Thursday, April 17, 2014

18 de Abril – VIERNES SANTO y ALICIA

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Este 18 de Abril se conjugan dos muertes: la de Emmanuel (Jesús) infamemente crucificado como un criminal, no siéndolo; y la de Alicia, mi esposa, injustamente afectada de un tipo de cáncer muy agresivo, de cuya partida se cumplen ya 4 años.

¡Qué conjunción más tremenda!


Si la muerte de Emmanuel sigue llegando como un mensaje desde el fondo del tiempo que impacta a buena parte de la humanidad, no es por la muerte en sí y la forma en que fue asesinado, ya que era la práctica de la pena capital aplicada por los romanos.

Lo que la llena de sentido, lo que hace que la recordemos, es la vida que la precedió.

Es Emmanuel vivo, andando entre las gentes, predicando a las orillas del mar de Galilea, haciendo milagros, siendo seguido por discípulos y creyentes, apretujado por multitudes, generando las bases de un Nuevo Pacto, que sustituye al antiguo pacto con Abraham.

Emmanuel que plantea un estilo de vida basado sustancialmente en la fe en el Ser en Sí, y en una relación o conexión mediante el Espíritu Santo (o sea, el espíritu de la divinidad) que es activado y despertado en uno a través de la oración y el ayuno.

Emmanuel que crea una comunidad de creyentes que se reúne al aire libre o en casas de familia, que no se institucionaliza, que no tiene templos, que reparte los bienes en lugar de acumular lujos, que enseña a amar a Dios y al prójimo, a ser sencillos como palomas y prudentes como serpientes.

Emmanuel que en su persona misma, ejemplifica el perdón y la reconciliación que el Ser en Sí ofrece a la humanidad.

Por eso su muerte trasciende el tiempo, y choca como la expresión de la injusticia humana, del grave error histórico, de la avaricia y envidia de unos, y de la maldad del complot para eliminarle.

Por eso, su muerte nos sigue llegando hoy como una apelación a cada uno de nosotros. Ante su cruz, ¿de qué lado estás, del suyo, o de quienes lo crucificaron?

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La muerte de Alicia, mi esposa, me llega directa como el lugar vacío en la mesa cotidiana, en la cocina que era su ámbito de preferencia, en el diálogo que falta, en el vehículo que conducía con pericia, en su gran orientación geográfica, en la administración de los bienes del hogar, y en su permanente compañerismo.

Un vacío inmenso, debido a su personalidad. Un vacío difícil de llenar, porque es ciertamente muy difícil encontrar una persona con las cualidades que adornaban la de ella.
Alicia tenía un sentido pragmático de la vida. Era sacrificada. Nunca escatimaba el trabajo o el esfuerzo. Disciplinada en sus propias cosas, fue una maestra ejemplar, y así llegó a dirigir varias escuelas primarias en Uruguay.

Acá en Estados Unidos, hizo el esfuerzo por manejarse con el inglés de la mejor manera posible, tomando clases y luego practicándolo cada día en la vida real y en su empleo. Fue también aquí donde aprendió a conducir. Y aquí tomó clases de primeros auxilios dadas por la Cruz Roja. 

La educación y los niños fueron también aquí el motivo de sus desvelos y de la aplicación de sus conocimientos y experiencia adquiridos en décadas de docencia.

Alicia fue una seguidora del Maestro Emmanuel (Jesús). Encaró su terrible enfermedad con fe, con coraje, a tal punto que trabajó hasta que pudo, con gran espíritu, y –dijera su Oncóloga— sólo por ese espíritu, Alicia logró vivir un año más de lo previsible dada su enfermedad, el cáncer inflamatorio de mama, que no es el común de la mayoría de mujeres con cáncer a los senos.

Durante toda su enfermedad, nunca se quejó de ella, nunca la vi llorar. 
El día que vino a casa con la noticia de su diagnóstico, yo rompí a llorar desconsolado y sólo sabía repetir “no es justo, no es justo”. 

Alicia jamás adquiría las enfermedades típicas del cambio de estación: gripes, alergias, nada…Era muy fuerte, y le vino a tocar algo terrible, sin cura, que terminó con su vida.

A partir de allí, fue una batalla de a dos. Por un lado, y junto a mi hijo, averiguando por internet y diversos medios, el tratamiento más adecuado, luego acompañándola a cada tratamiento, a cada visita médica,  yendo a requerir segundas, terceras y cuartas opiniones. No cejamos en acudir a la prestigiosa Universidad Johns Hopkins, ni a los Institutos Nacionales para el Cáncer.

Cuatro veces hospitalizada, nuestro hijo y yo, quedamos solos, acompañándola hasta que exhaló su hálito final.

Su recuerdo nunca desaparecerá de mi vida, y sólo el tiempo va mitigando el dolor de su partida. Pero ahora, libre de su cuerpo y de todo dolor, goza la eternidad.




enigma
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