La naturaleza enseña, a la naturaleza se la respeta. Una de las enseñanzas que proporciona es el equilibrio. Otra es lo cíclico. Otra, la compensación. Otra el ritmo. Otra, la transición.
A ver: si hay invierno, hay verano. Equilibrio. No hay sólo uno u otro.
Hay ciclos, los equinoccios y los solsticios. Bien que lo saben los nativos, en vinculación directa con la tarea agrícola.
Hay compensación. Sequía y lluvia, desierto y selva.
Hay un ritmo: el día y la noche, el despertar y el sueño, la actividad y la quietud.
Hay transición: no se pasa abruptamente de la estación más cálida a la más fría o viceversa. Hay una estación en el medio, que oficia de amortiguador, y que facilita la transición de un clima al otro.
Asi tendríamos que aprender a llevar nuestra vida personal.
No saltamos del placer al desagrado, de la dulzura al enojo, del amor al odio. Tiene necesariamente que haber una transición, un sentido para ello, una razón.
Tenemos que ser equilibrados, en nuestros juicios, en lo que decimos y lo que hacemos. Si perdemos el eje, nos desequilibramos y echamos todo a perder.
Mirando a la naturaleza, aquí en el hemisferio Norte, vamos camino hacia la Primavera.
Hemos pasado un crudo invierno que para algunas áreas de Estados Unidos fue particularmente cruel. Con temperaturas congelantes, que convirtieron literalmente en cubos de hielo vehículos, edificios y ¡hasta las cataratas del Niágara!.
La Primavera con su temperatura templada, es el renacer, el volver a la vida, el recuperar fuerzas, el llenarse el aire con el sonido de los pájaros, y poder recrear nuestra vista con la belleza de las flores dando su perfume y color.
Es la época de la copulación entre los animales inferiores, y es la época por excelencia de la formación de parejas y el amor, entre los humanos.
Un amor que pasó por un invierno, tal vez muy cruel, puede aprestarse a vivir una Primavera, un renacer, con más fuerza y vitalidad aún que la anterior. Porque la experiencia amarga de enfrentamientos, malos entendidos, o discordia, da paso a la calma, y al andar seguro y finalmente decidido hacia una meta, a la que se avanza tomados de las manos.
Si hemos de aprender de la naturaleza, si hemos de entendernos como parte de ella, habremos de tener nuestra Primavera, la vamos a sentir en nuestro mismo cuerpo, en nuestra piel. ¡Nos la gritarán nuestras hormonas!
Nos saldremos de nosotros mismos en una efusión de alegría, en una explosión de felicidad, en un estallido vital de amor.
Aprendamos a convivir con la naturaleza, y vivamos nuestra mejor Primavera personal.
enigma
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