“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fué menospreciado, y no lo estimamos.” Isaías 53:3
Toda la tradición cristiana nos dice que estas palabras del profeta Isaías están referidas a Emmanuel (Jesús), el Ungido (Cristo), el Siervo Sufriente del Ser en Sí (Dios).
Puede ser, pero aunque no se refirieran a Emmanuel, sino a una situación general capaz de ocurrir a lo largo del tiempo a todo el que se pone en las manos de Dios, y procura vivir en relación de paz y amor con el prójimo, estas palabras adquieren fuerza entonces, cada vez que se hacen realidad en alguien.
Fuese en aquellos antiguos tiempos, o en este mismísimo Siglo XXI.
¿Acaso no ocurre que hay personas que son menospreciadas, desestimadas, abajadas, simplemente porque no son compatibles con el común de las gentes, porque sienten y piensan de manera diferente?
¿Acaso no ocurre que alguien que de pronto es ensalzado –Jesús entrando triunfalmente a Jerusalén, como un “príncipe de paz” montado en un humilde asno--- días después es despreciado como el peor de los sujetos que haya podido existir sobre la faz de la Tierra –Jesús golpeado, torturado y crucificado?
Es justamente allí donde encontramos la permanente vigencia de Emmanuel, de Jesús. Porque él deviene –más allá del hombre concreto que habitó este planeta hace 2010 años— el arquetipo del drama humano al que podemos estar sujetos aquellos que como él, somos o podemos ser sujetos del escarnio, de la burla, del desprecio, de la ignominia, finalmente.
Y eso nos pasa por ser buenos, por confiar, por ser tolerantes, por no responder agravio con agravio, insulto con insulto, sino por dar la otra mejilla, por apostar al amor a ultranza, al amor a pesar de… y no en función de. Por creer que el amor finalmente es la fuerza más poderosa y el sentimiento más humanizante de todos cuantos podemos experimentar.
Cuando el amor falta, o falla, es cuando comienza el dolor, el sufrimiento, la absurda locura del destrato, de la separación, de la distancia y el enfrentamiento, o el olvido y el ostracismo.
Es que ese amor, reclama de nosotros estar centrados en lo que es importante. Descubrirnos para nosotros mismos tal cual somos y cómo somos.
Y una vez que acertamos a darnos cuenta realmente qué es lo que está dentro nuestro, qué es aquello que hace latir fuerte nuestro corazón, qué es aquello que da sentido a cada día que vivimos, qué es aquello que nos entusiasma, nos deleita, nos hace soñar, y nos anima a seguir adelante, nos da confianza y esperanza, una vez que nos damos cuenta qué es lo que está presente al irnos a dormir y en nuestro despertar, entonces, sin dudas, con fé, con confianza, hemos de obrar en consecuencia.
Cuando se actúa así, cuando se siente así, cuando se es capaz de entender que –como lo dije— "andar es vivir y quedarse es morir", entonces, entonces se tiene el coraje de romper ataduras, de reirse del qué dirán, de alterar el “orden cotidiano”, de revolucionarlo todo, y de lanzarse a SER.
Sólo y con enorme modestia, me atrevo conscientemente a repetir las palabras que el Apóstol Pablo escribiera de sí mismo en su carta a los Gálatas.
“De aquí en adelante nadie me cause molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.” Gálatas 6:17
Y ¿qué significa llevar las marcas de Jesús? Pues significa vivir por fe, significa sufrir por fe, significa creer y confiar, significa esperar contra toda esperanza, significa apostar a que lo que parece imposible se haga posible.
Significa despertar a la conciencia de SER MÁS, aunque se TENGA MENOS:
Y por sobre todo, y a pesar de todo, a pesar de desprecios, de insultos, de malentendidos, de enojos momentáneos que nos han golpeado duro, y de barreras discriminatorias levantadas, amar. Amar a quien nos hiere, a quien nos ataca, a quien nos desprecia, a quien nos abofetea. Amar, para derretir ese corazón duro, y transformarlo como si fuese de cera.
2010 años después, nadie sabe ni recuerda el nombre de los soldados que vejaron, torturaron y crucificaron a Jesús. Aquellos por quienes Jesús oró desde la misma Cruz, diciendo "Padre perdónalos, porque no saben lo qué hacen".
Pero el bendito nombre de Emmanuel (Jesús) sigue siendo el eje de una historia que se renueva en cada generación y que tiene aún profecías y acontecimientos que no se han cumplido, que están pendientes.
Esa es justamente la fuerza del Amor.
Y yo creo, apuesto y promuevo esa maravillosa fuerza creativa, esa fuerza divina.
enigma
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