprender que ello sea así.
Porque además, la misma sociedad que pretende
rechazarles, es la que acude a sus servicios. Y no es nada extraño ver una fila
de automóviles de las marcas más costosas, esperando turno para salir con
alguna de esas transexuales.
A esta altura, se impone que se proceda con sinceridad
y cordura.
Se hace necesario considerar al ser humano que hay en
cada uno de esos congéneres.
Sin insultos, sin acoso, sin persecución, sin
violencia física, sin muertes.
En nombre de la “decencia” no se pueden cometer actos
criminales o que lindan con la criminalidad, atentando contra otras personas.
Como dijera el Papa Francisco en Río de Janeiro,
“¿Quién soy yo para juzgarlos?”
Me parece que se requiere honestidad intelectual,
humildad, tolerancia y respeto.
(Las modelos: a la izquierda (Ella), Sagia Castañeda (cubana) a la derecha, Ell@, Thalía Prado (brasileña)
ENIGMA
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