Regresaba de mis tareas, algo cansado, y mientras escuchaba música por mis auriculares, viajaba en el subterráneo de Washington que me lleva a Virginia.
De pronto, llegamos a una de las estaciones, y por contraste de la luz interior del vagón, con una luz ténue en el andén de la estación, desde mi ventanilla veía pasar a los pasajeros que habían descendido sólo en silueta.
Eran de alguna manera como figuras cuasi-fantasmagóricas.
Eran sombras con formas humanas.
Allá iban todos, caminando hacia un mismo lugar.
Y tal vez por la proximidad con el 2 de Noviembre, Día de los Difuntos, se me ocurrió pensar que cada uno de esos que se dirigían hacia la salida de la estación, eran personas que habían dejado esta existencia. Eran cadáveres que uno tras otro iban siguiendo su destino inexorable. Nuestro destino.
Recordé entonces una frase que dijo alguien: “la única certeza que tenemos en la vida, es la de nuestra muerte.” Todo lo demás es contingente, aleatorio, puede cambiar, pero nuestro destino final, nos iguala a todos. No tenemos escapatoria.
Fue una repentina toma de conciencia de lo efímero de nuestra existencia. Miré a mi alrededor, a todos los que estábamos bañados por la intensa luz del vagón del metro, los que aún estamos vivos, y me dije: hoy estamos vivos, pero en el futuro, ya no estaremos.
Ni conversaremos, ni respiraremos, ni sonreiremos, o nos preocuparemos. Simplemente aqui, en esta dimensión, así tal cual estamos hoy, ya no estaremos.
Por eso, cada segundo de esta existencia se transforma en algo precioso. Se transforma en la posibilidad de hacer el bien, se transforma en la posibilidad gestar amor, se transforma en ser mejores, se transforma en relacionarnos en paz los unos con los otros, se transforma en saber ser y hacer amigos/as.
¡Qué oportunidad magnífica esta vida, para vivirla lo más plenamente posible!
enigma
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