No, no es el desgarramiento de un brazo o de una pierna. Y quien lo ha sufrido sabe cuánto duele.
Es un desgarramiento del alma, cuando se ve que un ser querido está pronto a abandonar este mundo.
El desgarramiento es igualmente proporcional a la suma de los años que se han convivido, y en mi caso, son casi cuatro décadas.
Mi esposa está grave, en etapa final de un cáncer que no pudo ser vencido sino apenas contenido por una mastectomía, cuatro quimioterapias, y radiación.
Verla ahora, es un espectro de quien fue. Lúcida, reflexiona que la vida ha perdido su sentido para ella, porque se vé tremendamente frustrada al no poder hacer nada. Su cuerpo debilitado ya no le responde. Su brazo derecho afectado por linfodema, --hinchado—tampoco le permite siquiera asir cosas, o firmar un documento.
Ha aprendido a manejar su mano izquierda. Con ella, escribió brevemente los últimos correos electrónicos a sus amistades y familiares.
Ahora, está postrada en una cama de un hospicio, lugar en el cual se trata de mantener a los enfermos de modo tal que no padezcan sufrimiento físico alguno.
Nada más allá de eso. Ella prácticamente dormita. Su mente está lúcida, reconoce a quien la visita, intercambia poquitas palabras.
De cualquier manera, escucha y quiere que uno le relate cuentos y le diga qué está pasando en el mundo.
Ha perdido su voz, otrora potente y sonora.
Ya hasta la alimentación por vía oral es casi un imposible, pues su garganta está casi cerrada, y tiene dificultades para tragar.
El cuadro es terminal.
A mi me queda una tensa espera hasta el momento. No sé si ocurrirá en mi presencia o en mi ausencia. Y a veces, cuando suena el teléfono, recorre mi cuerpo como una electricidad, temiendo que sea la mala noticia.
Pero ella está en paz. En paz consigo misma, en paz con sus semejantes, y seguramente en paz con Dios.
Y cuando nos deje a los que aún quedamos, le recibirán sus seres queridos que partieron definitivamente antes que ella.
El Ser en Sí, tengo la plena convicción, le tendrá reservado un lugar, por haber sido esencialmente una persona buena, en el mejor y más amplio sentido del adjetivo.
enigma
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