Immanuel Kant (1724-1804) Filosofo alemán.
"No confundas la paciencia, coraje de la virtud, con la estúpida indolencia del que se da por vencido."
Mariano Aguiló (1825-1897) Poeta español.
Confieso que la paciencia no es uno de mis mejores dones.
Me impacienta el conductor que no arranca de inmediato su vehículo cuando tiene la luz verde al frente.
Me impacienta la impuntualidad de quienes dicen que van a estar a una hora, y llegan 30 minutos más tarde.
Me impacienta tener una hora para ver a un médico, y que me hagan pasar 45 minutos después sin siquiera disculparse o explicar el por qué de la demora.
Me impacienta la incomprensión, el malentendido y la peor interpretación.
Me impacientan la ignorancia, la estulticia, la volubilidad, la irresponsabilidad, la mediocridad, la holgazanería, la guerra y la injusticia.
Y después de todo esto, se dirán ustedes: ¿aún me queda lugar para la paciencia?
Sí. A veces me sorprendo a mi mismo de ser paciente en el tráfico, de ser paciente con los ancianos y con los niños, y hasta de ser paciente con las mujeres ¡que es mucho decir!
Ocurre que cuando se ama, "cuando se quiere de veras" (como dice el bolero) se tiene paciencia, hay que desarrolar la paciencia. Y ésta tiene como base justamente ese sentimiento. Entonces se toleran cosas que de otra manera no se tolerarían, y se renueva una y otra vez la esperanza de entenderse más allá de un momento de discusión o diferencias.
Cuando se ama se tiene paciencia porque se apuesta y confía en un futuro, y por sobre todo porque se quiere a ese ser depositario de nuestra paciencia. No le podemo dañar, herir, hacerle sentir mal, sino todo lo contrario.
Esa paciencia nos lleva a sobrellevar muchas cosas que al momento nos desagradan. Nos lleva a soportar inmerecidos agravios, o gestos despreciativos.
Pero...toda paciencia tiene un límite. Y cuando el vaso se colma, y su contenido se derrama, entonces también se empieza a perder el amor, como a girones se desgarra el alma, se sufre, pero finalmente se yergue firme, resoluto y digno, nuestro ser, que ya no soporta más el agravio gratuito, las volteretas de quien dice hoy querernos y mañana repudiarnos, la cadena de incongruencias, y hasta de mentirillas que van tejiendo una trama oscura, en que aquel ser al que dimos lo mejor de nosotros, se va descomponiendo como un cadáver a la intemperie.
Que es triste, sin duda. Que es lamentable, también.
Porque cuando hemos amado con todo nuestro ser, lo menos que pretendemos es que se nos corresponda. Y si por amor estamos dispuestos a jugarnos hasta las últimas consecuencias, quien dice amarnos tiene también que estar dispuesta a jugarse por nosotros, de alguna manera tangible, verificable, real. De lo contrario, su sentimiento es una entelequia, es un mito que la misma persona se ha creado y con el cual intenta vivir. Pero de pronto el mito se desploma, y ella se ve en su más escueta realidad. Entonces se asusta, reacciona, se aparta y se va.
Hunde su cabeza en la arena, apaga la luz, no quiere ver....corta las relaciones, va rompiendo los hilos maravillosos que antes nos unieran, destruye vida y destruye futuro. Aborta una relación que hubiese podido ser fructífera.
Cuando entonces mi paciencia dice "¡basta!", no quedo retorciéndome de dolor. La angustia no gana terreno en mi ser. Con serenidad, con calma, giro mi timón 180 grados, ¡y apunto hacia un nuevo rumbo! en busca de la felicidad perdida. En busca de la felicidad merecida.
La música que nos unió, la que propició el encuentro de nuestras almas, sea la que nos despida en nuestro tercer aniversario. Es Ernesto Cortázar, y "Muy triste decir adiós" (So sad to say goodbye"). Hubiese podido ser una música exultante, llena de vivacidad, de alegría, propia de la celebración gozosa de un anivesario. Pero en cambio, adquiere el tono triste y lóbrego de una forzada despedida...
No comments:
Post a Comment