Veces y momentos hay en nuestras vidas en que nos comportamos como payasos.
Como el ya legendario Canio de la ópera, porque el show tiene que continuar.
No importa las penas que arrastramos, el drama que nos envuelve.
Ante los demás, nuestro rostro tiene que estar resplandeciente, nuestra sonrisa afable, nuestro tono de voz agradable.
Y vamos a decir que estamos “felices”, “¡felices sí, por lo que tenemos, por las cosas que nos rodean, por lo que podemos hacer!” ¡Ja, ja!
Felices de la boca para afuera. El drama, el dolor, la angustia, el llanto hasta reprimido, nos va por dentro.
Pero no nos engañamos a nosotros mismos.
No estamos felices. Las cosas no hacen feliz a uno.
No es lo que tenemos sino lo que somos, y cuánto alcanzamos en el relacionamiento con otros, lo que nos hace o no felices.
La auténtica felicidad se basa en una riqueza interior, que aumenta, se multiplica y se proyecta, cuando está basada en nuestro corazón, y en lo que hacemos con amor y por amor.
Y todo lo demás, no cuenta.
El mundo, los demás, los que tal vez menos importan, podrán demandar de nosotros ser como payasos.
Pero si somos auténticos, sinceros y no hipócritas, la máscara del payaso a la verdad no nos cabe. Se nos hace finalmente insoportable.
Aunque no la compartamos, o si la compartimos, tenemos que mirar a la realidad. Y hacíéndolo, encontrarnos a nosotros mismos.
enigma
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