"Perdonar es divino", y es cierto, sólo quienes dentro de su ser tienen la presencia de la divinidad, son capaces de perdonar, porque se saben perdonados, son capaces de entender el poder restaurador del perdón, son capaces de ejercer ese poder hacia otros, y sentir en sí mismos sus benéficas repercusiones.
Hay quienes cínicamente son capaces de decir "perdonar es divino, pero yo soy humano", ergo, no puedo perdonar. La justificación para el odio, la venganza, la revancha, está en la misma raíz del desconocimiento de nuestra propia naturaleza. Está en el deshumanizarnos, y desnaturalizarnos de tal manera de dejar de vernos como parte de un todo mucho más vasto que nosotros mismos, ese todo abarcante y trascendente de nosotros mismos, pero que está en la raíz de todo cuanto existe y se transforma, que es la divinidad, o sea el Ser en Sí.
¡Claro! quienes no han accedido o carecen de esa perspectiva, pueden pensar que no pueden perdonar, o que perdonar es un signo de debilidad, o que humilla a quien ejerce el perdón. Muy por el contrario, el perdón restaura el vínculo humano de la armonía y la paz. Perdonar recompone al prójimo y en su recomposición, nos recompone a nosotros mismos, porque opera eso milagroso que es la reconciliación.
Dos que antes se odiaban, ahora de miran de frente y se respetan, y hasta pueden unirse en una causa común. Hay sociedades enteras, hay países donde el perdón debería ser la prioridad socio-política número uno. Perdonar no es dejar de hacer justicia, sino es aplicar una justicia superior, que tiene un poder tremendo cuando se ejerce.
El perdón alegra y restituya la condición humana de quien ha cometido una falta, aunque sea grave. Y esa alegría y restitución, hace que se vuelva a quien le ha perdonado y junte fuerzas para una tarea que necesita del aporte de todos sin exclusiones de tipo alguno.
Sólo una miopía cerril, sólo una ignorancia supina, hacen que muchos no quieran ni oir la palabra perdón, y la sustituyan por la palabra "justicia", pero esa "justicia" es en realidad venganza, y no verdadera justicia. Es un acto de odio, y no un acto de amor. Es un acto que busca la destrucción del otro, y no su humanización.
Hay pueblos que necesitan reconciliarse consigo mismos. Y hay naciones que deberían dejar de tener manía persecutoria, y aprender a apreciar y cuidar el valor del perdón.
Todos hacemos alguna vez algún daño a alguien, aún involuntariamente. Todos necesitamos ser perdonados por otros. Todos tenemos también que perdonar a otros. Nadie puede sentirse eximido de la necesidad de ser pedonado. Nadie puede arrojar la primera piedra.
Entonces, con humildad, hay que reconocer que nuestra situación humana demanda el perdón, exige finalmente ejercer el perdón.
Todos a la vez, necesitamos pedir perdón a nuestro creador y sustentador, al Ser en Sí, al cual aún sin saber, pertenecemos. Y el Ser en Sí nos proveyó de un ejemplo perfecto: Emmanuel (Jesús).
¡Así se perdona! Aún desde la cruz, perdonó a quienes le estaban crucificando. Ese es el ejemplo más maravilloso y más preclaro del perdón. Ese es el ejemplo máximo de la más extraordinaria calidad humana. Perdonar, saber perdonar, querer perdonar, por eso, hace que actúe en nosotros la potencia y la fuerza de la divinidad; de una realidad superior, de una potencia transformadora al grado máximo.
enigma
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