Son las profundas, las de muy dentro, calladas, silenciosas, que dibujan primero una sonrisa a nuestro interior, en nuestro espíritu, antes de trasuntarse tal vez, en un una sonrisa exteriorizada.
Hoy me siento feliz. Pero como digo, es esa felicidad muy recóndita, que anida en nuestro corazón.
¿Por qué?
Pues primero que nada, porque hoy sí fue aquí en el Norte de Virginia (EE.UU.) un día clásicamente otoñal. Cielo azul, diáfano, temperatura agradable --26 grados Celsius-- soleado.
La foto que saqué de los árboles frente a casa atestigua cuanto digo.
La variación de colores en el follaje de los árboles da cuenta de que estamos en Otoño.
Pero también estoy feliz por las múltiples expresiones de amistad que recibo por Internet. Los mensajes que me llegan desde el lejano Uruguay, de mis amigas y amigos.
Los que me llegan de México, de Italia, de Argentina...
Si, el círculo de amigas y amigos se ha expandido maravillosamente además gracias a una red social tan eficaz como Facebook.
El interés y la atención que me deparan son estupendas. Me siento acompañado por todas ellas y ellos.
Y entonces, en medio de mi soledad --que aún perdura-- me hacen sentir muy bien.
Fue un día en que salí de paseo, en que traté con mucha gente, y donde todas las relaciones circunstanciales que establecí me permitieron al instante trabar conversación, hacer bromas surgidas al momento, y despertar en todas las personas con quienes me comuniqué, una sonrisa.
Son pequeñas cosas, sí, pero son de esas que justifican las ganas de vivir.
enigma
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