Lo he hecho muchas veces. Supongo que siempre fui creíble. Pero a veces hay mala memoria contumaz.
Las cosas se dicen de frente, cara a cara. Con serenidad, respeto, calidad, pero claras, y sobre todo honestas, verdaderas.
Yo no tengo problema en encarar a quien sea, y mirándole a los ojos decirle: perdóname, estuve mal y sinceramente lo lamento.
Y eso así dicho, tiene que ser aceptado, a menos que yo fuese un hipócrita redomado y un cínico superlativo, cosas ambas que no caben en mi persona.
Y luego de eso, tiene que seguir un perdón.
Y si alguien viene a mi, y de la misma forma me pide ser perdonado/a o me hace una afirmación, frente a frente, mirándome a los ojos, yo acepto de buena fé eso que la persona me diga. Confío en su palabra, porque no le puedo creer hipócrita ni cínica.
Claro está que las palabras comprometen. Que lo que se dice de esa manera, tiene que estar respaldado por hechos, y hechos verificables.
A raíz de un determinado tema de interés público, muchas veces me ha tocado enfrentar público, un público que tiene interrogantes y ávido de tener respuestas. Y ante ese público siempre ha sentido la obligación ética fundamental de ser sincero.
¡Qué fácil y tentador resulta mentirle a la gente, para dejarla conforme, para que salga de una reunión "haciendo provechitos", vendiéndole espejitos que satisfacen lo que quisieron que se les dijera!.
No busco popularidad, sino respeto. Y por ese respeto que me merece cada persona, yo no puedo mentirles. Los hechos son los hechos, los datos son los datos, la historia auténtica se escribe de una sola manera. Y a la postre, sólo la verdad es lo que cuenta y triunfa.
Hay quienes saben valorar una actitud así. Hay quienes nos conceden su respeto, porque lo hemos ganado a fuerza de seriedad, responsabilidad y honestidad.
A otros eso no les gusta. Prefieren seguir el corso de los engañadores, de los mistificadores, de los mentirosos, de los embaucadores, de los "chantas" (como se les llama en el Rio de la Plata). Allá ellos y ellas.
A nivel personal, y en los últimos tres años, tuve que decir dos mentiras piadosas. Y les aseguro que me molestó muchísimo hacerlo. Pero, como no sé y no puedo mentir, finalmente yo mismo confesé lo que había inventado. Y no dio para más. Porque no es esa mi manera de ser y hacer.
En realidad ninguna de las historias prosperó, porque esencialmente no sé mentir.
Es que --como decía mi padre-- "la mentira tiene patas cortas". No dura toda la vida, su existencia es efímera.
Pero no dudo también, de que hay gente que miente con gran facilidad, que tiene una epidermis muy gruesa para afectarse por sus mentiras, y que hay gente a la que le gusta o prefiere que le mientan, a que le digan la verdad.
Hay también, y por cierto, mentiras institucionalizadas. Pero eso daría para otro artículo.
Bástenos hoy comprender y entender el valor que tiene mirarse a los ojos, y decirse la verdad.
enigma
Textos protegidos por derechos de autor
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