Alguien, --y me siento injusto al no recordar quién-- me dijo un día: "nunca te arrepientas de ser bueno".
Hay momentos y circunstancias en la vida, en que nos puede dominar la furia, la indignación más que justificada, en que podemos llegar (¡horror!) a sentir odio, a desear venganza, a querer destruir la vida de otra persona, porque nos han hecho daño, un daño enorme. Porque han abusado de nuestra inocencia, o de nuestra sencillez, o de nuestra sinceridad, o de nuestra forma de ser lisa y llana, sin dobles discursos.
A veces me asalta la famosa frase de Shakespeare: "ser o no ser". ¿qué se es, quién se es? Preguntas que cada persona tiene que plantearse.
Pero entonces, nos damos cuenta que una semejante furia y todo lo que ella puede traer aparejado, es una fuerza destructora que termina destuyéndonos a nosotros mismos. Y entonces, resuenan esas palabras: "nunca te arrepientas de ser bueno".
Nunca te arrepientas de haber sido sincero, de haber confiado, de haber creído en otra persona que pensabas era como tú, iba a obrar como tú.
Nunca te arrepientas de haber hecho feliz a otro u otra, habiéndole proporcionado ilusiones, momentos de placer, información valiosa, ayudas sin que te las pidieran, soporte espiritual. No. No te arrepientas. Esa es tu siembra, y cosecharás de acuerdo a ella, en el plano que importa, en el único plano que importa, el trascendente, el ultradimensional, el de Ser en Sí.
En el plano humano, puede que parezcas perdidoso, puede que parezcas derrotado, pero en ese otro plano, eres más que vencedor/a.
Entonces no hay odio, ni revancha, ni venganza. Entonces la tentación --que está ahí a mano, y podría utilizarse-- de realmente transformar en un infierno la vida de la otra persona, se diluye como aspirina en el agua.
Entonces somos nosotros, íntegramente nosotros, sin desviarnos, sin torcernos, sin caer.
Y perdonamos, perdonamos aún la ofensa enorme que se nos ha hecho.
Y damos la otra mejilla, porque la prueba es para la otra parte. La prueba más intensa y más dura es para la parte que falló, para la parte que nos usó, para la parte que se aprovechó de nosotros, para la parte que disfrutó mientras pudo, hasta que vio que se iba a quemar y el susto fue tal, que se encogió como caracol en su caparazón.
La prueba más dura es para quien se tiene que plantear ante la otra mejilla ofrecida: ¿pegaré nuevamente?....
En artes marciales, se aprenden mecanismos de defensa. Cuando más arrecia con fuerza el enemigo, más terrible es el porrazo que se da contra el suelo, y más le terminan doliendo sus huesos.
La fuerza del impulso y la violencia que la otra parte pone, es la misma que recoge ante un hábil movimiento de quien sólo evita o frena el ataque.
Así también les pasa a quienes atropellan contra nuestra vida a veces. Con la misma intensidad con que atropellaron, con que nos usaron, con que se valieron de nuestra bondad, con esa misma, es que van a tener por sí solos, su merecido.
De modo que en nosotros reina la paz. La calma interior, la certeza y la tranquilidad. No tenemos cosas que reprocharnos.
Hemos sido sinceros a carta cabal. Sin dobleces. No hemos tenido un doble discurso. No hemos dicho hoy A, para mañana decir B.
No somos incoherentes, no caemos en sinsentidos absurdos.
Cuando hablamos, cuando escribimos, nos comprometemos y muchísimo.
Nuestras palabras son recibdas por otro u otros seres humanos. Somos pues responsables íntegramente de nuestros dichos, somos responsables de las respuestas que queremos o buscamos, somos responsables de las situaciones que creamos.
No se puede borrar con el codo lo que se escribió con la mano, a menos que tengamos una patología esquizofrénica de la cual no seamos totalmente conscientes, o la tengamos y queramos disimularla.
Cuando somos íntegros, cuando medimos lo que decimos y lo que hacemos, no podemos jugar con las palabras, y mucho menos con los sentimientos de otras personas. Eso es inadmisible, intolerable, y finalmente deplorable.
Cuando era muchacho, conocía a algunos otros congéneres, que vivían de mentir amor a las chicas nada más que por el placer de conquistarlas, para pasar buenos momentos, y ver si llegaban al acto sexual. Pasado lo cual, desaparecían, se borraban, o buscaban excusas para no verlas más. Y las pobrecitas quedaban llorando, sintiéndose vejadas en lo más íntimos de sus fueros, pues habían sido mentidas, usadas, nada más que por el placer egoísta de ellos, los "muy machos".
Pero no voy a cargar las tintas sólo a los de mi sexo. Lamentablemente hay mujeres que también hacen lo mismo, o casi. Es como un juego.
Jamás procedí de esa manera con nadie, en ningún momento de mi vida. La mera idea me resulta repugnante, y bien que les discutía a algunos de esos muchachos por su conducta tergiversada y deshonesta. Eso es maldad.
Cada ser humano debe ser respetado, y no ser objeto de diversión de otros.
En lo que me es personal, nunca me cansaré de ser bueno. De darme íntegramente, aunque después tenga que sobrellevar el dolor que surge del mecanismo de decepción.
Nunca me cansaré de perdonar, porque mucho se me ha perdonado.
Yo no quisiera nunca tener que admitir el lema que exponía la serie "The X Files" (Los Archivos X), que decía "trust no one", o sea, no confíes en nadie.
No se puede vivir sin confiar. Pero sí también es cierto, no hay que caer de primera en creer y confiar en alguien, hasta ponerle muy a prueba, y varias veces, y constatar que no nos falla, que realmente es de buena madera, que es de una sola pieza. Recién ahí es posible confiar, nunca antes.
La vida tiene a veces duras lecciones. Yo vengo de aprender una.
Doy gracias al Ser en Sí, por habérmela enseñado. Puedo decir: no más decepción, he aprendido mi lección.
enigma
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