Wednesday, June 17, 2020

ANÉCDOTAS DE MI TIEMPO DE ESTUDIANTE - II

Tal vez un momento como éste, donde uno está en cuarentena y dispone de más tiempo que el habitual, resulte propicio para recordar y evocar momentos de nuestras vidas, especialmente aquellos que posibilitan diferente tipo de anécdotas.

Las anécdotas siempre resultan interesantes, porque refieren a hechos reales. De modo que espero se entretengan con estas que voy a compartir, y de paso, quizás algún lector o lectora, encuentre que tuvo los mismos profesores o a algunos compañeros de estudio. 


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Cuando finalicé la enseñanza secundaria, tuve que elegir una carrera, y no fue una opción facil, pero habida cuenta de mis dificultades con Matemáticas, me decidí por Derecho. El 18 de Diciembre de 1956, el Liceo Larrañaga me dio el pase para "Preparatorios Abogacía".

Fui al Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, el viejo y querido IAVA, en el turno matutino.

El primer año tuvo sus alternativas muy interesantes y por cierto algunas desconcertantes.

Para nuestra desgracia, a primera hora del lunes teníamos la parte más árida de Filosofía: Lógica, y la dictaba el profesor  del Campo, con una voz atiplada que a veces apenas se le oía, y con tan poco entusiasmo que varios se dormían en plena clase. 

A segunda hora teníamos --dependiendo del día-- Literatura con un gran intelectual uruguayo, considerado a nivel internacional un experto en Shakespeare: el profesor Emir Rodríguez Monegal.

Sus clases eran dinámicas, de calidad. Y a él le debo inicialmente mi fe cristiana. 

En cierto momento del curso, nos dijo: "vamos a ver dos formas de literatura, poesía y prosa". Para poesía nos indicó un Salmo de David, y para prosa, el Sermón del Monte.

En mi hogar no había una Biblia, así que tuve que ir a Sociedades Bíblicas y comprarme una. 

Cuando leí las palabras de Jesús en el Sermón del Monte, el impacto que recibí fue tremendo. ¡Qué mensaje! Verdaderamente marcó mi vida para siempre.

¿Cuándo llegan los Dorios?

Los Dorios significaron un cambio político-económico y cultural en lo que hoy es Grecia. Su llegada fue uno de los acontecimientos más significativos de la antigüedad.

Así lo había definido a grandes rasgos la profesora Rodríguez de Artucio. Y nosotros como estudiantes estábamos siempre pendientes de esa llegada. 

La pregunta que dos por tres hacía alguien de la clase era: "Profesora: ¿y cuándo llegan los Dorios?.

La profesora  sonreía y decía que había que esperar. Y pasamos el año esperando, hasta que un día entró al salón, tomó asiento y nos dijo calmadamente: hoy llegan los Dorios.

¡Al fin íbamos a saber de ellos más detalladamente! Pero la calidad era de la profesora que nos tuvo pendientes durante buena parte del año, de ese acontecimiento histórico.

En Biología tuvimos al Prof. Méndez Alzola, que nos recalcaba el sentido científico de su materia.

En idioma italiano teníamos a una elegantisima profesora, la Sra. Galetti. Una mujer más bien alta, rubia, que --comentábamos todos, chicas y muchachos-- tenía una característica muy especial: nunca repitió una vestimenta en todo el año lectivo. 

Aquel examen de italiano

La única vez que faltó fue en el examen, y ahí ocurrió algo insólito: no recuerdo exactamente cuántos éramos en la clase, pero creo que 32. 

Hicimos el escrito, en el cual había un nombre que se repetía dos veces: Certosa. La primera vez se refería a una iglesia, y la segunda a un cementerio contiguo a la iglesia. Esa fue la explicación que nos dio el profesor Mastrangelo.  Toda la clase lo entendió así, excepto una chica.

Pues la chica ganó el escrito, y todo el resto de la clase fue eliminado porque --según el profesor-- había invertido el orden de lo que correspondía a esa palabra mencionada dos veces en el texto.

El fastidio y la frustración fueron enormes. Hasta hubo cartas de protesta publicadas en más de un medio. Pero de nada valió. No conseguimos que se reconsiderara la anómala situación.

El examen lo habíamos dado el 14 de Febrero de 1958. Si  nos presentábamos nuevamente iba a ser en Julio. Yo no tenía planes de hacerlo, y dos días antes del examen llegan a mi casa dos compañeros y amigos, Raúl Freccero (a quien muchos años después encontré en Buenos Aires) y Edgardo Prado, que en algún momento de su vida decidió ir a Brasil donde se radicó y tiene una extensa familia. 

Pues bien, estos dos amigos --habida cuenta de que yo había estudiado italiano en la escuela y luego en el liceo-- vinieron a plantearme que nos preparáramos para dar nuevamente el examen.  Para eso teníamos sólo 48 horas, y en principio les dije que no había tiempo, que era una locura pensar que íbamos a estar listos. Pero ellos insistieron, entonces tracé un plan: olvídense de estudiar las 40 lecciones del libro, vamos a concentrarnos en gramática. 

Le dimos fuerte a la gramática, llegamos a leer y traducir algunas lecciones del libro, y la noche anterior al examen, ya cansados de estudiar muchas horas, nos fuimos al cine.

¡Al otro día los tres nos presentamos y ganamos el examen!

Favoritismo por sexo

Pero la cosa más irregular de toda, fue lo ocurrido con el examen de Filosofía, y el responsable fue el profesor Aníbal  Del Campo.[aclaro que nada tiene que ver con el magnífico profesor homónimo que dictaba la cátedra de Derecho Civil en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales].

