Siglos han pasado, más de dos mil años de nuestra Era, y aún la mujer en muchas partes del mundo, tiene que emanciparse.
Tal vez debería decir: en todas partes del mundo.
Al comienzo de nuestra Era, la mujer era poco más que una cosa. El mundo que importaba, el que se organizaba, el que tomaba decisiones, el que regía los gobiernos y las religiones, era el mundo de los hombres.
Las mujeres les secundaban, les servian, les daban hijos, mantenian la casa limpia, les alimentaban, satisfacían su sexo, y debían mantenerse preferentemente calladas.
En la Biblia hay un papel desgraciado para la mujer. Y aunque ciertas mujeres llegan a tener relevancia o a hacerse famosas, sin embargo el manejo de toda la cosa religiosa está en manos de hombres, sacerdotes, escribas, fariseos.
Es cierto, en las religiones paganas habían sacerdotisas que ejercían la prostitución sagrada. Las llamadas hieródulas. ¡Vaya función social!
Claro, alguien me dirá que me estoy olvidando de María, la madre de Jesús. ¡por supuesto que no!, pero María descuella justamente porque no sólo fue elegida para esa maternidad, sino porque además todo el resto es mediocre. Y después de todo, tanto ella como su prima Elizabeth --que va a ser la madre de Juan el Bautista-- resultan famosas porque recibieron promesas de Dios y tuvieron hijos. Sus úteros cumplieron una función.
María será la madre doliente de un hijo que no llega a comprender del todo, pero al que sigue sacrificialmente como extraordinaria madre. El hijo cuya crucifixión presenciará, y llorará a los pies de la cruz. Acompañada de María Magdalena, la otra gran mujer que surge junto a Jesús.
Jesús personalmente ensalzará a la mujer, cuando es capaz --violando todas las normas sociales-- de ponerse a hablar en una plaza pública con una mujer, y aún peor, con una samaritana. Los judíos no se trataban con samaritanos.
Jesús rompe todos los esquemas de una sociedad verticalista y machista, para abrir espacio a la dignidad de la mujer.
Pero no ha de extrañarnos que Pablo, --el apóstol que nunca conoció personalmente a Jesús, que no fue de sus discípulos-- pero cuyos escritos abarcan la mayor parte del Nuevo Testamento, sea otra vez el que ponga el yugo sobre las mujeres.
Es Pablo el que traza el paralelismo entre Jesús, cabeza de la iglesia, y el hombre, cabeza del hogar, al cual la mujer debe obediencia.
Es Pablo el que escribe que la mujer debe permanecer callada en el templo y si no entiende algo de lo que allí se hace o dice, luego se lo pregunte a su marido en su casa.
De modo pues que si una cosa tiene que quedar diáfanamente clara, es que Jesus dignificó a la mujer.
Pero esa dignificación, --bajo el yugo paulino-- se desvirtuó por completo. Las mujeres hasta el día de hoy, en la iglesia católica siguen ocupando un papel totalmente secundario. El sacerdocio es reservado a los hombres.
Pero salgamos del ámbito religioso al que me es ineludible mencionar porque es el fundamento de toda la injusticia que aún se comete contra la mujer.
Véase si no. Aún en una sociedad tan avanzada como la estadounidense, recientemente el Presidente Obama tuvo que proclamar como una meta a alcanzar, que a igual trabajo haya igual remuneración para la mujer.
Es un hecho hasta el día de hoy, que a niveles ejecutivos, una mujer gana el 70% de lo que gana un hombre que realiza la misma tarea y con las mismas responsabilidades. Y aún sin ser en el ámbito ejecutivo, pero sí, en el de la empresa privada. Eso tiene que cambiar definitivamente, mientras tanto, la mujer sigue siendo colocada más bajo en la escala social.
Hay empresas que pagan menos a una mujer por el hecho de estar casada, porque suponen que el salario mayor lo aporta al hogar su marido, y ella no necesita tanto. Esa es una suposición absolutamente falta de asidero fáctico. Hay hogares en que es la mujer el principal sostén y no el hombre. Y otros en que lo comparten en forma igualitaria. Pero además, esa mujer tiene derecho a percibir lo que corresponde al trabajo que realiza. Y en eso, su estado civil no tiene ninguna incidencia, y por tanto no debe tenerla.
Pero quiero referirme a otro aspecto, fundamentalmente cultural, que aún es necesario que cambie en la sociedad. Y quien tiene que luchar por ese cambio es la mujer misma. Y es la lucha por su dignificación.
Para muchos hombres, la mujer es primero que nada un objeto sexual. Un motivo de placer. Un lugar donde descargar su líbido. Algo hermoso que se usa y se deja.
Y es la mujer la que tiene que dignificarse, para no ser más tratada como un objeto sexual. Recuerdo la tristeza que me dio cuando una actriz en su momento famosa por su bellaza física, declaró públicamente que a ella le gustaba ser un objeto sexual.
¡Qué manera más brutal y absurda de rebajarse y de quitarse todo valor como ser humano!
Hay en la sociedad aún machista, aún preferenciadora del hombre, un consenso nunca explicitado ni dicho públicamente, de que la mujer es algo usable. Es algo que está para servir al hombre, como secretaria al jefe, como empleada a su superior, como peona al capataz, como soldado a su capitán.
Y eso es necesario que cambie de una vez por todas.
La mujer tiene que dejar de ser un objeto sexual, un ser de segunda categoría, alguien para recibir órdenes y acatar. No puede ser la fregona de la casa, la que lleva el presupuesto hogareño, la que de pronto más aporta, la que vela por sus hijos, prepara la comida, lava la ropa, y aún tiene que proveerle placer a su marido. Ese tipo de esclavitud consuetudinaria, ya es hora de que deje de serlo.
