La vida suele confrontarnos a decisiones importantes, que no pueden ser tomadas a tontas y a locas.
Especialmente cuando se trata de situaciones que deben ser debidamente razonadas, meditadas, sopesadas, analizando los pros y los contras, para luego llegar a una resolución.
Pero bueno es tener presente que en general, no vamos a encontrar una solución perfecta.
Lo perfecto suele ser enemigo de lo posible. De modo que lo más probable es que arribemos a lo mejor posible, y debamos sentirnos felices y satisfechos por ello.
Y cuando digo lo mejor, no lo digo solamente para uno –lo que sería tremendamente egoísta— sino también para la otra parte, que puede ser una persona, o un grupo de personas, o una situación dada.
La vida nos presenta, como decía ayer, oportunidades únicas. Hay que saber aprovecharlas de la mejor manera posible. Oportunidades no significa obligaciones, sino aperturas hacia algo distinto, diferente, de pronto, único.
Pero es a su vez un hecho de la vida, el que vivamos confiando.
Confiamos en el conductor de un bus, de quien ni siquiera sabemos su nombre. Menos aún, si sufre del corazón y le puede dar un ataque cardíaco, o si trasnochó y tiene sueño. Simplemente confiamos, y nos dejamos llevar.
No todo es razonamiento milimétrico, cálculo preciso, conocimiento pleno de todas las variables posibles. Si así fuese, no podríamos soportar un solo día de existencia, quizás.
La vida también está necesariamente cargada de un sentido de aventura, de arriesgar sin conocer exactamente el resultado.
Iniciamos una amistad, instalamos un negocio, jugamos un deporte, con la esperanza de que todo va a salir bien, pero nada ni nadie nos asegura cuál será el devenir o el resultado.
La vida es entonces una aventura con un futuro incierto, que esperamos resulte positivo.
Ningún padre o madre sabe cómo será de futuro un hijo o una hija. Pero por eso ninguna pareja se arredra de concebir hijos.
De eso se trata esencialmente. ¡Eso es vivir!
enigma
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