Friday, August 24, 2012

DEL SER PERIODISTA y lo que eso significa

"Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto." refrán popular

Voy a referirme a mi amada profesión.

Comencé a hacer periodismo por vocación, y creo que si dentro de uno no está la misma, mejor no serlo.

Como tal, uno investiga, analiza la información, la prioriza, y la vuelca al público por el medio que sea, porque existe una fuerza interior que nos lleva a compartirla, y a dar lo mejor en bien de otros.

Está también el compromiso con la verdad, el no transmitir mentiras, y el no hacerle el juego a nadie por intereses mezquinos, para llevar a la gente a pensar bien de aquello sobre lo que debe tener un espíritu crítico y analítico.

Tal vez uno de los aspectos más difíciles de la profesión, es procurar ser objetivo, desligarse del tema que se aborda, para no reflejar una opinión o tendencia personal, una afinidad o gusto, sino plantear las cosas tal cual son.

Pero lo más importante, es no venderse, no prostituirse, no terminar siendo un amanuense en lugar de un periodista. Alguien que escribe lo que le dictan otros, alguien que pone su imagen o su voz para simplemente canalizar lo que otros quieren u ordenan.

El/la periodista, tiene un código de ética, que comienza por sus propios valores morales como persona, que luego se trasladan al ejercicio mismo de su profesión.

Desgraciadamente, en países donde la paga es insuficiente, y donde el profesional del periodismo tiene que hacer piruetas para sostener su presupuesto familiar, es fácil deslizarse por la pendiente de la corrupción, donde el/la periodista hace dinero “extra”, teniendo lo que suele llamarse su propio “kiosco”, a través del cual, percibe “por debajo de la mesa”, dinero que no va a su seguro social, ni a pagar impuestos, pero que le soluciona sus necesidades más urgentes.

Esto, desgraciadamente, es bastante común en América Latina.

Así el profesional desmerece al ejercicio de la noble profesión, vendiendo sus servicios al mejor postor, y le hará un artículo a un producto comercial, como a un político, a un fabricante de ilusiones, o a un farsante vendedor de “milagros”.

Pero alguien con prestigio, alguien que ha labrado su carrera con sacrificio de muchos años de dedicación, honrada, honesta, y el esfuerzo de 10 o 12 horas de trabajo diarios, jamás va aceptar rebajarse a esos extremos.

Porque sabe el valor de su talento intelectual, de su tarea de periodista, de su profesionalidad en lo que hace, y entonces aplica lo que se llama la deontología del periodista. O sea, un código de valores que hacen al ejercicio correcto de la profesión.

Una lista de esos valores tal cual se puede encontrar en la Internet señala: el respeto a la verdad; estar abierto a la investigación de los hechos; perseguir la objetividad: contrastar los datos cotejando diversas fuentes; diferenciar con claridad lo que es información de lo que es opinión; dar a conocer las varias versiones de un hecho cuando exista más de una; respetar la presunción de inocencia; y estar dispuesto a rectificar una información errónea.

He encontrado en la Deontología del Periodista elaborada por el Sindicato de Periodistas de Madrid (España) dos criterios importantes, que paso a destacar:

Ningún periodista tiene obligación de responsabilizarse de cualquier trabajo que vaya en contra de sus convicciones éticas y deontológicas, sin que sea admisible por estas causas el traslado, la sanción o la represalia.

El/la periodista tiene la responsabilidad de servir a la sociedad la información de manera veraz y objetiva, sin que pueda excusarse de que ha faltado a este principio en cumplimiento de las órdenes de sus superiores o de los propietarios de los medios de comunicación en los que trabaje.

Este segundo criterio es complicado de llevar a la práctica, justo es reconocerlo, porque si el/la periodista recibe la orden de sus superiores, de hacer una determinada nota, o serie de reportajes, etc. sobre tema o a personas sobre las cuales el profesional puede tener legítimos reparos, es muy difícil abstraerse o negarse a cumplir esas órdenes, so pena de ser sancionado, o despedido.

Es una alternativa muy difícil de poder dirimir de forma sencilla. Porque el/la periodista tiene sí la responsabilidad de servir a la sociedad, pero también de servir a su familia mediante el sueldo que gana. Si por principios el profesional rechaza o se niega a cumplir las órdenes que se le imparten, puede ser declarado en rebeldía, y la empresa le despide.

Ciertamente la sociedad no va a proveerle luego el salario que sigue necesitando para mantener a su familia. Y es más que posible que otro colega, que busca hacerse camino, acepte la tarea asignada.

En esa encrucijada, el/la periodista debe a mi juicio manejarse con responsabilidad como individuo, y con habilidad como para cumplir con la orden por un lado, y comprometerse lo menos posible con el tema en cuestión por el otro. Tal vez evitando figurar con su nombre, o su imagen, o su voz, aunque cumpla con la tarea que básicamente le fue asignada. Aún así, no deja de correr cierto riesgo.

En un ámbito de total respeto al profesional, si éste da razones por las cuales considera que no desea verse comprometido/a o involucrado/a en una nota, parece de suyo lógico que sus superiores estén atentos a las objeciones que se planteen, que tal vez sean benéficas para el prestigio del propio medio.

Es cierto también que los propietarios de los medios suelen guiarse por el “rating” y los hay a quienes les interesa es vender, no importa a quién. Entonces, su medio pierde calidad y categoría, se transforma en una especie de remate, de negocio sujeto al “quién da más”. Pero pierde todo respeto, consideración y dignidad ante el público, que ya no puede confiar en lo que publique y difunda.

Alguna vez, algunos individuos propietarios de poderosos medios, deberán entender que existimos personas que no estamos dispuestas a corrompernos, a vender la riqueza de nuestra sapiencia, de nuestra educación, de nuestro talento y experiencia, al bajo precio de la miseria moral de ellos.

Deberán entender que los periodistas que realmente nos preciamos de ser tales, tenemos nuestros principios y valores, y que los mismos no son negociables. Que tenemos dignidad, que ejercemos nuestra profesión con altura, probidad y honestidad. Y que no estamos dispuestos a mentirle al público, sólo porque alguien pagó bien para que se le hagan notas especiales.

Apelo a que cuando se presentan situaciones así, los superiores tengan la sensibilidad suficiente como para respetar al periodista calificado, a ese que cada día le aporta calidad al medio en cuestión, de modo de zanjar de la forma más feliz posible la discrepancia que haya surgido respecto a una determinada asignación de tarea.

Y espero que los/las colegas se manejen con suficiente astucia, como para buscar la forma a través de la cual se pueda cumplir con la orden impartida, involucrándose lo menos posible con la misma, al menos, en cuanto a su figuración pública.

Pero en último término, un periodista sabe que a veces ha llegado la hora de jugarse, y de "quemar las naves". Ha llegado la hora de decir ¡basta!, y de empezar desde cero, algo nuevo, algo distinto. Un nuevo mañana, un nuevo horizonte, un nuevo sol.

Jamás un medio puede determinar la vida toda de uno. Y esta nuestra vida y nuestra profesión no se acaban porque uno deje ese medio, o le despidan del mismo. El mundo es inmenso, hoy la tecnología habilita como nunca antes, tener una independencia para poder desarrollar la actividad como uno la entiende correcta, y poder vivir de ello con dignidad.

Y estarán allí sí, los años de trabajo, no sólo como experiencia acumulada, sino como valiosísimos contactos que servirán para lo nuevo que se emprenda. Y estarán los amigos, y los colegas que nos quieren bien, apoyándonos, no dejándonos solos/as. La vida continúa, las oportunidades también.

enigma

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