Este domingo 9 de Mayo, se celebra aquí en Estados Unidos, y en otras partes del mundo, el Día de la Madre.
Un día con pleno sentido.
Yo no puedo referirme a la madre en abstracto, para abarcar a todas las madres. Porque hay quienes son nada más que madres biológicas, pero no se preocupan, ni saben cómo criar, alimentar y educar a sus criaturas.
Son esas madres solteras que han tenido un bebé porque en algún momento, ejerciendo el sexo sin protección ni control, quedaron embarazadas, y a veces, ni siquiera saben quién es el padre de la criatura.
O son madres que --aunque casadas-- no tienen la necesaria formación para serlo, y realmente echan a perder a sus criaturas, concediéndoles todos los vicios, las malas costumbres, y los antojos que sus niños quieren, creyendo que así son buenas madres, y no dándoe cuenta que si el árbol no tiene una guía recta y firme, pues crecer torcido...
Tristes casos, extremos si se quiere, pero que abundan cada vez más en una sociedad que ha perdido valores que otrora determinaran su ética, y por ende, la de sus habitantes.
Y cuando digo esto, me estoy refiriendo a un fenómeno que es universal. No lo estoy diciendo sólo por Estados Unidos, sino que también me refiero muy especialmente a la América Latina y el Caribe.
Por eso en el Día de la Madre, me voy a referir a dos madres concretas: la mía, Elena Pizzi, y la madre de mi hijo Juan-Pablo, Alicia Trillo.
Elena fue una madre de su tiempo, no trabajaba fuera del hogar, pero con dos hijos a criar y padres a cuidar, más el esposo, ¡vaya si tenía trabajo en la casa!
Mi madre era solícita como vecina. Siempre dispuesta a atender una necesidad, a ayudar a otros
Su dedicación a cuidarnos, alimentarnos, vestirnos y educarnos, fue sin exagerar: abnegada.
En una familia con escasos recursos, ella hasta tuvo que vender su piano, regalado por su padre, al obtener con las máximas notas, su acreditación como profesora de piano.
En casa trabajaba pintando soldaditos de plomo, o cosiendo por horas carteras de lona, para un negocio de un primo de ella, con lo que hacía algún dinero que era más que necesario.
Pero en medio de todo eso, y de remendar nuestras ropas para ir decentemente a la escuela, ella era una extraordinaria cocinera, un don heredado y aprendido con su madre italiana. Y por tanto, desde unas inefables rosquitas de Navidad que su madre le enseñó a hacer, hasta los ravioles caseros, pasando por bizcochitos, tortas y postres, fue realmente estupenda.
No había comida que le quedara mal. Lo dificil era a veces querer aprender una receta, pues había mucho que era "a ojo". Una medida muy singular sobre la cantidad de los ingredientes a incluir en una preparación.
Vivió toda su vida consagrada a su hogar, y a su esposo.
Su romance fue el de la italianita del barrio, chiquita, de cabello negro, que se enamoró del "inglesito", rubio, alto y de ojos celestes, que era mi padre.
Hoy mi madre tiene 96 años, está lúcida, hablamos por teléfono periódicamente, y si la visitamos, se alegra enormemente.
Siempre además, pregunta por todos, y envía sus saludos.
Y tengo que hablar de Alicia. Mi Alicia, que se me fue de esta existencia el pasado 18 de Abril
Hablar de Alicia como madre, una madre que era además extraordinaria y vocacional maestra, es hablar de un ser humano especial. Que adoró a su hijo, que le cuidó y crió prestándole siempre la mayor atención.
Que conmigo decidió los mejores pasos para la educación de un niño que demostraba tener extraordinarios talentos. Así fue como ya de pequeño le iniciamos en la computación, y él luego creaba su propio software inventando juegos con el sistema Basic.
También de pequeño hicimos que aprendiera inglés, y esa fue otra inversión fundamental para su éxito en sus estudios, y su carrera como profesional, hoy doctorado en Ciencias de la Computación, y un reconocido profesor universitario.
Alicia como madre no tenía máximas o frases para recordar. Pero enseñaba con su ejemplo de vida. Con su sentido de responsabilidad, con su dedicación a la tarea diaria, con su enorme cariño por su hijo, que luego trasladó al cuidado personal de su nieto.
Alicia veló por su hijo en toda instancia, lugar y momento.
Se caracterizaba por su sentido analítico de situaciones, y por conversar con su hijo sobre problemas, posibilidades, opciones y cuál podía ser el mejor camino para encararles.
Y estaba siempre lista para ser el respaldo seguro y confiable de cuanto nuestro hijo y su familia necesitaran para que ellos pudieran desarrollar de la mejor forma posible su vida.
De ahí los cuidados que le deparó a nuestro nieto, Benjamin, y a nuestra nuera Silvia, cuando el bebé naciera.
Alicia fue sin duda, una madre con mayúscula.
A ellas pues, mi homenaje, en este Día de la Madre.
enigma
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