Los humanos nos caracterizamos por ser inteligentes y racionales. Junto con los sentimientos que podemos desarrollar, estos dos aspectos no sólo nos son imprescindibles sino que nos diferencian precisamente de las demás especies.
Esto significa que nuestro pensar, sentir y quehacer, tienen que tener siempre un sentido, una lógica de fondo. Se hace algo para algo, en procura de un objetivo, no porque sí.
Ni siquiera lo lúdico es porque sí. Cuando jugamos, lo hacemos porque el objetivo es distraernos, divertirnos, pasar un momento de expansión.
De modo que cuando hay que encarar cosas importantes en la vida, siempre nuestros dichos cuanto nuestras acciones, tienen obviamente que estar nutridas de un sentido, de un propósito, de un objetivo, de una meta.
Y ese objetivo, esa meta es la que se espera lograr y alcanzar.
Cuanto más se profundiza o más se persevera en el camino que se ha echado a andar, más se afianza y afirma el propósito lógico –cabe presumir— que está detrás de la postura, la actitud, las acciones, las palabras empeñadas y los pasos dados.
Los políticos son una especie sui-generis, capaz de decir una cosa y hacer otra, de prometer una y realizar otra o ninguna. Pero cuando un político se propone llegar a un cargo, sin duda, todo lo que dice y hace, tiene ese objetivo final. Quiere ser Alcalde, o Diputado, o Senador, Presidente o Vice.
Así ocurre en todos los órdenes de la vida.
Nuestros dichos y nuestras acciones responden, tienen que responder, a un objetivo preciso y claro.
Y cuanto más persistimos en el camino emprendido, más razón existe para pensar que el objetivo está más cerca, o que seguimos aguardando llegar a concretarlo, con el mismo entusiasmo y empeño –si no más aún—que el que tuvimos al principio de nuestro esfuerzo, de nuestra intención, de nuestra “cruzada”.
Es, finalmente, algo intrínseco a nosotros como seres humanos: ser racionales, lógicos, coherentes. Y responder responsablemente por nuestros dichos y/o nuestras acciones, cuando llega la ocasión.
enigma
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