¡Qué complicada y hasta siniestra es a veces la vida!
Pasan tantas cosas insólitas, que hasta cuesta imaginárselas.
Y sin embargo, nadie generalmente puede “tirar la piedra el primero”, nadie puede decir “de esta agua no he de beber” o simplemente, “esto jamás me ocurriría a mi”.
Porque sin proponérnoslo, tal vez en un breve acto de irresponsabilidad, de pronto sucede lo impredecible, aquello en lo que nunca creímos que nos veríamos envueltos.
Y el mundo todo, nuestro entorno y quienes somos, resultan de golpe totalmente alterados a un gado que nos deshace por dentro, que no podemos comprender.
Somos nosotros, nosotros, y ¡nos ha ocurrido esto!
Y en medio de esas circunstancias desesperantes, surge el aparente “salvador”, que con su mente calculadora y fría y sus influencias que saben aceitar ciertos engranajes oficiales que tienen una natural tendencia a la corrupción, logra sacarnos del marasmo, logra impedir que de pronto todo nuestro presente se vea radicalmente alterado, perdamos nuestro empleo, nuestra posición social, nuestra misma familia y terminemos junto a criminales comunes hacinándonos en una cárcel, a la espera de un dictamen judicial que finalmente haga lo más leve posible nuestra condena, o llegue quizás a absolvernos de culpa.
Pero el “salvador” exige a cambio un precio, un precio a pagar de por vida, para siempre: una cárcel sin muro y sin rejas. Una vida en libertad condicionada. Una libertad sometida, clausurada y subyugada, bajo la amenaza de dar a conocer a las autoridades lo sucedido y entonces, no sólo trastornar todo un presente, sino además, arriesgar la pérdida de los hijos, el tesoro más amado.
Es entonces cuando el “salvador” se convierte en un verdadero tirano, en un carcelero de por vida, y en un chantajista de por vida.
La persona humillada, abajada, sometida, cautiva, fue obligada a jurar que nunca se apartaría de él, so pena de que él iría a las autoridades y denunciaría todo.
Desde mi punto de vista, un ser así no sólo no merece ser amado, ni estar a su lado, sino un franco y frontal rechazo.
El amor no tiene precio, y al amor no se le pone precio.
Tan inseguro está de sí mismo que tiene que chantajear para tener al lado a su mujer, a la madre de sus hijos.
Por eso desde aquí convoco a la solidaridad con toda mujer que deba soportar semejante ignominia. Porque esa es una forma de violencia doméstica.
Es una violencia por dominio psicológico, y chantaje. No precisa de golpes físicos.
Si quien pudo solucionar las cosas de tal manera que no hubiesen consecuencias graves, siente que hizo lo que debió hacer en su momento, bástele haber actuado a conciencia. Pero no use eso como trampolín o más bien como elemento de tortura permanente, de coacción psicológica total, para asegurarse la compañía de una mujer.
La violencia doméstica no se manifiesta sólo cuando un hombre maltrata físicamente a su mujer, es tanto peor cuando lleva a cabo una permanente dominación mental, por la cual su mujer se siente encarcelada, y condenada de por vida, aunque buenas ganas tuviera de salir de esa situación de una vez por todas.
Y lo que corresponde es seguir el camino del divorcio, el camino legal abierto y posible para todos. Un camino cierto hacia la libertad anhelada y merecida.
Lo lamentable es que en casos como el que refiero (ocurrido en Buenos Aires), ocurre en la víctima lo que se conoce como el “sindrome de Estocolmo”, por el cual, incongruentemente, la víctima llega a amar al victimario.
SÍNDROME DE ESTOCOLMO, SIMPATÍA HACIA EL AGRESOR
Karina Galarza Vásquez - tomado de Salud medicina.com.mx
Se le ha denominado de esta manera debido a que en 1973 cuatro personas fueron tomadas como rehenes (durante un asalto al banco Kreditbanker en Estocolmo, Suecia), a quienes liberaron después de seis días, pero una de las prisioneras se resistió al rescate y a testificar en contra de los captores. Otras versiones indican que esa mujer fue captada por un fotógrafo en el momento en que se besaba con uno de los delincuentes.
Este acontecimiento sirvió de base para denominar a las conductas extrañas de afecto entre secuestradores y víctimas como "síndrome de Estocolmo", además, desencadenó profundos estudios psicológicos que describen el vínculo emocional que puede surgir entre cautivo y raptor al convivir durante varios días.
Hay especialistas en salud mental que afirman que el síndrome de Estocolmo no solamente lo sufren personas secuestradas, pues establecen que hay quienes por alguna razón son incapaces de huir del sometimiento psicológico por parte de un "captor", que bien puede ser alguno de los padres, esposo o novio.
El ejemplo más típico y predominante de este tipo de problemática es el de muchas mujeres maltratadas por su pareja, para quienes resulta imposible terminar la relación. Algunas consideran no tener mejores opciones ni dinero, pero sí demasiados hijos que mantener, lo cual les impide romper el lazo conyugal. Lo más sorprendente es lo que ocurre con las féminas que, pese a contar con independencia personal y económica y tener acceso a recursos alternativos, continúan con las relaciones donde sufren violencia.
Por increíble que parezca estos dos grupos de mujeres comparten la reacción paradójica de desarrollar fuerte vínculo de afecto hacia sus agresores sin poder denunciarlos e, incluso, llegan a justificar y hasta a defender las razones del maltrato al que son sometidas.
Este tipo de relación tiene su origen en el desequilibrio de poder y la combinación de trato bueno y malo por parte de la pareja, ya que tales variaciones pueden formar un lazo enfermizo; en este tipo de situaciones es común que la víctima niegue la parte violenta del agresor y sólo reconozca la que percibe como positiva
enigma
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