Todos concurrimos al examen y salvamos el escrito. Pasamos al oral, y allí vimos con ojos azorados cómo todas las chicas aprobaban y todos los muchachos perdían.

Recuerdo como si fuese hoy lo sucedido a un hombre llamado Acuña. Esta persona nos duplicaba o más en edad. Por razones de su horario de trabajo no podía asistir a Preparatorios Nocturno, e iba de día. 

El profesor no había dado las últimas clases, pero había dicho que estudiásemos las tesis de Windelband y Rickert porque iba a preguntar de ellas en el examen.

Acuña había estudiado todas las bolillas, menos esa última.
Cuando le tocó el oral, respondió bien varias preguntas y cuando el profesor le inquirió por las tales tesis, Acuña le dijo honestamente que eso no lo había estudiado. El profesor con una leve sonrisa le respondió: "¿Pero Ud. recuerda que yo expresamente dije que la estudiaran porque iba a preguntar sobre eso en el examen?". Acuña le respondió que tal vez había faltado a esa clase y no lo sabía, pero que le preguntara por todo el resto del bolillado, que él había estudiado todo. 

La mesa discutió y decidió --a instancia de los otros dos profesores-- que hubiese un segundo llamado. Cuando Acuña pasa al frente todos estábamos en suspenso, ¿de qué le preguntarían a Acuña?. Pero el profesor Del Campo le dijo: "hábleme de las tesis de Windelband y Rickert". Fue evidente la mala intención del profesor en querer eliminar a Acuña. Eso desagradó a toda la clase.

Tal cual iban hasta ese momento las cosas, era evidente que el profesor preferenciaba a las chicas y despreciaba a los muchachos.

Le tocó pasar a un compañero que escribía notas en el diario El País. Lamento no recordar su nombre. Estábamos todos escuchando su examen. Le hicieron varias preguntas, las contestó todas. La mesa deliberó, lo volvieron a llamar y el profesor le entregó el carné y le dijo: "eliminado"....
"¿Cómo?" respondió el muchacho, y el profesor con una sonrisa socarrona le contestó: "Ud no oye bien?, le dije eliminado."  El compañero tomó su carné bajo el impacto de la actitud del profesor. Varios intentamos darle ánimo. Lentamente se retiró del salón.

Cuando me tocó el turno pasé al frente y los muchachos me alentaban, todos hasta ese momento habían perdido.

Me hicieron varias preguntas, a las que contesté con precisión. Entonces el profesor Del Campo quiso explorar cómo jugaba el principio de causalidad, y para ello me hizo un planteo arrevesado sobre un accidente callejero entre dos vehículos y varios testigos con ciertas diferencias en sus testimonios. ¿Cómo aplicaba el principio de causalidad?. Comencé a razonar las diversas partes intervinientes, y a contestar los planteos que me hacía el profesor hasta llegar a mi respuesta final. 

Cuando me entregó el carné verifiqué que antes de dar el
examen ya había escrito "eliminado", y delante mío lo tuvo que tachar y escribir "aprobado". 

Al finalizar todo --yo permanecí para ver cómo le iba a los demás compañeros-- estaba aún en la puerta del salón, cuando el profesor se me acercó y me dijo: "Hourcade, Ud. habla muy bien", y le respondí lisa y llananente pero con énfasis: "profesor: ¡yo estudié!".

El segundo año

En ese segundo año fueron un placer las clases de Filosofía dadas por la profesora Sylvia Campodónico, ya que se trató de Metafísica.

En clase se debatía con ganas y con gusto.

Allí tuve como compañera a Sonia Breccia (quien pronunciaba mal su apellido, pues siendo italiano, debía sonar como Brec-cha). Una vez fui a estudiar con Raúl Freccero a la casa de sus padre en Pocitos. Gente muy amable. 

Cuando años después ella trabajaba en Radio Sarandí con Néber Araújo, quedó en hacerme un reportaje sobre el tema Ovni.  Tuve una espera de casi media hora, y finalmente no me hizo pasar a ningún estudio sino que vino con un grabador y me hizo un par de preguntas. Ese reportaje nunca salió al aire. Para mi fue el adiós a esta persona.

También en segundo año fue estupendo tener no simplemente a un profesor de Historia Nacional y Americana sino a un historiador, el Prof. Edmundo Narancio, que nos hizo entender y querer a Artigas como nunca lo había logrado nadie antes.

El examen de su materia lo aprobé con Bueno por unanimidad con un voto de Muy Bueno.

A Narancio le décíamos "Aquiles" --el de los pies ligeros-- porque en sentido contario, el profesor que daba pasos largos, caminaba lento, siempre muy lento. Al final de las clases a veces se reunía con nosotros y tenía una charla informal sobre distintos aspectos históricos. 

Con él era un gusto aprender cosas de la Patria.
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Siempre finalizo mi "Compartiendo" con una música, y esta vez --recordando con inmenso cariño y agradecimiento a todos los buenos profesores y profesoras que tuve-- no encontré nada mejor que el Pericón Nacional. Pero esta versión tiene un doble valor: está interpretada por la Orquesta Sinfónica Juvenil y el Ballet Juvenil del SODRE, en este tiempo de pandemia por el coronavirus. De modo que cada quien participó desde su hogar. Un testimonio del valor de los Orientales, que estamos siendo ejemplo mundial en la lucha contra este flagelo, que esperamos se venza pronto. Termino escribiendo esto con tremenda emoción.

 
Milton W. Hourcade
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