Nuestra tendencia es a discurrir sobre cosas, personas, o acontecimientos, que están fuera de nosotros. Pero es mucho más infrecuente que nos pongamos a discurrir sobre nosotros mismos, a hacernos una pregunta netamente ontológica.
¿Quién soy?
Por un lado, ¿quién soy para otros?, dicho con diferentes palabras: ¿cómo otros me perciben?, pero luego --lo más dificil tal vez-- ¿quién soy según yo mismo?, ¿cómo me veo, cómo me siento, cómo me considero?
Cuando me planteo quién soy para otros, sé que muchos me conocen por mi actividad profesional y pública, y muy pocos me conocen personalmente y habiéndome tratado por años, como para definirme claramente y con precisión.
Tengo para mi que entre quienes me conocen de años, hay hacia mi persona un gran cariño, una genuina amistad, un respeto a mi personalidad, a mis ideas y a mi manera de ser.
Quienes me conocen sólo por mi actividad pública, tienen de mi una imagen superficial, unos me respetan, puede que haya algunos admiradores/as, y no ha de extrañar que haya gente que desconociéndome por completo, me haya destratado y hasta insultado. Este último estamento no merece siquiera que me detenga en él. Es propio que le ocurra a quien tiene una imagen pública, es un riesgo que se corre.
Lamentablemente, cuando uno tiene una imagen pública, generalmente es percibido dentro del área que le es propia, pero ello lleva a una deformación fundamental: a mi se me vincula siempre a un tema o ciertos temas, pero se pierde de ver el ser humano que soy. Y les confieso que eso me molesta.
Me molesta a tal grado que a veces quisiera despojarme por completo de esa especie de sayo que tengo puesto, que a veces se parece más a un cepo, para ser plenamente quien soy, sin ser visto o percibido exclusivamente bajo la óptica estrecha de determinada temática.
A lo largo de mi vida, he sido reporteado infinidad de veces. Pero jamás nadie se atrevió a plantearme un reportaje diferente: un reportaje a mi mismísima persona como tema.
Alguien me podrá decir que si soy quien soy, en la vida pública es merced a mi profesión, y al tema preferencial al cual he dedicado la mayor parte de mi vida. Estoy de acuerdo con ello, siempre y cuando no se deje de ver el ser humano que está detrás.
Una vez, tuve el privilegio de entrevistar a la Astronauta Eileen Collins. Esposa, madre, Coronel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, y primera mujer que fue Comandante de un trasbordador espacial. De todas las cosas que compartió conmigo sobre su experiencia en el Espacio, la que más me quedó por su toque humano fue cuando me dijo que ella tenía prestablecida una rutina para hacer ejercicio físico en el trasbordador, pero que a veces prefería observar la Tierra desde una de las ventanillas del vehículo espacial.
Eso me habló de una persona sensible, de alguien que se daba tiempo para extasiarse con la visión de nuestro planeta desde el Espacio. Simplemente, ¡me pareció maravilloso!
Considero que a veces, solemos de alguna manera encasillar o clasificar a las personas por su actividad, profesión, especialización, y dejamos de ver al ser humano concreto, que tiene fe y dudas, alegrías y penas, sueños y derrotas, anhelos y frustraciones.
Dejamos de ver al ser humano que es por supuesto imperfecto (¡gracias al Ser en Si no somos robotes!) pero que anida sentimientos y pasiones, pensamientos y proyectos, y por sobre todo, que es capaz de amar.
Creo saber bastante bien quién soy, conocer despiadadamente mis defectos, y reconocer mis virtudes. Sé mis limitaciones y mis alcances. Sé de lo que soy capaz y de lo que no. Y por sobre todo, sé de mis valores, de mi manera de pensar, de mi independencia de criterios, de mi libertad de pensamiento y de expresión, y de mi capacidad de amar hasta el sacrificio, si ello es necesario.
Con eso me basta.
Haría bien cada uno/a de ustedes, en hacerse la misma pregunta: ¿quién soy? y responderse con sinceridad.
enigma
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