Cierto que la mujer ha salido al mercado laboral, compite con el hombre y muchas veces es mucho mejor que muchos hombres. Pero de ahí a que se lo reconozcan y la respeten, aún falta mucho.
Pero la mujer tiene que comenzar por respetarse a sí misma y dignificarse. Cuando las jovencitas de hoy se entregan fácilmente a los brazos de los muchachos que las usan como simple pasatiempo sexual, están destrozando a girones sus propias personalidades, están haciéndose nada a los ojos de quienes las miran.
Cuando las mujeres admiten que haya revistas para ellas, que lo único que hacen es publicar chismes, y mostrar cuasi desnudos y modas, no hacen más que rebajarse a la consideración de los hombres. Porque los hombres no consumimos revistas para nosotros llenas de material tan huero como estúpido.
Es hora de levantar la mira.Es hora de que haya revistas para mujeres que aborden temas de importancia, que destaquen a mujeres brillantes, no por las ropas que lucen o por la belleza de sus cuerpos, sino por sus valores, sus talentos, sus capacidades, su inteligencia, sus realizaciones.
Para mi personalmente, una mujer me merece el mayor de los respetos. Es mi otra parte. Junto a la mujer somos humanidad. Solos, no.
La mujer me importa por cuanto su forma de encarar temas, su perspectiva particular, su intuición, constituyen una parte valiosa de la reflexión, de la elaboración de pensamiento, que el hombre por sí solo no puede aportar.
Tomo a la mujer en serio, porque considero que no hay otra forma de asumirla que sea justa, dignificante, honrosa, correcta, adecuada.
La mujer pues, no es para mi una diversión. Es una compañera de vida indispensable, que está exactamente al mismo nivel, es mi interlocutora válida.
Quien toma a una mujer como entretenimiento, pasatiempo o diversión, es un sexista, está denigrando a la mujer, pero se rebaja a sí mismo. Su dimensión humana está reducida, es escasa, penosamente limitada. No sabe el gravisimo error que está cometiendo.
Una mujer debe ser reconocida como igual, tratada como igual, respetada como igual. Y la diferencia de género, tiene por finalidad no sólo la procreación, sino el gozo y la felicidad de ambos, al darse en pleno el uno por el otro. Al hallar en la felicidad del otro, la felicidad propia.
La mujer tiene que ser tratada con ternura, con dulzura, con consideración, con comprensión.
Si hay algo que detesto es la actitud de aquellos hombres para quienes el acto sexual es una forma de sometimiento de la mujer, hasta a veces con cierta violencia física, o imposición del mismo cuando la mujer no tiene siquiera el ánimo para tenerlo. Eso me parece sencillamente repugnante.
También en la sexualidad, tiene que haber un total pie de igualdad y por tanto de común acuerdo sobre cuándo y cómo vivirla. El hombre no tiene derecho alguno a imponer a la mujer su agrado, su gusto, o el momento en que se le antoje tener sexo.
Por último, no puedo dejar de referirme a un problema creciente en la sociedad: la violencia doméstica, que cada vez cobra más víctimas. Una vez más, sufrida por las mujeres que se sienten obligadas a soportar a un hombre que las maltrata de palabra y de hecho. Que las castiga físicamente. Que llega borracho a su hogar. O que se cree con derecho de tratar a golpes a su mujer.
O, la forma de violencia doméstica más sutil, por la cual el hombre ejerce tal dominio despótico sobre su mujer, tal afán controlador por un lado, y tal desprecio por el otro, que ni cuando su mujer le habla le presta la atención que ella merece.
Cuando no, retiene a su mujer, ya no por gestar en ella amor por él, sino simplemente bajo amenaza. La amenaza de quitarle a los hijos --muy común en esa clase de sujetos-- o algún otro tipo de amenaza a consecuencia de la cual la mujer puede sufrir. Y con eso como herramienta, la obliga a quedarse con él, cuando esa mujer calladamente sufrida, si algo necesita desesperadamente, es libertad.
Todo esto, cobra total sentido en una civilización humana que aún tiene mucho que andar para otorgar a la mujer el sitial que le corresponde.
Ni hablemos de los pueblos que practican la circuncisión femenina para que la mujer no goce en el acto sexual.
No hablemos de aquellos países donde sus cultura indican que la mujer debe caminar varios pasos detrás de su marido.
Esas son manifestaciones ancestrales de prácticas que deberían estar totalmente perimidas. Como las de elegirle los padres el marido a una joven con la obligación para ella de contraer nupcias con ese individuo.
Y no hablemos de las que son vendidas, traficadas, y explotadas por crápulas que las maltratan, en lo que hoy día sigue siendo una de las más execrables formas de esclavitud.
No, la mujer, inteligente, capaz, talentosa, dinámica, bella, madre, hermana, esposa, compañera, enamorada, amiga, no es una diversión. Y ha llegado la hora de que la humanidad toda lo entienda así, pero las propias mujeres primero que nada, para darse por sí mismas, el lugar que les corresponde.
A nosotros los hombres, nos corresponde dignificarlas, respetarlas, considerarlas, apoyarlas, acompañarlas, escucharlas, entenderlas (sé que nos cuesta, pero con paciencia hay que intentarlo) y por sobre todo, protegerlas y amarlas.
A nosotros los hombres, nos corresponde dignificarlas, respetarlas, considerarlas, apoyarlas, acompañarlas, escucharlas, entenderlas (sé que nos cuesta, pero con paciencia hay que intentarlo) y por sobre todo, protegerlas y amarlas.
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