Monday, June 15, 2009

LOS NIÑOS: NUESTROS MAYORES ( I I )


Tal vez la primera y más sobresaliente característica de los niños, es que ellos no saben de hipocresía.

Son llanos, dicen las cosas que piensan y sienten, aunque les caiga “mal” a los llamados mayores, que son los que mienten, los que ocultan, los que disfrazan, los que usan máscaras sociales.

Los niños se expresan natural y abiertamente.

La segunda cosa extraordinaria en los niños, es su capacidad de aprendizaje que va unida a la curiosidad exploratoria.

El niño permanentemente quiere saber y pregunta ¿por qué?. De pronto, deshace un juguete, porque quiere saber qué hay dentro del mismo, cómo es que se mueve, aunque luego no lo pueda rehacer.

Esa curiosidad innata, se mantiene en el adulto cuando éste la canaliza haciéndose científico, o periodista, o detective. Alguien que se plantea sistemáticamente interrogantes, que tiene delante de sí misterios que le acucian y que busca resolver, temas que quiere poner en orden para poder comprender el cuadro general de una situación dada.

Pero para millones, esa curiosidad se pierde y termina anulándose.

Y sin embargo, ¡qué bien haría que en todos los órdenes de la vida fuésemos inquisitivos! Que no nos conformemos al simple rumor, a lo que se nos cuenta o se nos dice, aún por las vías oficiales, sino que por nosotros mismos seamos capaces de elaborarnos un criterio propio.

Los niños juegan, y jugando son felices. Ríen libremente a carcajadas, y dedican horas al juego. A veces el juego es más quieto, pero las piezas que manejan con sus manos, les demandan toda su concentración, y pasan así horas entretenidos.

Los adultos suelen perder ese espíritu lúdico esencial, y si acaso hubiese más situaciones –como parques recreacionales para adultos—donde éstos puedan jugar, no practicar deportes, sino jugar, habría seguramente más fraternidad en el mundo, menos encono, menos odio, menos violencia. Nos hace falta jugar.

Recuerdo una vez, cuando en un local de una escuela, muchachos de veinte y tantos años, recordaron viejos tiempos, y de pronto, se pusieron a jugar a la escondida. ¡Cómo se divirtieron! Nadie más se enteró, excepto quienes ese día estábamos en el local escolar. Era un fin de semana, y por tanto, estaba cerrado para cualquier persona de afuera.

Yo no podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Aquellos individuos, en otros momentos muy serios, acostumbrados a sostener reuniones para tratar temas, de pronto se tranformaron en niños, y rieron, rieron con ganas, como quizás hacía mucho que no reían. Y finalmente, cansados, terminaron todos abrazados, celebrando el momento de “diabluras” vivido.

Hace falta que con total libertad, se vuelvan a tener oportunidades de jugar, esos juegos simples y sencillos de la niñez, porque luego de jugarlos, uno realmente se siente diferente.

Sirven como catarsis, como descarga de múltiples tensiones, como gasto de energía, y sobre todo, como motivador de risa. Y todo eso tiene claro está mucho que ver con las funciones neurocerebrales, con la liberación de dopamina, que nos hace sentir felices.

Eso también nos enseñan los niños.

Sí, son pequeños en estatura, pero son gigantes en alma, en pureza, en sencillez, y deberíamos tenerles un respeto que no hemos aprendido a tenerles.

¿Qué diríamos –valga una suposición solamente por ilustrar lo que quiero decir—si a pesar de su pequeñez en estatura, fuesen no-humanos?

¿Acaso tendríamos la pretensión de ser superiores a ellos porque “sabemos” más, porque tenemos “años de experiencia”?

¿O seríamos capaces de tener humildad, de considerarnos pobres y limitados, y de esperar de ellos lecciones de vida?

Pues hagamos de cuenta que los niños son más humanos, que los “humanos” en que devenimos con los años.

Los niños son humanos puros, nosotros somos humanos deteriorados.

Es hora de que empecemos a ver a nuestros niños de manera diferente.

Es hora de que en lugar de pensar que nosotros tenemos cosas que enseñarles a ellos, ellos están llenos de cosas de las cuales nosotros tenemos que aprender.

Las cosas que de ellos tenemos que aprender no son el idioma, o las letras, o las matemáticas. Son cosas más fundamentales que hacen a la calidad misma de la vida: es una manera de ser y de vivirla.

Les invito cordialmente a reflexionar sobre esto. A pensar que en esas cosas esenciales que tienen que ver con el hecho de que somos seres humanos, y somos cada uno de nosotros proyectos de vida, ellos son nuestros mayores.



enigma

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