Cuando se ama, se trasciende la cotidianidad, la rutina, aquello de todos los días.
El amor guarda un rincón reservado para el romance, la ternura, la pasión.
Y no hay amor que no tenga ambiciones, sueños, metas.
Ellas son las que hacen que el sentimiento no se quede en tal, sino que se concrete en hechos, en modificación de situaciones, y hasta en cosas muy materiales.
No hay amor descarnado, no sólo de quienes lo sienten, sino de la realidad en la que tiene que echar raices.
Conozco a un hombre tremendamente enamorado, que soñó. Soñó vivir con su enamorada, soñó con unirse a ella para el resto de su vida.
Este soñador quería junto con ella elegir dónde irían a vivir, qué comodidades habrian de tener, qué muebles, qué electrodomésticos. Qué estilo y nivel de vida.
Este hombre estaba firmemente decidido a hacer que ella diera un salto hacia un nivel de vida mejor. A que viviera en otra clase de barrio, a que estuviera cerca del lugar donde trabaja como profesional.
Y había ido más lejos, soñaba con vacaciones familiares y otras para ellos dos solos.
Este hombre ambicionaba la felicidad de dormirse con ella a su lado, y despertar de la misma manera.
Quería con ella conocer lugares, viajar, o simplemente ir a un parque cercano, o a un cine, pero con ella, la vida de su vida. Quería poder mirar siempre sus hermosos ojazos negros, y escuchar con gusto su risa, y besar sus labios carnosos, y vivir con intensidad la intimidad.
Quería por sobre todo hacerla feliz, y hacer que se sintiera segura. Segura en su presente, pero aún más, en su futuro.
Y soñaba con que el hogar que habitaran estuviese legalmente registrado a nombre de ambos, porque si a alguno de ellos le pasaba algo (especialmente a él) ella jamás quedaría desamparada. Y habría más con lo que ella también podría contar.
Este hombre cabal, bueno de corazón, tierno, responsable, tremendamente afectuoso, que estuvo con ella y para ella toda vez que ella lo necesitaba, apostaba su vida misma, para dársela íntegra a ella.
La amaba, la amaba tanto que no podía concebir su vida sin ella....
De pronto, como si la hubiese arrebatado un tornado, ella se ausentó.
Para el hombre enamorado, fue un verdadero luto, angustia y sufrimiento.
Ella murió. Murió al amor, murió a los sueños que ella misma había tejido, muríó al romance. Murió a ser ella misma, a sentirse con sangre.
Murieron sus poemas, sus cartas floridas, su cariño derramado a raudales, su deseo de estar con él. El necesitar sus cartas porque eran como una adicción.
Todo, todo en ella murió.
Está muerta...se dijo amargamente para sí mismo el hombre enamorado...y lo peor es que aún allí, en su ciudad, donde él sabe, ella sigue existiendo....
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