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Este 18 de Abril se
conjugan dos muertes: la de Emmanuel (Jesús) infamemente crucificado como un
criminal, no siéndolo; y la de Alicia, mi esposa, injustamente afectada de un
tipo de cáncer muy agresivo, de cuya partida se cumplen ya 4 años.
¡Qué conjunción más
tremenda!
Si la muerte de
Emmanuel sigue llegando como un mensaje desde el fondo del tiempo que impacta a
buena parte de la humanidad, no es por la muerte en sí y la forma en que fue
asesinado, ya que era la práctica de la pena capital aplicada por los romanos.
Lo que la llena de
sentido, lo que hace que la recordemos, es la vida que la precedió.
Es Emmanuel vivo,
andando entre las gentes, predicando a las orillas del mar de Galilea, haciendo
milagros, siendo seguido por discípulos y creyentes, apretujado por multitudes,
generando las bases de un Nuevo Pacto, que sustituye al antiguo pacto con
Abraham.
Emmanuel que plantea
un estilo de vida basado sustancialmente en la fe en el Ser en Sí, y en una
relación o conexión mediante el Espíritu Santo (o sea, el espíritu de la
divinidad) que es activado y despertado en uno a través de la oración y el
ayuno.
Emmanuel que crea una
comunidad de creyentes que se reúne al aire libre o en casas de familia, que no
se institucionaliza, que no tiene templos, que reparte los bienes en lugar de
acumular lujos, que enseña a amar a Dios y al prójimo, a ser sencillos como
palomas y prudentes como serpientes.
Emmanuel que en su
persona misma, ejemplifica el perdón y la reconciliación que el Ser en Sí
ofrece a la humanidad.
Por eso su muerte
trasciende el tiempo, y choca como la expresión de la injusticia humana, del
grave error histórico, de la avaricia y envidia de unos, y de la maldad del
complot para eliminarle.
Por eso, su muerte
nos sigue llegando hoy como una apelación a cada uno de nosotros. Ante su cruz,
¿de qué lado estás, del suyo, o de quienes lo crucificaron?
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La muerte de Alicia,
mi esposa, me llega directa como el lugar vacío en la mesa cotidiana, en la
cocina que era su ámbito de preferencia, en el diálogo que falta, en el
vehículo que conducía con pericia, en su gran orientación geográfica, en la
administración de los bienes del hogar, y en su permanente compañerismo.
Un vacío inmenso,
debido a su personalidad. Un vacío difícil de llenar, porque es ciertamente muy
difícil encontrar una persona con las cualidades que adornaban la de ella.
Alicia tenía un
sentido pragmático de la vida. Era sacrificada. Nunca escatimaba el trabajo o
el esfuerzo. Disciplinada en sus propias cosas, fue una maestra ejemplar, y así
llegó a dirigir varias escuelas primarias en Uruguay.
Acá en Estados
Unidos, hizo el esfuerzo por manejarse con el inglés de la mejor manera
posible, tomando clases y luego practicándolo cada día en la vida real y en su
empleo. Fue también aquí donde aprendió a conducir. Y aquí tomó clases de primeros
auxilios dadas por la Cruz Roja.
La educación y los
niños fueron también aquí el motivo de sus desvelos y de la aplicación de sus
conocimientos y experiencia adquiridos en décadas de docencia.
Alicia fue una
seguidora del Maestro Emmanuel (Jesús). Encaró su terrible enfermedad con fe,
con coraje, a tal punto que trabajó hasta que pudo, con gran espíritu, y –dijera
su Oncóloga— sólo por ese espíritu, Alicia logró vivir un año más de lo
previsible dada su enfermedad, el cáncer inflamatorio de mama, que no es el
común de la mayoría de mujeres con cáncer a los senos.
Durante toda su
enfermedad, nunca se quejó de ella, nunca la vi llorar.
El día que vino a
casa con la noticia de su diagnóstico, yo rompí a llorar desconsolado y sólo
sabía repetir “no es justo, no es justo”.
Alicia jamás adquiría
las enfermedades típicas del cambio de estación: gripes, alergias, nada…Era muy
fuerte, y le vino a tocar algo terrible, sin cura, que terminó con su vida.
A partir de allí, fue
una batalla de a dos. Por un lado, y junto a mi hijo, averiguando por internet
y diversos medios, el tratamiento más adecuado, luego acompañándola a cada
tratamiento, a cada visita médica, yendo
a requerir segundas, terceras y cuartas opiniones. No cejamos en acudir a la
prestigiosa Universidad Johns Hopkins, ni a los Institutos Nacionales para el
Cáncer.
Cuatro veces
hospitalizada, nuestro hijo y yo, quedamos solos, acompañándola hasta que exhaló
su hálito final.
Su recuerdo nunca
desaparecerá de mi vida, y sólo el tiempo va mitigando el dolor de su partida.
Pero ahora, libre de su cuerpo y de todo dolor, goza la eternidad.
enigma
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