Es una frase que suele decirse cuando algo ha
ocurrido, que ha sido negativo, y sobre lo que no se quiere insistir, y aún
mejor, se quiere superar. Darlo por terminado, y abrir una nueva oportunidad.
“Demos vuelta la hoja”, y al darla vuelta nos enfrentamos a una nueva
hoja, que está en blanco, pronta para
que la escribamos con nuestra vida misma.
“Demos vuelta la hoja”, significa, demos por superado
lo ocurrido. Pasemos a otra etapa.
En el ámbito cristiano, esto cobra un sentido
profundo. Es lo que teológicamente se conoce como reconciliación.
Conciliar es ponerse de acuerdo. Re-conciliar por
tanto, el volverse a poner de acuerdo.
Pero hay tres pasos previos a la reconciliación.
El primer paso es la conciencia del pecado, o sea del
error o desviación cometido.
El segundo paso es la confesión de ese error, y pedir
perdón por el mismo.
El tercer paso es el otorgamiento del perdón por la parte
agraviada.
Y ahí y sólo ahí, es cuando ocurre la reconciliación.
Si dos partes se han agraviado, no es desdoroso para
ninguna de ellas pedir cada una perdón por su pecado, por su error, por su
arrebato, por sus injurias proferidas, o por sus actitudes agraviantes e
hirientes que han causado sufrimiento.
Entre seres con un corazón bien puesto, esto es
totalmente posible.
Cuando hay sentido de compasión, por un lado, y
sentido de culpa propia por el otro, siempre es posible la reconciliación.
Y esta reconciliación tiene una virtud muy poderosa:
no hacernos presas del odio, del deseo de revancha, de venganza, o cosa
semejante. En otras palabras, la reconciliación es una fuerza liberadora.
Restablece la armonía de la relación con el Ser en Si o entre humanos, pero por
sobre todo, nos quita de encima el yugo del rencor.
El Apóstol Pablo lo dijo con palabras magistrales:
“Airáos, pero no pequéis. No se ponga el sol sobre vuestro enojo.” (Epístola a
los Efesios, Cap.4, versículo 26).
Muy claramente, esto quiere decir que podemos
airarnos, enojarnos, subir la voz, insultarnos, pero….que no termine el día (se
ponga el sol) y aún sigamos enojados. Que no nos quede esa resaca de un rencor, de
una furia, que nos tritura por dentro.
Porque el pecado no está en airarse, el pecado está en
quedarse airados, en que se termine el día y pasemos al siguiente y sigamos
así.
Cuando en cambio aflojamos la tensión, cuando
recapacitamos en nosotros mismos, cuando nos damos cuenta de lo poco felices, y
lo indigno de nosotros mismos que hemos estado, nos avergonzamos, nos sentimos
mal, y ello nos lleva a pedir perdón.
Si hay magnanimidad, comprensión, sensibilidad de la
otra parte, se nos concederá el perdón, un perdón sincero, auténtico, y
entonces viene la reconciliación, el abrazo, la felicidad de haber reconstruido
lo que en un mal momento se estropeó.
Y quien no se haya airado nunca, quien no haya tenido
un mal momento del cual después reprocharse, quien no haya tenido actitudes
agraviantes o hirientes, “que arroje la piedra el primero” como dijo Emmanuel,
el Maestro de Galilea.
Nadie va a arrojar ninguna piedra, porque de eso,
todos hemos pecado. Pero lo importante es tener conciencia de ese error, de ese
desvío, de ese pacado, y redargüirnos mediante la confesión y el pedido de
perdón.
Y si ello es mutuo, y recíproco, tanto mejor. Y si
cada parte acepta honestamente su propio
error, ¡excelente!
Porque debemos transitar el difícil camino de nuestra
existencia con consciencia clara de nustros defectos, y buscando la armonía
entre todos cuanto sea poslbie.
Asi pienso, y así siento.
La reconciliación es un camino hacia la paz.
enigma
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